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Educación diferenciada y libertad escolar

He trabajado no poco en la promoción integral -especialmente en ambientes socialmente desfavorecidos- de chicas y chicos a través de la educación diferenciada por sexos. Y puedo afirmar con los hechos que no he visto un solo caso de sociabilidad debilitada por esta causa, ni de discriminación alguna. Podría indicar que hay muchos estudios -ahora crecientes- relativos a un tema muy abierto en todos los sentidos, mostrando que la educación mixta no es el único modelo educativo ni, por supuesto, algo a imponer. Hombres y mujeres gozan de idéntica dignidad y deben tener las mismas posibilidades en la sociedad; pero no son idénticos ni física, ni psicológica, ni afectivamente. ¿No se habla del derecho a la diferencia? ¿Hay quien desea acentuar la igualdad al educar? Pues bien, ¿que otros se fijan en la diferencia? Pues igualmente bien. Ante todo libertad. En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, se lee: "Masculino y femenino diferencian a dos individuos de igual dignidad que, sin embargo, no poseen una igualdad estática porque lo específico femenino es diverso de lo específico masculino. Esta igualdad en la diversidad es enriquecedora para una armoniosa convivencia humana".

Sería largo y prolijo recorrer el itinerario hacia la educación mixta como un objetivo a conseguir y, más tarde, como un dogma a imponer. Pero siempre subyace el ideal de la igualdad práctica de mujeres y hombres en el mundo y de una mejor sociabilidad entre los dos sexos. Sin embargo, es muy dudoso que se haya logrado con ese mayoritario sistema educativo, como es igualmente dudoso que no se consiga con la educación diferenciada. Seguro que ambos tienen sus ventajas e inconvenientes. Pero no me parece que haya razón suficiente para imponer ninguno de ellos. La dignidad de la persona, sin discriminación de ningún tipo, exige esa libertad. Nadie plantea la educación diferenciada como discriminatoria, sino justamente al contrario: como el derecho a formarse de una determinada manera que algunos ven beneficiosa para unos y otras. Si la existencia de una verdadera democracia requiere un pluralismo real -como también recuerda la doctrina social de la Iglesia-, si este no se da en la escuela, con todas sus consecuencias, no existirá en el país, en la vida cultural, política, artística, religiosa, etc. La sociabilidad humana no es uniforme ni se realiza en vía única, sino que reviste diversas expresiones, que deben ser garantizadas por quien ha de hacerlo.

Creo que tengo una cierta mente jurídica, que se duele por el más que posible encorsetamiento de la libertad con diversas iniciativas legales, o de pretendida imposición por lo políticamente correcto, contra esa educación diferenciada por sexos en algunas edades. A título de ejemplo, se puede citar la nueva ley de Educación que antepone los colegios mixtos a los diferenciados a efectos de concertación. Me parece una desigualdad de los españoles ante la ley y que no cumple con equidad el precepto constitucional que proclama la libertad de los padres a elegir el tipo de educación que deseen para sus hijos. Otro ejemplo es el de la zonificación, que dificulta seriamente el libre ejercicio de ese derecho, previo a la misma ley de leyes.

Sin vanidad, pero con verdad, puedo afirmar que he luchado mucho por el sostenimiento de centros educativos deficitarios. Y ahora, cuando nuestra situación económica es mejor, padezco la discriminación de quienes dicen que el dinero público es para la escuela pública o para aquella que los poderes determinen. Para empezar, y hablo de doctrina social de la Iglesia, no de política, el Estado no debe suplantar a los ciudadanos en nada. Puede leerse en el citado Compendio: "La experiencia constata que la negación de la subsidiaridad, o su limitación en nombre de una pretendida democratización o igualdad de todos en la sociedad, limita, y a veces también anula, el espíritu de libertad e iniciativa". En cualquier caso, el dinero público es de todos por igual, y el Estado lo administra en orden al bien común y con justicia para todos. En concreto, en la tarea educativa, el Estado sólo suple a los padres que no pueden levantar sus propias escuelas o delegan en otros esta función. Y aun así, no ha de olvidar el criterio de la suplencia, porque los ciudadanos las pagan con sus impuestos y son esos padres los primeros y principales educadores de sus hijos. Otra cosa supone un notable déficit democrático y una decidida imposición ideológica. El Estado no puede absorber, ni sustituir, ni reducir la dimensión social de la familia -particularmente en el ámbito educativo- ; más bien, debe honrarla, reconocerla, respetarla y promoverla, según ese principio de subsidiaridad, como afirma el Catecismo de la Iglesia católica.

Hace no mucho tiempo, en un debate televisivo, refiriéndose cierto invitado a la educación diferenciada, afirmó que no con dinero público. Otro citó los impuestos para hablar de libertad y fue asombrosamente callado con el dogma de que los impuestos nada tienen que ver. Alguien sentenció, sin más, que la educación diferenciada debía ser prohibida. Pienso que ese triste cuadro se aleja mucho de la libertad democrática y del derecho natural: son opiniones libres, pero situadas a un paso del totalitarismo educativo. Afortunadamente hubo otras.

Buena parte de los detractores del modelo educativo diferenciado creen basar sus razones en el artículo de nuestra Carta Magna que prohíbe las discriminaciones por razón de sexo, entre otras. pues bien, me parece que los adalides de la tolerancia cero respecto a esa discriminación, no han reparado en que la educación diferenciada no discrimina, sino todo lo contrario: busca favorecer a los dos sexos porque estima que los forma mejor.

Lo he visto de cerca en muchos campos: intelectuales, de habilidades, comportamiento humano, religiosos, morales, cívicos, etc.

Y a la vez, no niega el derecho a la educación mixta para el que lo desee. Insisto: ¿no se habla de derecho a la diferencia? De hecho, existe una variopinta multitud de actividades separadas para mujeres y para hombres. En todo caso, no parece que la no discriminación por sexo en materia educativa deba consistir necesariamente en que chicos y chicas se formen juntos. Pienso que se trata más bien -por caminos de libertad- de formar en una cultura enriquecedora por igual de hombres y mujeres, que suponga una apuesta por la creatividad, por la inteligencia, por la solidaridad, la capacidad de autodominio, el sacrificio y la disponibilidad de servir al bien común, sin enroques en posturas cerradas.

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