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Viviente humano

Rechazemos el cientifismo de quienes ven sólo un manojo de células allí donde brilla la vida

Hace escasamente un mes, George W. Bush ejerció, por vez primera, el veto presidencial para rechazar de plano el controvertido proyecto de ley sobre investigación con células madre embrionarias (The Stem Cell Research Enhancement Act, de 2005), aprobado el 18 de julio de 2006 en el Senado estadounidense por 63 votos a favor y 37 en contra. Para superar este obstáculo impuesto desde la Casa Blanca, el Congreso americano necesita una mayoría de dos tercios, difícil de alcanzar en el Capitolio mientras allí soplen vientos electorales.

El vetado proyecto de ley ampliaba el uso de fondos federales para la investigación con células madre embrionarias, aprovechando los embriones sobrantes de las clínicas de fertilidad, que serían eliminados una vez realizadas las extracciones.

Arropado por un grupo de familias con niños nacidos a partir de embriones adoptados (Snowflake families), el presidente de los Estados Unidos ha sido contundente en sus declaraciones, de las que entresaco algunas frases: "En nombre de la investigación, no se pueden destruir vidas humanas inocentes". "Eso supone traspasar una frontera que nuestra sociedad necesita respetar". "Una vez cruzada esta barrera, resulta imposible volver atrás".

Inmersos ya en el siglo XXI, la humanidad necesita una definición clara de persona, que proteja los derechos de todos los humanos, nacidos o no, de acuerdo con los conocimientos y avances científicos más vanguardistas. En mi opinión, bastan y sobran estas dos palabras: "Viviente humano". Así, cuando un científico identifique un viviente humano -la expresión "ser humano" se la reservamos a los filósofos-, tanto el legislador como el jurista han de entender "persona", es decir, un titular del irrenunciable derecho a la vida.

Conceder el estatuto de persona sólo a partir del nacimiento es tan cómodo para los legisladores como injusto para la humanidad. Tuvo su lógica, decenios atrás, cuando poco se conocía del desarrollo humano en su fase embrionaria.

El argumento jurídico que se esgrimía entonces para negar la personalidad al nasciturus era, con razón, su falta de identificabilidad. En efecto, de la misma manera que no se puede reclamar una obligación a un deudor desconocido, o la propiedad de un terreno que no se puede ubicar ni describir, tampoco es posible otorgar personalidad a un embrión no identificado.

En nuestros días, sin embargo, los legisladores han de dar un paso más, en la medida en que los embriólogos son ya capaces de identificar plenamente la existencia de un viviente humano desde la fecundación de un óvulo por un espermatozoide, así como de controlar escrupulosamente su evolución desde la fase de segmentación, formación del blastocito, implantación, período embrionario, fetal, etc., hasta su nacimiento. Si no se destruye, ese viviente humano acabará un buen día sentado en una mesa de trabajo de cualquier rincón de nuestra aldea global, tal vez dirigiendo los destinos del mundo, hasta que la muerte lo visite. ¡A su hora y no a la hora prevista por una legislación ávida de resultados científicos inmediatos!

En un Estado de Derecho, la personalidad se reconoce constitucionalmente, no se otorga arbitrariamente. Pretender otorgar la personalidad es tanto como erigirse en propietario de un viviente humano, negándole su potencial libertad.

Aquí se funda el concepto de dignidad humana, que es absoluto y no relativo, pues radica en la misma persona y no precisa de un acto externo de aceptación como tal. Por eso, el legislador está éticamente obligado a reconocer la personalidad, no cuando le plazca conforme a razones políticas, sino cuando los científicos detecten la existencia de un viviente humano.

Actuar de otra forma supone abandonar a quien no puede protegerse por sí mismo. Y esto es contrario al más elemental principio de solidaridad, que debe informar toda democracia madura. El proyecto de hombre es ya un hombre porque el hombre mismo es, todo él, un proyecto. ¡Defendamos, por ello, el proyecto humano, rechazando el cientifismo de quienes ven sólo un manojo de células allí donde brilla la vida de las personas!

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