conoZe.com » Actualidad » Masonería » Masonería (por Jakim Boor)

Las grandes conjuras

25 de junio de 1950

La influencia que en la política exterior europea ha tenido durante muchos años la Gran Bretaña y el prestigio de que gozan las logias en aquel país, al pertenecer a ellas los principales miembros de la familia real, de su nobleza y la totalidad de sus gobernantes, ha trascendido al mundo diplomático y captado para la masonería inglesa a muchos diplomáticos extranjeros desarraigados de sus países, que fueron quedando uncidos al yugo de la influencia británica. Personajes que en sus países de origen se avergonzarían de pertenecer a las logias, por su descrédito y bajo nivel moral, no han tenido inconveniente en figurar en las extranjeras.

En las Memorias que de su puño y letra dejó escritas el último Presidente de la República española, señor Azaña, presenta el caso de un diplomático español que, desempeñando un alto cargo a sus órdenes, le escribe, y, al tiempo que le confiesa su calidad de masón inglés, le acusa las bajas y despreciables intrigas de los masones españoles a sus órdenes. Algunos de esos embajadores "amicisimos" a que alude en su libro el agudo conde de Romanones, debieron a su filiación a las logias extranjeras el secreto de sus aparentes triunfos en las cosas pequeñas, porque en las grandes sacrificaron siempre los intereses de su nación a las consignas que las logias extranjeras les dieron.

No hay como las revoluciones para poder contemplar a esos individuos, pobres de espíritu y sin frenos religiosos o espirituales, caldos en las redes masónicas extranjeras, echarse decididamente en sus brazos, sujetos mimados y colocados por el extranjero en pingües cargos.

Si se examinan muchas de las personas que suelen concurrir a los Congresos internacionales, se encuentra entre ellas una gran proporción de personajes vinculados a la masonería, a los que los ministros masones suelen nombrar para estas comisiones de libre elección, lo que explica el predominio de lo masónico en la mayoría de las Asambleas internacionales.

Cuida la masonería de lo internacional, porque en ese campo reside su principal influencia, y aprovecha el desconocimiento que muchos de los Gobiernos tienen de los problemas concretos internacionales para que esos representantes masones, faltos de instrucciones determinadas de sus Gobiernos, puedan ejecutar la voluntad omnímoda de las logias. La decisión sobre los asuntos suele quedar en la mayoría de los casos abandonada al criterio personal del delegado, que, tenidas en cuenta la malicia que la masonería utiliza sobre sus afiliados y el número de masones influyentes colocados en las Direcciones y en las Secretarías, puede asegurarse se desarrollará la táctica más conveniente a sus propósitos. Unas veces se procura sorprender con las votaciones imprevistas a aquellos a los que no se domina; en otras, en que la votación está perdida, se trata sólo de disminuir la victoria contraria o buscar un aplazamiento, y así vemos tantas y tantas malicias en las reuniones internacionales, que pocos aciertan a explicarse, pero que tienen su base en las conjuras masónicas.

El caso de España en las Asambleas internacionales de los últimos años es harto elocuente. En él la conjura masónica brilló a alturas insospechadas, llegando incluso a sacrificar el propio prestigio de la institución. En la historia de las relaciones internacionales quedará el caso como un hito, el más monstruoso y cínico que los tiempos modernos registran. Mientras Rusia destruía países, se armaba hasta los dientes, amenazaba la paz y arrastraba al Occidente a destruir los principios solemnemente proclamados de la Carta del Atlántico, se discutía en el Consejo de Seguridad si una nación pacífica, con veintiocho millones de habitantes y una modesta industria, neutral en las dos mayores conflagraciones que la Historia conoce, podía constituir una amenaza en potencia para la paz. Se olvidaban, asimismo, las ayudas y concesiones hechas a Alemania por los principales países de Europa que cayeron bajo el área de su presión, en holocausto a la filiación masónica de sus príncipes y de sus políticos, al tiempo que se faltaba a las promesas públicas y solemnes que Roosevelt había hecho a España en los momentos más críticos de la guerra.

Si alguien pudo hacerse ilusiones con la nueva sociedad, ella se encargó de desvanecerlas. Ni la carencia de causa, unánimemente reconocida, ni la barrera de los propios estatutos, que prohíben a la O. N. U. inmiscuirse en lo que es privativo de la soberanía de cada nación, ni la ética internacional, pisoteada en este caso como nunca, sirvieron frente a la conjura que las logias hablan preparado.

En los pormenores se llegó a casos verdaderamente inauditos. Como el de uno de los promotores en San Francisco, masón aprovechado, que cobró en oro de los rojos españoles su intervención contra nuestra Nación; otro delegado que en el Consejo de Seguridad, en Londres, emitió su voto contra lo que su Gobierno le había ordenado, obedeciendo antes los mandatos de la masonería que la voz de su país, y que hubo de ser sustituido; otros, a la hora de votar en Nueva York, teniendo órdenes de su Gobierno de hacerlo favorablemente, se ausentaron de la sala o se hicieron los enfermos. De todo hubo en las lamentables sesiones de las Naciones Unidas para hacer un guiso de liebre sin liebre; pero si nos asomamos a los órganos de trabajo de la Organización de las Naciones Unidas tenemos que confesar que no podía ser de otra manera, ya que, como toda obra inspirada por la masonería, colocó en su Secretariado a un destacadísimo masón, a Trygve Lie, el que, ejecutando aparentemente la consigna masónica de emplear en los puestos de él dependientes a sus afiliados, con malicia y tenacidad llenó de masones de doble obediencia las oficinas del organismo. Creían los masones que apoyaron su candidatura haber logrado con ella una buena jugada masónica, pero pronto advirtieron su equivocación, ya que el secretario, pese a su alta categoría masónica, tenía un nuevo amo: pertenecía a los hombres de doble nacionalidad, a los súbditos secretos de Moscú, y Moscú es el que entonces dicta y ordena en la Secretaría que Trygve Lie sirve.

La urgente movilización por los Estados Unidos de Benjamín Cohen y Branden, para unirlos como adjuntos a la Secretaría de las Naciones Unidas, sólo pudo paliar en algo el mal. El caso de Trygve Lie es un ejemplo que no debe olvidarse.

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