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Los mártires de Montserrat

¿Por qué estos monjes santos, esencia de la catalanidad, no tienen un monumento igual al de Companys?

Este fin de semana pasado he leído cuatro artículos sobre la Guerra Civil y la memoria sobre ella que me han llamado la atención. Jon Juaristi, Pedro J. Ramírez y Juan Manuel de Prada, los tres amigos, escritores y periodistas, han contado diversas historias y opiniones sobre ese terrible y sanguinario jalón de nuestra historia, del que conmemoramos este año su setenta aniversario con diversa fortuna. Y también me entretuve leyendo Historias de guerra, un par de páginas escritas por Juan Luís Cebrián, en las que evoca, e interpreta, su propia historia familiar a través del hilo conductor de su abuelo Vicente, que fue médico militar en la Guerra de Cuba.

Me ha conmovido especialmente, como ya va siendo habitual con sus escritos, el Dios andaba por medio de Prada, que trata de ese espléndido libro del padre Plácido María Gil Imirizaldu, Un adolescente en la retaguardia (Ediciones Encuentro), aprendiz de monje benedictino en el monasterio de El Pueyo de Barbastro, en julio de 1936. ¿Por qué los milicianos anarquistas y comunistas cometieron tantas atrocidades con personas indefensas que lo único que habían hecho en su vida era servir a los demás, amar a su tierra o rezar por la humanidad? No encuentro, ni siquiera desde la perversidad o de la ignorancia, una explicación a tanta barbarie. Y, menos aún, a la pasividad, cuando no colaboración o incluso complacencia, de las autoridades de la República española y de la Generalidad de Cataluña ante ese desorden sin límites. El resultado pavoroso fue el de casi diez mil sacerdotes y religiosos asesinados, entre los que se encuentran los llamados mártires de Montserrat, de los que casi nadie habla en Cataluña y cuyo recuerdo se suele obviar en la Montaña Santa.

El historiador Hilari Raguer, que además es monje benedictino en Montserrat, parece más preocupado y empeñado en buscar un santo entre los republicanos que en recordar a esos hermanos suyos que tiene tan a mano. Pero en un artículo no cabe tanta historia heroica, a lo sumo unas pinceladas sobre los padres Grau, Albareda, Fontseré, Vallmitjana, González, Roca, Alesanco, Palacios, Busquets, Feliu, Costa, Rodamilans, Feliu y Boqué; los clérigos Francisco Sánchez, Narciso Vilar e Hildebrando Mª Casanovas; y los hermanos Vendrell, Jordá, Civil Eurausquín y Guilá. El padre Lladós era profeso de Montserrat y residente en El Pueyo, o sea que por uno u otro lado hubiese caído. Todos ellos, en total la escalofriante cifra de 23, fueron asesinados cuando estaban teóricamente bajo la protección de la Generalidat de Cataluña que presidía Companys, ese personaje siniestro, e injustamente fusilado por el franquismo, que el nacionalismo catalán, de cualquier signo, ha elevado a la categoría de héroe.

El padre Ángel Rodamilans era músico, discípulo de Granados y había cursado estudios de filosofía y teología. Era primo hermano de Ramiro Rodamilans, también músico y sacerdote, a quien mosén Jacinto Verdaguer le dedicó la composición La mort de l´escolá. El año 1936 había cumplido 62 años y, una vez dispersados los monjes de Montserrat, fue detenido en Saba-dell por milicianos. Al ver la suerte que le esperaba pidió unos minutos para rezar antes de que le mataran, aunque sus verdugos no le concedieron esa gracia -la verdad, ni falta que le hacía- y le dispararon a quemarropa. Su cadáver, salvajemente vejado y profanado, pudo ser rescatado por la Cruz Roja.

El padre Lladós era pedagogo, maestro de novicios y, por designación del abad Marcet, prior del Monasterio del Miracle. Antes de ser ejecutado dejó boquiabiertos a los criminales pues se descalzó para morir pisando tierra catalana. El hermano Vendrell fue detenido en las inmediaciones de Gelida, y cuando le pidieron que entregase las armas que llevaba, se metió tranquilamente la mano en el bolsillo, sacó un rosario y les dijo a los desalmados que tenía enfrente: "¡Éstas son mis armas!" Y allí mismo fue asesinado. Y así una historia tras otra hasta sumar 23.

¿Por qué estos monjes, la quintaesencia de la catalanidad muchos de ellos, herederos directos de la tradición cristiana que hizo grande a Cataluña, santos de la Iglesia católica, no tienen un monumento, por lo menos igual al de Companys, en la plaza de Cataluña? ¿Se avergüenzan de ellos los nacionalistas? ¿Tienen más valor los escamots y rabassaires que huyeron por las alcantarillas siguiendo al caudillo Dancás después de la sublevación de 1934? Estos buenos monjes, en lugar de odio, tendieron su mano amiga a los verdugos, e incluso desde la cárcel Modelo de Barcelona, Dom Ambrós M. Caralt, O.S.B, escribió en 1937 ese Himne als monjos màrtirs de Montserrat, desde una visión reconciliadora, cuya traducción no me parece necesaria y con el que concluyo este recuerdo: "Contra el puny clos poseu la mà blanca/ I al fusell, vostra ferida en flor,/ El cel és franc, la terra galana,/ Avant, que la lluita no us fa por!"

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