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De Yalta a Postdam

2 de julio de 1950

Con motivo de mis trabajos sobre la masonería son varios los lectores que me piden les aclare cuál es la situación de Rusia con la masonería y el porqué de las concesiones que en Yalta, Teherán y Potsdam hicieron a Rusia masones tan conspicuos como Roosevelt y Churchill, y aún han venido haciéndolas después de haber faltado aquella a todo lo pactado.

Mis lectores han tocado el punto más grave y delicado de toda la política internacional contemporánea, el secreto que se guarda cuidadosamente como la más trascendental de las vergüenzas. No ha de olvidarse que todo lo que en la sombra se oculta suele ser malo, turbio y venenoso, y la masonería, que se oculta en el secreto de las logias y en la severa disciplina de sus juramentos, padece en todas las latitudes de esas mismas cualidades. Nada, por lo tanto, puede sorprendernos de lo que en la masonería ocurra.

Nos basta seguir los pasos de la secta para que descubramos mucho en el camino que nos interesa. No existe la masonería en Rusia. Si no admite las sociedades públicas, menos podrá admitir las secretas. Sin embargo, podemos afirmar que Rusia conoce la masonería.

En alguno de nuestros trabajos anteriores hemos aludido a un personaje interesante de los años de la guerra, a Harry Hopkins, aquel consejero privado del Presidente Roosevelt, a quien muchos llamaban el Richelieu americano, y que acompañó hasta el último momento al Presidente en sus viajes y reuniones internacionales. Nadie se detuvo a preguntar entonces qué representaba aquel hombre en la vida del Presidente, nadie lo comentaba; seguía a Roosevelt como la sombra al cuerpo, y hasta en muy breve plazo le siguió en su viaje al "oriente eterno", no muy cómodo, por cierto, para sus pecados.

Dicen los que le conocieron que su consejo llegó a ser decisivo en todos los asuntos, peculiaridad ésta de los consejeros privados que no comprendemos los hombres de Europa, en la que los consejeros de los hombres de Estado contraen una responsabilidad directa, como los ministros. El valido es aquí figura relegada a la historia vieja del absolutismo de los reyes.

No pretendemos cargar sobre el privado las graves responsabilidades que Roosevelt, como Presidente, contrajo, ya que a él correspondía el no equivocarse, aunque sobre el valido caiga la responsabilidad moral del mal consejo. Harry Hopkins era hombre competente y discreto, pero fue, sin duda, el hombre de Rusia, al que se le comisionaban las más delicadas misiones y el que parecía gozar en la U.R.S.S. de cierta confianza. En momentos graves y decisivos de la guerra, y pese a su delicado estado de salud, desempeñó importantísimas misiones confidenciales en Moscú.

¿Qué es lo que le unía y acercaba a Stalin? ¿Qué era lo que los atraía y los obligaba que desconocemos? Tanta afición a la publicidad de documentos y libros blancos en los Estados Unidos y quedan inéditos estos pasajes de tanto interés para el análisis de las debilidades y de las intrigas de la posguerra.

En una de las muchas informaciones que sobre el espionaje ruso aparecen en el expediente sobre actividades antiamericanas ha visto la luz, y la recogió la Prensa, la declaración de un aviador que afirmaba haber llevado durante la guerra a Rusia uranio por orden superior, denunciando como autor de tales envíos a Harry Hopkins, cuyas iniciales -H. H. - iban consignadas en la expedición. ¿No es extraña esta coincidencia, el hombre grato a Stalin y los envíos del uranio?

Otro personaje americano para considerar, perteneciente al círculo de los masones gobernantes, y que tras un ruidoso proceso acabó condenado por los tribunales americanos, convicto de haber entregado a Rusia importantes secretos atómicos, es Hiss, a quien en la desgracia el actual secretario de Estado llegó a reiterarle su amistad.

La presencia en la Secretaria de Estado americana durante toda la contienda de un elevadísimo número de agentes secretos soviéticos, muchos de los cuales fueron expulsados por la administración Truman, revela que los que dirigieron en aquellos tiempos la guerra incurrieron en flaquezas o complacencias comunistas. Espanta la facilidad con que el comunismo se movió en los puntos neurálgicos de la política americana.

Si enlazamos estos hechos con el del importante masón Trygve Lie, secretario de la O. N. U., positivamente bajo la influencia rusa, comprenderemos las posibilidades que ofrece la masonería a un hombre astuto como Stalin para el logro de sus propósitos. El hecho de que un masón de la categoría del secretario de las Naciones aparezca traicionando a la orden y sirviendo a Moscú, es harto elocuente para ser despreciado. Se olvida el Occidente que se encuentra ante un enemigo inteligente, que vive para sus fines exclusivamente y que cuando parece ceder no es que entrega nada, sino que le conviene retroceder sus posiciones para un salto mayor. Cuestión exclusivamente de táctica. La diferencia es bien profunda: mientras el Occidente teme la guerra y vive para la paz, los soviets, desde que subieron al Poder, viven para la revolución y para extender al mundo su dominio; en nada reparan y en nada se detienen.

Los agentes comunistas son elegidos entre los hombres más hábiles e intencionados en un país de gran demografía, como Rusia, y preparados desde su juventud concienzudamente. Lo particular, en Rusia, no distrae del servicio de los soviets. El equivocarse es fatal en aquel meridiano. Treinta años llevan los soviets estudiando y espiando el Occidente, preparando concienzudamente su hora, sin reparar los medios; cuando su poder de captación no llega, su oro sabe abrir las puertas.

No pudo pasar inadvertido para Moscú quiénes eran los que mandaban en el mundo de los occidentales, la filiación masónica de Roosevelt y de sus consejeros; quiénes decidían, con o sin responsabilidad, en Europa y América, y puso su sitio a la fortaleza, y evidentemente la conquistó. Rusia dispuso en el circulo masónico de Roosevelt y de los gobernantes americanos durante mucho tiempo de una influencia decisiva.

En el mundo materialista, todo es cuestión de precio, y para los soviets el precio no cuenta cuando el objetivo es codiciado.

No se preocupen mis lectores: no hay masonería en los soviets, pero la conocen y la compran cuando es menester.

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