conoZe.com » Actualidad » Masonería » Masonería (por Jakim Boor)

Conspiraciones antiespañolas

11 de junio de 1950

Se vive en el mundo bajo una frivolidad y una pereza mental, que existen muchos sucesos contemporáneos que pasan inadvertidos para la mayoría de las gentes y que pocos se detienen a analizar y a notar, cuando son base para explicarse otros acontecimientos de la época difíciles de comprender sí no se tienen en cuenta aquellos antecedentes. Así sucede con muchos hechos contemporáneos en que la masonería ha sido la protagonista y que fueron anuncio de lo que posteriormente había de suceder.

El mayor beneficio que de esa pereza mental saca la masonería es el de esa tonta benevolencia que ha conquistado en la sociedad moderna de considerarla como asociación inofensiva en los tiempos bonancibles, pero que cuando la revolución o la desgracia se presentan aparece controlando y dirigiendo como dueña y señora las fuerzas ocultas de la revolución.

El creerse que la masonería puede descansar es una quimera. La masonería es una conspiración en marcha para conquistar el gobierno de los pueblos, que presenta dos vidas: una, aparente, y otra, oculta y secreta, dinámica y real, que si parece someterse externamente a las situaciones de hecho, no renuncia jamás a sus fines y postulados, que a la luz o a la sombra, según el ambiente exterior se le presenta, persigue con tenacidad implacable.

Ese slogan de la masonería inofensiva es el opio que se derrama sobre la víctima, a la que por este procedimiento se coge desprevenida.

¿Qué suerte podría esperarle al sujeto que, creyéndose sin enemigos, viviese alegre y confiado, si un enemigo secreto conspirase y le acechase un día tras otro para aprovechar sus menores descuidos para destruirle? En una o en otra asechanza acabaría, sin duda, cayendo.

Pues éste es el fin de la sociedad católica y de los Estados que repugnan lo masónico ante la conspiración masónica que constantemente los acecha.

Pocos se imaginaban en España, en aquellos tiempos bonancibles de la Dictadura del general Primo de Rivera, que en las traslogias españolas se fraguase con toda intensidad la conspiración que poco tiempo después había de destruir a nuestra Monarquía secular. Aquellas reuniones inofensivas de San Sebastián, en que se pactaba la desmembración de la Patria, parecían a los más quimera de locos o insensatos. Si alguien entonces quiso interpretar agudamente las benevolencias de algunos personajes con la masonería se le tachó de malicioso y visionario, y, sin embargo, muy poco tiempo después la nación entera pagaba cara contribución a su generosidad y a su benevolencia con los masones.

Leyendo las actas y memorias, que quieren ser inocentes, de la documentación masónica de aquellos días, aparece, sin embargo, entre muchos detalles, esa actitud tan característica de la masonería española de pedir la intervención extranjera para vencer sus contrariedades interiores, y la benévola acogida que algunos personajes españoles, especialmente los extranjerizados, tenían para las actuaciones masónicas, y que vistas en nuestros días nos definen toda una trayectoria.

Corrían aquellos días, que hoy tantos masones han de considerar felices, de la Dictadura de nuestro llorado General, cuando se celebraba en Ginebra uno de esos convenios en que cada dos años se reúnen en congreso los delegados masónicos de los grandes orientes y grandes logias integrados en la Asociación masónica internacional, y representaba al conocido masón Augusto Barcia, en cuya memoria, presentada a su regreso a Madrid, refiere las gestiones llevadas a cabo en Ginebra y en París en servicio de las logias españolas. Nos confiesa el autor cómo antes de partir consultó al consejo federal simbólico del gran oriente español su criterio, aprobado por aquél, respecto a la situación de la masonería en España, en que se recogían las dificultades que las actividades de las logias encontraron en Andalucía y el amparo que el subsecretario de la Presidencia, señor Nouvilas, les ofreció; pero el temor de que volviesen a reproducirse las dificultades le hacía expresarse con el siguiente y elocuente párrafo: "Si estos días de verdadera adversidad y peligro llegasen, "sólo un apoyo exterior" podría ser el medio eficaz para mantener a raya a nuestros enemigos." Estimaba, en previsión de que este suceso llegase a producirse, "la conveniencia de aprovechar la reunión de Ginebra para hacer una información fidedigna y completa de nuestra situación". Por lo que consta en la memoria, fue aprobada y calurosamente aplaudida la previsión del comisionado.

A su tenor nos dice haber obrado al llegar a Ginebra, tratando con los miembros del comité consultivo la situación española, con los que acordó esperar a que se tratase en el Orden del día el caso de Italia para hacer él sus manifestaciones sobre España. Llegado ese día se expresó en la sesión pública en los siguientes términos: "Que sus inquietudes y persecuciones no nacían del Gobierno del Directorio, sino del proceder de las autoridades locales bajo la presión de elementos reaccionarios que aprovechaban esta coyuntura, que suponían favorable, para combatirnos y vencernos." En prueba de su tesis recordó "todo lo ocurrido en Andalucía, donde las autoridades locales tuvieron que rectificar todas las medidas que habían tomado contra la orden, en virtud de órdenes concretas y terminantes emanadas de Madrid".

Al siguiente día de esta declaración, relata que llegó a su poder una "plancha" del gran consejo federal simbólico haciéndose cargo de una iniciativa de la gran logia del Nordeste, en la que se pedía "se gestionase un apoyo oficial de las potencias masónicas reunidas en Ginebra para poner fin a las medidas ilegales de mortificación y vejación de que eran objeto", llegando a Ginebra directamente un delegado de aquella gran logia portador de otra "plancha" en la que constaban aquellos acuerdos y "demandando una gestión suficientemente eficaz para lograr los apoyos solicitados".

Después de grandes cabildeos y considerar que no convenía hacer pública ante las otras logias una confesión de importancia y recibir una tutela mortificante en su condición de francmasones españoles, se acordó poner a los comisionados en relación con el comité consultivo de la A. M. I., como así sucedió. Dice a este respecto el masón Barcia en su memoria:

"Supe entonces lo que habían sido las gestiones hechas en Basilea y que de ellas había pendiente una que había de celebrar el gran oriente de Francia con nuestro embajador en París. Como esto, aunque en forma atenuada, era una intervención del exterior en nuestros asuntos de vida interior, expuse la conveniencia de que esa gestión fuese hecha directamente por un español, que bien podría ser el propio delegado de Barcelona. Me insinuó éste, con delicadeza que agradecí y agradezco, que, siendo yo el representante del consejo federal simbólico en la asamblea, yo era el llamado a cumplir esta misión, y no dudé en aceptar y me ofrecí a ir a París.

"Allí invité al delegado de la gran logia del Nordeste a que me acompañase en la visita que yo había de llevar a cabo al día siguiente, ya que telefónicamente había pedido ser recibido por nuestro embajador. El señor delegado extremó su confianza en mí y su delicadeza hasta el límite de rogarme que yo fuese solo a la entrevista, ya que la presencia de él podía coartar la libertad del embajador, a quien no conocía personalmente.

"Celebrada la visita, que duró dos horas, informé de ella detalladamente al señor delegado de Barcelona de los términos en que el diálogo sostenido con el embajador se había desarrollado y del resultado conseguido. Empecé por exponer, en los mismos términos en que lo había hecho en Ginebra, nuestra situación actual en relación con el Directorio, las persecuciones de que éramos objeto por parte de las autoridades provinciales y locales en determinados sitios, de que ellas se ajustaban al plan de persecución inspirado por elementos jesuíticos; los sinsabores y disgustos que a nosotros nos podría producir una política de hostilidad y acoso a la masonería, hoy universalmente estimada y respetada, si se exceptúa Italia, donde las persecuciones obedecen a razones políticas y a presiones de los elementos religiosos. Hice historia al embajador de nuestra conducta y proceder desde el día en que se constituyó el Directorio Militar; de cómo éste atendió nuestras quejas; de las resistencias de las autoridades locales a seguir las normas que le fueron trazadas por el general Nouvilas, de acuerdo con las declaraciones del general Primo de Rivera, distinguiéndose en esta actitud las autoridades gubernativas de Barcelona, Sevilla, Córdoba y Valladolid, en contraste con las de Madrid, Valencia, Alicante, Almería y Oviedo, que jamás nos causaron daño ni molestia. También cuidé de insinuar con toda transparencia el peligro en que estábamos, si las persecuciones proseguían o no se rectificaba radicalmente la política de los Gobiernos Civiles de Barcelona, Sevilla, Córdoba y Valladolid, de tener que realizar una acción defensiva que pudiera tener repercusiones en el exterior, que todos estábamos obligados a evitar por el buen nombre y prestigio de España.

"No le oculté que dentro de la orden existía una corriente fuerte que, sintiéndose humillada y vejada por estas persecuciones, que ya no se estilan en el mundo civilizado, pedía una campaña de protesta franca y clara, tanto más necesaria cuanto que la masonería se abstenía de toda labor política y no participaba para nada en ella".

"Le invité con viva insistencia a que me expusiese sin rodeos ni eufemismos su criterio sobre este problema, que Podía ser para la masonería española de una capital importancia. La contestación del embajador fue terminante: "En mi próximo viaje a España me ocuparé de esta cuestión. Se la plantearé personalmente al presidente del Directorio Militar, y, siendo cierto que ustedes no hacen política ni se mezclan en ella, haré saber oficialmente mi opinión de que no pueden ni deben ser ustedes molestados por nadie."

"Para conocimiento de todos los hermanos, debo consignar mi firme impresión, sacada de este diálogo, de que el embajador en Paris está perfectamente informado de nuestra labor en el extranjero, sigue con atención y conocimiento perfecto nuestros trabajos, y, aunque el embajador es un hombre de ideas muy conservadoras, conocedor de los fines y medios que nuestra institución persigue y emplea, tiene para ella toda clase de respetos. ''

De cómo pagó a la Monarquía y al Directorio la masonería tanta comprensión y generosidad, nos lo demuestran las conspiraciones desleales de la orden para el derrocamiento del régimen y los cinco años de política masónica de persecuciones y de vergüenzas nacionales. Una cosa es lo que la masonería públicamente dice, y otra muy contraria, lo que en la práctica realiza.

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