conoZe.com » bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964)

Prefacio

Santo Tomás de Aquino, queriendo determinar a qué institutos religiosos hay que preferir, concede la palma a los que unen la enseñanza a la contemplación: Mains est contemplata aliis tradere, quam solum contemplari.Tal es el propósito de los Frailes Predicadores y el del R. P. Bruckberger.

Ha leído y releído los Evangelios; ha meditado todos sus capítulos, sin desdeñar tampoco las demás partes de la Biblia. Ha practicado el ministerio apostólico y ha adquirido un conocimiento vivo de la mentalidad de nuestros contemporáneos. Para éstos es para quienes ha escrito.

La Historia de Jesucristo no es el comentario de una sinopsis cuyo primer cuidado fuera colocar cada detalle de los Evangelios en un orden cronológico sabiamente estructurado. El R. P. Bruckberger ha elegido lo que le ha parecido más importante, lo que mejor permite comprender la significación de ese hecho, único e increíble, de la vida de un Dios hecho hombre. La Encarnación es un misterio; pero la vida terrena de Jesús, Dios encarnado, pertenece a la historia. La han contado cuatro escritores, dos de los cuales han vivido en la intimidad de Aquel de quien hablan, mientras que los otros dos relatan lo que han sabido de oídas, Marcos y Lucas, el primero más espontáneo en la reproducción de los detalles oídos, el segundo escribiendo con cuidado de historiador, declarado desde el preámbulo de su evangelio.

El papa Pío XI proclamó, con su acostumbrado vigor, que los cristianos somos espiritualmente los herederos del pueblo hebreo. El R. P. Bruckberger no ha temido escribir que el cristianismo es más judío que el judaísmo moderno, pues ha guardado, en Jesús, "de una manera sacramental y real", el sacerdocio, la profecía, el mesianismo personal, el Apocalipsis, la Promesa.

Jesús ha sido víctima de los fariseos, cuyo legalismo había criticado a menudo. Pero tras la ruina de Jerusalén en el año 70, los fariseos aseguraron la supervivencia del pueblo judío, procurando a los Dispersos una doctrina oficial. El templo de Jerusalén no volvió a levantarse y las reuniones semanales en las sinagogas no recuerdan en nada el culto cotidiano de antaño.

La continuidad del pensamiento religioso del Antiguo Testamento ha quedado asegurada por la Iglesia cristiana. Pero primero hizo falta que Jesús destruyera en los que le rodeaban el mito de un Mesías liberador, que pondría fin a la ocupación romana. Esta idea estaba tan poderosamente enraizada entre sus compatriotas que, en la misma mañana de la Ascensión, los apóstoles preguntaron a su divino Maestro si no iba a "restablecer el reino de Israel".

La Iglesia primitiva hubo de liberarse después de las pretensiones de los que querían imponer a los neófitos venidos del paganismo las observancias rituales de los libros de la Ley. El R P. Bruckberger ha establecido muy bien la ruptura entre el judaísmo tradicional de los contemporáneos de Nuestro Señor y el judaísmo posterior, cuya doctrina unitaria y prácticas legales inspiraron al autor del Corán.

Varias veces, en el curso de su exposición, alude a acontecimientos de que hemos sido testigos para hacernos comprender mejor los episodios relatados por los evangelistas; por ejemplo, cuando recuerda con emoción la movilización de 1914, que dio lugar a que los franceses abandonaran al momento sus familias, sus casas y sus campos para responder a la llamada de la patria, justificando la inesperada decisión de los hijos del Zebedeo al dejar a su padre y sus redes para seguir a Jesús.

Otro ejemplo es el de la situación de Francia en el curso de la segunda guerra mundial, y de la obligada colaboración del gobierno con los poderes ocupantes. Nos ayuda a comprender la psicología del pueblo judío y de su minoría dirigente durante los últimos días de la vida terrenal de Jesús, cuya muerte estuvo condicionada por el inevitable conflicto entre el realismo político del Sanedrín y la esperanza que animaba al pueblo.

La mitad del volumen del R. P. Bruckberger está consagrado a las jornadas decisivas de la Semana Santa, que igual merecía llamarse la "Semana terrible", porque en ella hubo un vuelco total, desde el triunfo del domingo de Ramos a la tragedia de la Pasión. El programa de esos capítulos se propone en términos que conviene citar: "Diré que quiso libremente morir de mala muerte; diré por qué quiso morir así. Diré que quisieron matarle, que por fin le mataron; diré que quisieron que muriera con la muerte de los esclavos rebeldes, con la muerte de los blasfemos. Diré por qué le quisieron matar así. Diré cómo se produjo todo eso, y que, en el punto en que estaban las cosas entre sus adversarios y él, era difícil que fuera de otro modo."

Al comienzo de su capítulo sobre el Jueves Santo, el R. P. Bruckberger recuerda las palabras de san Juan diciendo que Jesús debía morir por su nación, pero también para llevar a la unidad a los hijos de Dios que están dispersos. La última Cena es la base del ecumenismo. Al final del banquete ritual de la Pascua judía fue cuando Jesús dio a los suyos, con solemnidad única, el precepto de la caridad mutua, que ha de caracterizarles a través de los siglos. Jesús, nacido bajo la Ley, quiso obedecer a la Ley hasta el fin. En los momentos más penosos del proceso que le hicieron los jefes de su pueblo, nunca habló contra las autoridades legítimas.

Cuando se trata de Herodes, a quien no se dignó responder Jesús, aunque había hablado con todos, pobres y ricos, pescadores del lago y pecadoras públicas, se da una advertencia a aquellas contemporáneos nuestros que caen en la frivolidad, "ceguera de alma" sordera de corazón", para quienes no hay más calamidad que el aburrimiento.

Los hombres de nuestro tiempo son como los paganos del tiempo de san Pablo: "desprovisto de esperanza en un mundo sin Dios". Para dar un sentido a su vida, haría falta que consintieran en volver a ocupar el lugar que les corresponde en un mundo donde nada se justifica, sino en Dios, que volvieran a aprender a adorarle y a darle gracias por toda lo que existe.

El R. P. Bruckberger quiere anunciar y al mismo tiempo explicar a nuestros contemporáneos, en su propio lenguaje, la buena noticia, tan extraordinaria, de Jesús crucificado. Deseo que muchos tomen su libro en la mano, por estar persuadido de que en él hallarán provecho, creyentes o incrédulos, con tal que vayan de buena fe.

EUGÈNE, cardenal TISSERANT, de la Academia Francesa

París, 21 de marzo de 1965.

Nota Preeliminar

Es imposible escribir el tipo de libro que presento al público sin plantearse cien veces de modo incómodo el problema de las traducciones de la Biblia, y sin resolverlo personalmente de alguna manera más o menos justificada. En realidad, ninguna traducción puede ser plenamente satisfactoria. Para no citar más que un solo ejemplo -cuya importancia se echará de ver en el curso de este libro- el hebreo no tiene más que una sola palabra para designar la simiente de las plantas, la esperma de los animales machos, la raza, la posteridad, la descendencia, etc. Se cierran muchas perspectivas al elegir cada vez una traducción que sólo puede ser fragmentaria. La Vulgata está más cerca del original al traducir casi siempre semen.

He utilizado sobre toda la Bible de Jérusalem, la Bible de la Pleïade, y para los Evangelios, la admirable Sinopsis de Lavergne[1]. Pero constantemente he vuelto al latín de la Vulgata, y -con ayuda de especialistas-al griego o al hebreo del original. A veces me he permitido -señalándolo- parafrasear el texto para ilustrar mi intención, iluminándolo bajo un cierto ángulo. Muchas veces habría querido que ese texto venerable diera la impresión de ser leído por primera vez.

Este libro, propiamente hablando, no es un libro de exégesis. No es que yo no dé la mayor importancia a la exégesis, y en especial a las cuestiones de fecha y autenticidad; muy al contrario. Por ejemplo, conozco los problemas que se plantean a propósito de la composición del Evangelio de Mateo o de la "Epístola a los Hebreos". Pero cuando digo "el Evangelio de Mateo" o atribuyo pura y simplemente a san Pablo la "Epístola a los Hebreos", hablo un lenguaje cómodo que, por lo demás, es el lenguaje de toda el mundo.

Por lo que toca a esa heroína del Evangelio, María Magdalena, sé también que los exégetas han preferido cortarla en tres trozos. En este punto, no estoy de acuerdo con la mayor parte de los exégetas modernos: en otro lugar me he explicado sobre ello. Pero tampoco creo que sean infalibles los exégetas, aun tomados en corporación: ya lo vemos desde hace ciento cincuenta años, y se verá aún más, por poco que se multipliquen descubrimientos como el de los "Manuscritos del mar Muerto".

Éste es el libro de toda mi vida: lo he preparado desde siempre. Lo dedico a mis maestros vivos o muertos, a los que me han dado alguna comprensión del Reino de Dios y me han enseñado a hablar de él de una determinada manera.

Cito a mis buenos maestros en el orden en que los he conocido y en que han tenido influencia sobre mí; el cardenal Saliège, Georges Bernanos, el P. Lacomme, Jacques Maritain, el P. M.-J. Lagrange, el P. Louis-Bertrand Gillon. Alcánceles a todos el homenaje de este libro.

Al escribir este libro he pensado constantemente en la juventud del mundo. Entre ella deseo sobre toda tener lectores. He pensado en los cristianos, para que estén orgullosos de tener a Jesucristo por Señor. Pero también he pensado en los incrédulos: habría querido hacerles dudar de su duda.

R.-L. BRUCKBERGER

New York City, 14 de noviembre de 1964.

Notas

[1] En la versión española presente, aun manteniendo la proximidad necesaria a las citas tal como las hace el autor, me he basado, por lo que toca a los textos neotestamentarios, en especial los evangélicos, en mi propia traducción, el " Nuevo Testamento", Ediciones Cristiandad Madrid 1966, si bien en algunos casos he estimado conveniente dar preferencia a los trozos consagrados en el uso litúrgico por el "Leccionario" oficial del Episcopado español, incluso indicándolo así al margen cuando parecía necesario. Por lo que toca al Antiguo Testamento, he procurado traducir a través de la Vulgata latina, texto básico para el autor, si bien en algunas citas extensas de los Salmos y en las citas de los Doce Profetas Menores he empleado las traducciones del P. Luis Alonso Schokel (la de los Salmos, de próxima aparición, y la de los Doce Profetas Menores recientemente aparecida en Ediciones Cristiandad, Madrid, en la misma serie bíblica donde figura mi mencionada traducción del Nuevo Testamento). (N. del T.)

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