» bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964) » Segunda Parte.- La Vida de Jesucristo
XVII.- El Conflicto (II)
50. Esa pequeña introducción era lo más útil para mover este capítulo hacia su objetivo, que es explicar el conflicto entre Cristo y sus adversarios, y, ante todo, definir a esos adversarios y localizar exactamente el conflicto. Pues esta materia está llena de equívocos, y ¿para qué escribir si no es ante todo para disipar los equívocos?
Como he dicho, ocurre que, en el interior del Israel de antes de la ruina de Jerusalén, la casta que se opuso principalmente a Cristo fue la de los fariseos, la misma que luego había de asumir y confiscar todo el destino del judaísmo. Pero, en tiempo de Jesús, las cosas eran mucho menos sencillas: El Templo, el gran sacerdote, el sacerdocio de Aarón, los sacrificios sangrientos, el Sanedrín, existían también al lado de la Ley, de la santa Thora. Parece incluso que los fariseos no habían logrado imponer al conjunto de la nación la autoridad de su interpretación oral de la Thora, que seguía discutiéndose libremente. Incluso, sobre ese punto preciso se puso en marcha el conflicto entre ellos y Jesús, ~ quizá antes entre ellos y Juan Bautista. Después de todo, os fariseos no representaban entonces más que un solo partido muy minoritario en el conjunto de la vida nacional. Todavía se podía no estar adherido a su ideal y a sus métodos, aun siendo reconocido como buen judío.
Antes de la guerra, y desde que tengo edad de leen los periódicos, siempre desconfié profundamente de la Action Française, sin creerme por ello peor francés. Pero los de la Action Française juzgaban mal francés a quien se opusiera a ellos; Quizá pasaba lo mismo con los fariseos.
No creo en absoluto que Cristo rechazara la Ley, pero rechazó violenta y deliberadamente, la interpretación farisea de la Ley. Ahora bien, esta interpretación partidista fue la que, cincuenta años después de Cristo, y gracias al derrumbamiento del Estado, iba a triunfar definitivamente en el seno del judaísmo. El Evangelio de Juan se escribió en el contexto del triunfo de los fariseos, y eso quizá explica en parte que ese evangelio identifique tan fácilmente a "los judíos" con los enemigos de Cristo, lo cual es una extrapolación injuriosa para el conjunto de los judíos contemporáneos de Jesús, e históricamente abusivo. Eso hay que saberlo y decirlo, porque es verdadero.
Los Sinópticos, anteriores a la ruina de Jerusalén,"se guardan bien de identificar al pueblo judío en conjunto con los enemigos de Jesús.
Por el contrario, subrayan constantemente que "la gente, muy numerosa, le oía con gusto". (Mc. 12,37) Identificaban cuidadosamente a los adversarios de-Jesús entre una casta intelectual y dirigentes, principalmente los fariseos, los escribas, los doctores de la Ley, y, en grado menor, los saduceos, que ocupaban las más altas funciones del Estado teocrático y sacerdotal. Es desdichadamente importante insistir en este punto: el hecho de que, muy generalmente durante dos milenios, muchos cristianos hayan considerado a todos los judíos, de modo solidario y colectivo, responsables de la Pasión y de la muerte de Jesucristo, es una de las raíces más profundas y vivas del antisemitismo.
Se me dirá que Hitler no puede ser considerado como un cristiano ejemplar. Respondo que es vano condenar a Hitler si no se repudia desde el fondo del corazón, de manera absoluta y universal, el sistema policíaco, la maquinaria asesina de que él fue animador. Pero ese sistema y esa maquinaria no los inventó él. El pogrom existía mucho antes de Hitler, practicado por cristianos contra los judíos; la Inquisición existía mucho antes de Hitler, utilizada por cristianos principalmente contra judíos. Hitler aplicó al sistema del pogrom y de la Inquisición, hasta él artesanal, los siete principios de eficacia que hacen pasar toda actividad transitiva al estadio de la mass production: Energía, precisión, economía, continuidad, sistematización, velocidad y repetición. Él organizó el pogrom y la Inquisición en assembly line, en cadena de montaje. El resultado fue la muerte de seis millones de judíos, hermanos de raza de Nuestro Señor Jesucristo. Encuentro de extremada hipocresía condenar a Hitler sin condenar con el mismo horror el pogrom y la Inquisición, que han manchado tanto tiempo la historia de los pueblos cristianos, y cuyo principio Hitler no hizo sino industrializar, igual que Lenin había industrializado la revolución política.
El antisemitismo sólo es tan fácil y tan fuerte entre los cristianos por que tiene una utilidad social conservadora. Nos dispersa de todo examen de conciencia un poco profundo sobre nuestras propias responsabilidades en el asesinato de Dios. Me explicaré.
El asesinato jurídico de Jesucristo es un crimen tan horrible que hace falta encontrarle causas y autores. Ese asesinato está ahí, en el centro de la historia humana, monstruo, aplastante, inevitable. ¿Quién se atreverá a hacerse responsable de él y a decir: "Soy yo quien lo ha hecho"? Nuestra época está tan desorientada que ha asumido con ligereza la responsabilidad de haber matado a Dios: "Dios ha muerto, y somos nosotros quienes le hemos matado..." Pero Jesucristo no es Dios solamente: también es hombre sin pecado, la infancia inocente de la raza. No se asesina a Dios sin matar al mismo tiempo a ese hijo de hombres, al único inocente. No es el menor de los resultados del misterio de la Encarnación el hecho de que ya no nos podamos desembarazar de Dios sin mojamos al mismo tiempo las manos en la única sangre que sea inocente, y eso ni siquiera lo quería Nietzsche[7] , pero no depende ni de Nietzsche ni de nadie: es así, y nadie puede remediarlo. Dios está aprisionado en una carne de hombre, la única sin pecado; no se mata a Dios sin inmolar esa carne sagrada. Entonces ¿quién ha matado a Dios? Entonces ¿quién ha matado la infancia inocente de la raza? Esas dos preguntas, eternamente, no son más que una. Ahora bien, la época moderna está dominada intelectualmente por la Inquisición, y se debate en ella como en una trampa envenenada; o bien, para salvar a Dios, sacrificar al inocente, o bien, para salvar al inocente, matar a Dios. Pero son una trampa y un problema falsos, como tantos de nuestros problemas modernos. Hará falta reconocer un día que no hay para el inocente otra salvación que en Dios y en su santo servicio, y que el verdadero servicio de Dios es incompatible con el sacrificio del inocente.
La verdadera pregunta es: entonces ¿quién ha matado a Jesucristo, verdadero Dios y hombre inocente? Todos retroceden con horror, dispuestos a desviar hacia otro, no importa quién con tal que no sea uno mismo ni los suyos, la responsabilidad del crimen atroz. Entonces la respuesta se presenta por sí misma, en toda su cobardía intelectual: son los judíos quienes mataron a Jesucristo. El antisemitismo de los cristianos es una manera de lavarse eternamente las manos de la sangre de ese justo. Con tal que yo no sea judío, estoy seguro de no haber matado a Jesucristo, estoy seguro de no ser siquiera capaz de matarle nunca, ya que ese crimen inexpiable está reservado a una sola raza cuya maldición es indeleble. Desde entonces, esa raza maldita es susceptible de todos los castigos, y no hay un solo inocente en ella. No se puede decir qué extensión de devastación moral entre los cristianos, qué hecatombe de inocentes entre los judíos, ha causado en el curso de la historia la impostura del antisemitismo racista.
Pues es una impostura, tanto histórica como moral, Es una impostura histórica, pues no fue el pueblo judío entero, ni aun los judíos en cuanto judíos quienes se opusieron a Jesucristo y le condenaron al fin. Fueron los propugnadores de cierto fanatismo legalista y- religioso" los fariseos, aliados, en esa circunstancia, con una clase privilegiada, los saduceos. El antisemitismo racista de los cristianos es también una impostura moral. El asesinato jurídico de Cristo es un crimen de sacerdotes y de doctores de la Ley, es un crimen de beatos. Fue Tartufo quien mató a Jesucristo, y quien, hoy como ayer, sigue siendo capaz de matarle con toda seguridad de conciencia.
Lo más fuerte es que los sacerdotes que juzgaron y condenaron a Jesucristo eran los verdaderos sacerdotes del verdadero Dios, y los doctores de la Ley eran los escolásticos de una Ley de origen divino. En el curso de su proceso y de la larga querella que lo precedió, Jesucristo nunca discutió la legitimidad de la autoridad detentada por sus adversarios. ¿Qué quiere decir eso? Pues que se puede ser pastor legitimo de almas y al mismo tiempo ser capaz de matar a Dios y al inocente. La ordenación sacerdotal, la misión espiritual más auténtica, más legitima, no ponen al abrigo del fariseísmo y de la hipocresía asesina; sería demasiado cómodo.
Todos sabemos muy bien que los sacerdotes y los monjes que juzgaron a Juana de Arco, y el obispo que la condenó, eran verdaderos sacerdotes, verdaderos monjes y un obispo auténtico. No eran monstruos, no se creyeron monstruos; sin duda algunos de ellos creyeron cumplir su deber. Ese asesinato jurídico de una inocente, de una santa, no dañó absolutamente nada a su honorabilidad social, a su carrera; el obispo Cauchon sigue honorablemente sepultado en la catedral de Lisieux, en la hermosa capilla donde Teresa del Niño Jesús comulgaba a menudo. Los jueces de Juana de Arco eran lo que se llamaría "un buen obispo", unos "buenos canónigos", unos monjes un poco fanáticos, algunos cobardes sin duda, pero seguramente todos un poco "fariseos", todos un poco con ribetes de "tartufos"[8] 1. ¡Dios tenga misericordia de ellos! Para repetir la expresión de Bernanos, ¿quién puede jactarse de no tener en las venas una sola gota de la sangre de esas víboras?
El proceso y la muerte de Juana de Arco siempre han sido para mi la prueba de que el antisemitismo de los cristianos, basado en el reproche colectivo de deicidio, era una monstruosidad insostenible. Cuando leo los documentos y desciendo al fondo de mí mismo, pesando todas las circunstancias de la condena de Cristo, o de Juana de Arco, no estoy seguro de en qué lado me habría encontrado si hubiera estado allí. Es fácil deslizarse al fariseísmo, y del fariseísmo a la sangre inocente.
Montesquieu pretendía que "debemos al código de los visigodos todas las máximas, todos los principios, y todas las opiniones de la Inquisición de hoy". Valdría la pena asegurarse de ello; En cuanto cristiano, nada me impide tener el más profundo desprecio hacia el código de los visigodos, si es inhumano. Leo en un comentarista del siglo xvi, Francisco Peña, teólogo español que se esforzó por justificar la Inquisición: "Si un inocente es condenado injustamente, la de quejarse de la sentencia de la Iglesia, que está fundada en una prueba suficiente, y no puede juzgar de lo que está oculto. Si falsos testigos le han hecho condenar, debe recibir la sentencia con resignación, y alegrarse de morir por la verdad." Por cualquier lado que se olfatee este piadoso comentario, es imposible no oler en él el sutil perfume de Tartufo y de los fariseos.
No creo en absoluto que este desarrollo sobre el antisemitismo de ciertos cristianos está fuera de mi terna. Creo solamente que el conflicto que enfrentó a Jesucristo con los fariseos, y el proceso de Jesús y su condena a muerte, están en el centro de la historia, perpetuamente actuales, perpetuamente renovados, y que, verdaderamente, seria demasiado cómodo pensar que el nombre de cristiano y el sello sagrado del bautismo vacunan infaliblemente a un hombre contra la injusticia y le inmunizan toda posibilidad de mojarse las manos en sangre inocente. Creo, por el contrario, que esa espantable seguridad de conciencia que acoraza el alma de ciertos jueces capaces de condenar al inocente en nombre de una razón que creen superior, es precisamente esa misma seguridad de conciencia que armó el alma de los jueces de Jesucristo
Jesucristo mismo debía denunciar ese género de justicia: "Os he hablado de esto, para que no se tambalee vuestra fe. Os excomulgarán de la Sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios." En serio: seria demasiado cómodo creer que sólo en nombre de la sinagoga se han hecho matanzas e inocentes en el mundo. Más allá de la sinagoga y de una breve persecución de los cristianos por los judíos (que los cristianos hicieron pagar después ampliamente), Jesús denunciaba por adelantado el estilo de cierto asesinato jurídico del inocente en nombre de una razón suprema, tanto si era el interés de la Iglesia y de la nación española contra los judíos entregados a la Inquisición, como si era la razón de Estado de Luis XIV contra los hugonotes, o si era la superioridad sagrada de la raza alemana para Hitler, o las necesidades de la Historia y la misión de un proletariado ideal para los comunistas; y se podría alargar indefinidamente la lista: siempre es Tartufo quien condena y mata al inocente.
* * *
51. Se querría rehacer la Historia... ¡Deseo infantil!
Muchas -veces, siendo pequeño, releía el relato de la batalla de Waterloo, y cuando se oía por fin a lo lejos tronar el cañón, siempre esperaba que fuera Grouchy: "De repente, alegre, Napoleón dijo: -¡Grouchy!- Pero era Blucher." Por más que supiera por adelantado que la batalla se perdería, siempre creía que, en el momento decisivo, se iba a producir el milagro y que la esperanza no cambiaria de bando.
En eso estoy con mi libro. No puedo menos de seguir teniendo esperanzas de que los fariseos comprendan y se reconcilien con Cristo, y que griten también ellos: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" Sé, sin embargo, que no se produjo nada de eso, y que todo se consumó en la maldición.
Es verdad, y todos los historiadores lo reconocen: los fariseos reivindicaban una tradición oral de la Ley, paralela a la Ley escrita de Moisés, en comentario autorizado a esa Ley: esa tradición oral de comentarios que al fin había de ser la fuente de la Mischna y de los Talmud. Sin pretender en absoluto que la Ley no tuviera ninguna necesidad de comentarios ni que toda tradición fuera mentirosa, Jesucristo tomó partido con solemne energía contra toda escolástica jurídica que ahogara el texto mismo de la Ley bajo el comentario, que borrara lo principal para poner de relieve lo secundario, que estrangulara el espíritu mismo de la Ley en nombre de la observancia literal. "Anuláis -dice a los fariseos- la palabra de Dios por vuestra tradición." Acusación terrible, en medio de un pueblo nacido de la Palabra y la Promesa de Dios: ¿qué seria Israel, fuera de la Palabra de Dios? El conflicto entre Jesucristo y los fariseos, pues, es radical: afecta al fondo de las cosas.
Jesús no discute la autoridad de la Ley de Moisés: al contrario, defiende el sentido puro y evidente de la Ley contra los fariseos, y no tolera que se oscurezca. Se proclama más fiel a Moisés que los propios fariseos; en el fondo, se pretende más judío que ellos. "Dejáis -les dice- el mandato de Dios para guardar vuestra tradición. Pues Moisés dijo... Pero vosotros decís... anulando la palabra de Dios con la tradición vuestra que os habéis transmitido."(Mc. 7,9-13) Jesús pronuncia entonces las palabras a cuyo sonido deberían temblar eternamente todos los teólogos, todos los escolásticos, todos los comentadores, y, más-que ningún otro, el autor del presente libro: "Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. Dejadles a ésos: son ciegos que guían a cielos. Pero si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán a un hoyo." (Mt. 15,17)
Si yo fuera judío, me interesaría del modo más alto, incluso en cuanto judío, saber quién fue más judío, si Cristo o los fariseos. La cuestión no está zanjada en absoluto, salvo para aquellos que hacen historia con sus entrañas antes que con una lupa sobre los documentos. De la Ley de Moisés, Jesús proclama su autoridad incontestable e inconmovible: "No creáis que vine a abolir la Ley o los profetas: no vine a abolir, sino a dar plenitud."(Mt. 15,17)
Hay sobre la naturaleza misma de la ley un equívoco análogo al que oscurece la naturaleza del conocimiento. La inteligencia, ¿es una función tendencial, que devora la sustancia misma de los seres, sin consumirla, pero asimilándola toda entera, y que, con esa asimilación intencional, nos pone en comunicación con el universo? ¿O bien el conocimiento está para siempre prisionero de su propio espejo, reducido a divinizarse él mismo o a aniquilarse para darse la ilusión de la libertad? Si el único fin del conocimiento es conocerse a sí mismo, en lugar de conocer el universo, y, a través del universo, a Dios, entonces es su propio ídolo, y desde el comienzo conoce la vanidad, el vacío eterno de esa religión de que es a la vez ídolo, sacerdote y víctima. Lo que se ha llamado en filosofía el idealismo, es un fariseísmo del conocimiento: los idealistas son los que no entran e impiden a los demás entrar...
Lo mismo pasa con la ley. ¿Está preñada de intencionalidad, o está eternamente cerrada sobre sí misma? ¿Es un "medio" hacia otra cosa más alta y más preciosa que ella, o se basta a sí misma, alfa y omega de toda justicia? ¿Es "poética", sugeridora de lejanas finalidades, o bien es "prosaica", no expresándose más que a sí misma? ¿Danza o se contenta con andar? El fondo del conflicto entre Cristo y los fariseos es que él tenía de la ley una concepción poética e intencional, y ellos tenían una concepción prosaica y literal. Es impresionante que Jesús sólo hable de la Ley en referencia al Reino de Dios, que para él la Ley sea un organismo vivo y fecundo, y que el fruto de la Ley sea el Reino de Dios, y no se pueda juzgar plenamente al árbol sino por su fruto. El árbol está hecho para el fruto, se cumple en éste. Por el fruto, su calidad y su sabor es por lo que hay que juzgar al árbol, no es el árbol quien juzga al fruto. Cristo no se cansa de insistir en la función primaria de la Ley, paridora del Reino de Dios. La Ley es esencialmente profética y escatológica, poética, sugestiva y preñada del Reino de Dios; en ese Reino de Dios y sólo en él se cumple y se da a luz. Cuando Jesucristo proclama el advenimiento del Reino de Dios en él y por él, proclama al mismo tiempo que la Ley ha llegado a término, pero ese término no es un reniego de la Ley, sino su cumplimiento, como la maternidad es el cumplimiento de una mujer. "Hasta Juan, estaban la Ley y los profetas; después, se proclama el Reino de Dios, y todos quieren entrar a la fuerza."(Lc. 16,16) Se nace al Reino de Dios con ayuda de fórceps. Quedarse atrás es querer quedarse en estado de feto.
Jesús reprocha a los fariseos no ver la relación entre la Ley y él mismo, jefe y realizador del Reino de Dios, "Examináis las Escrituras -les dice-, porque vosotros pensáis que tenéis en ellas la vida eterna; estas son también las que dan testimonio sobre mí."(Jn. 5,39) Es él quien constituye el fruto de la Ley; ¿cómo no lo ven? La justicia, fruto de la Ley y prometida por ella, es él; ¿cómo no le reconocen? "No creáis que vine a abolir la Ley a los profetas: no vine a abolir, sino a dar plenitud. Pues de veras os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, no pasará ni una jota ni una tilde de la Ley, hasta que ocurra todo... Porque os d e si no abunda la justicia en vosotros más que en los sabios y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos."(Mt. 5,17-21)
Asombrosa dialéctica: el cielo y la tierra están hechos para la Ley, que está hecha para el Reino de Dios, y todo se consumará a la vez. En el mismo texto, Jesús parece hacer de la observancia de la Ley la condición y la dimensión del lugar que cada cual puede obtener en el Reino de Dios: "El que suprima uno solo de los mandatos más pequeños, y se lo enseñe así a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos: pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos."
Imagino que son tales textos los que, después de la Ascensión del Señor, justificaron el establecimiento de una comunidad judeocristiana en que se observaban a la vez las ceremonias de la antigua Ley con los sacramentos y los preceptos de la nueva. El fruto no se desprendió del árbol de un solo golpe, el cordón umbilical no se cortó enseguida. Pero, al fin, los propios judeocristianos reconocían que el Reino de Dios había llegado con Jesús en él, y que en Él la Ley había dado su fruto; eso no lo admitieron nunca los fariseos. De manera general, el Nuevo Testamento nos da, del conflicto entre Jesús y los fariseos, la imagen de un enfrentamiento privilegiado y particularmente cruel entre la fecunda legitimidad y el legalismo estéril.
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Notas
[7] Por ser de Nietzsche la frase Gott ist tot, "Dios ha muerto". (N. del T.)
[8] Aquí, y en las páginas siguientes, se alude al Tartufo de la homónima obra de Moliere como arquetipo de la hipocresia con apariencias de virtud. (N. del T.)
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