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La conquista de la libertad

El caso de la educación de la ciudadanía recuerda a los peores momentos de las dictaduras

A pesar de los pesares, del tiempo transcurrido y de la calidad de vida de que disfrutamos los privilegiados ciudadanos del viejo continente, resulta que ahora algunos caen, o caemos, en la cuenta de que la libertad no venía en ese pack del todopoderoso Estado de bienestar que prometía hacer las delicias de propios y extraños. Por lo pronto, el gran paquidermo empieza a dar señales de crisis en sus puntos más vulnerables: el sistema de pensiones público, la participación real de la gente en las políticas públicas, la calidad en el ejercicio de algunos derechos fundamentales...

Sin embargo, quizás la gran contradicción, como sentenciaba un ex ministro de Jospin tras su sonada derrota en las presidenciales galas, está en querer, a toda costa, trabajar al servicio de un interés general en el que no estaban presentes los franceses. Sí, el interés general, en lugar de orientarse hacia el bienestar integral de la ciudadanía, ha dado carta de naturaleza, quizás por una mentalidad autoritaria que no decrece, a la idea de que todo, incluso las libertades, son de competencia y cuenta del Estado. Surge entonces una concepción unilateral, estática y cerrada del espacio público, del que se expulsa a quien, sea persona física o jurídica, no comulgue con las nuevas doctrinas del nuevo autoritarismo blando que nos invade por todas partes.

En este contexto, no son pocos los que prefieren esperarlo todo de los poderes públicos, seducidos como están por un programa que consiste, lisa y llanamente, en escuchar promesas de una vida regalada. Promesas que no siempre llegan, pero que siempre están en el candelero, por si acaso. El Estado, como profetizaron los teóricos del nacional-socialismo, ha de ocuparse de todo, desde la cuna hasta la tumba. La libertad, incluso, es, según estas doctrinas, tarea del Estado, que se convierte, como señalara Hegel, en la encarnación del ideal ético y, por ello, en el bien en sí mismo.

La libertad, sin embargo, bien lo sabemos, constituye, afortunadamente, una conquista personal y diaria. No la otorga el Estado; menos, los políticos. Es una aventura permanente por ser uno mismo en un ambiente, por supuesto, de solidaridad. La lucha por la libertad en un contexto social en el que no todo es lo que parece, en el que la gente entrega su dignidad, a veces por un plato de lentejas, es una de las más gratificantes y apasionantes tareas que tenemos entre manos en este tiempo en el que existen numerosas cortapisas y dificultades para el ejercicio, por ejemplo, de la libertad educativa, de la libertad de expresión o de la libertad de investigación.

Hoy, a pesar de los pesares, todos conocemos bien la realidad de la libertad de prensa, de expresión, de investigación, de educación, del derecho a la vida, de la libertad religiosa, del derecho al honor o del derecho a la intimidad. Más bien, el pensamiento débil y el profundo miedo a la libertad que caracteriza estas sociedades de dominio de lo políticamente correcto ayudan a alumbrar una manera de estar en el mundo condicionada por el éxito, el poder o la notoriedad, a cuya consecución sacrifica todo, incluso tantas veces, la propia dignidad personal.

El derecho a la vida se conculca cotidianamente al impedir que los futuros seres humanos puedan venir a este mundo sin ni siquiera escuchar su opinión. La libertad religiosa, según cómo y dónde, se castiga, y se discrimina a la gente por ella. El derecho al honor y a la intimidad es actualmente, en ocasiones, una quimera ante la frivolidad y superficialidad con la que se emiten juicios y opiniones sobre la conducta de las personas. La libertad de expresión y de opinión acarrean determinadas consecuencias que, en un sistema presidido por la máxima de que el que se mueve no sale en la foto, garantizan una ramplona mediocridad en tantos sectores.

En fin, la libertad de educación es laminada también todos los días por los intentos del poder por controlar los centros educativos y los programas y contenidos que se imparten. Incluso, en el colmo de los colmos, se trata de imponer dogmas del pasado que ya prácticamente nadie sigue, ni siquiera en la orilla de la izquierda ideológica. El caso de la educación de la ciudadanía, tal como se plantea aquí, nos retrotrae a los peores momentos de la historia de las dictaduras.

Pues bien, aquí y ahora tenemos ante nosotros un panorama ilusionante y atractivo para librar una nueva batalla por la libertad. Probablemente, la historia del progreso humano no sea más que la suma de las luchas libradas por la libertad en diferentes momentos de la historia.

Hoy es tiempo para expresar las propias opiniones e ideas, ya que, al menos teóricamente, el espacio de lo público ha de ser abierto y plural. Hoy es bueno y saludable que la gente se entrene cotidianamente en el ejercicio de la libertad y la participación. La libertad siempre gana, más tarde o más temprano. Ahí está la historia para testimoniarlo.

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