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Una educación de espaldas al bien común

Vaya por delante que el título bajo el que giran estas líneas en modo alguno trata de dramatizar. Y mucho menos estigmatizar, el momento presente que vive el sistema educativo en sus distintos niveles.

Sin embargo, me apresuro a decir que, de lo conocido por las experiencias personales y de lo leído en tema de tan extraordinario interés, no creo recordar otro momento en el que la educación haya estado tan perdida, haya deambulado tan errática, y haya tenido un horizonte, si cabe hablar hoy de horizonte, tan oscuro y ajeno al interés social, como el que se palpa en la realidad actual.

Y es que, cuando de la educación se hace un arma para la revolución de las ¡deas o de la cultura, o simplemente se la convierte en instrumento electoral con el que embaucar a los votantes, ésta se convierte en presa de los intereses, se aleja de la función social que la educación debe perseguir, y se sitúa en un itinerario a ninguna parte, del que sólo puede esperarse el caos social en el que, como siempre, los perjuicios estarán desigualmente distribuidos, incidiendo más sobre los más necesitados.

¿De dónde procede tanto mal, y por qué? Parece fácil intuir que algo hay en la base del problema que así lo determina: la escasa o nula convicción en los protagonistas de la escena acerca del papel de la educación y su finalidad primordialmente personal y social; por lo que, sin un fin al que dirigirse, ninguna extrañeza puede producir la torpeza de los medios empleados, las más de las veces contradictorios en su propia dimensión.

La confusión que se produce en el mundo educativo, en el inicio de los años ochenta, entre igualdad de oportunidades e igualdad de resultados, sustituyendo esta última igualdad a la primera, se va a convertir en el rejón de muerte de la educación en España, y ello tanto en la primaria como en la secundaria y en la superior.

El objetivo deja de ser educar, garantizando la aplicación universal del sistema educativo, para convertirse en un objetivo, más halagüeño en la inmediatez, pero de gran engaño a medio y largo plazo, que es el de la titulación.

Si el objetivo es la titulación, hay que garantizar el mayor número de graduados, lo sean en su nivel primario de graduados escolares, como en el universitario en sus grados de diplomado o licenciado. La consecución del objetivo no reparara en costes, sobre todo, en aquellos que tienen una dimensión social: ir construyendo una sociedad ignorante, Inconsciente acerca de sus capacidades y, por tanto, una sociedad en retroceso. Es el resultado lógico de haber fijado una política educativa orientada a la titulación y al número de titulados, en lugar de orientarla a la educación y a la calidad de los graduados. No importa tanto el resultado en capacidades, habilidades y conocimientos de los que se gradúan, como las estadísticas del volumen de titulados. La calidad del sistema deja de basarse en el nivel de formación obtenida por los alumnos, en cada uno de los cursos del itinerario curricular, para referirla sólo a su dimensión cuantitativa de cuántos consiguen alcanzar el grado académico correspondiente.

En esa mesa en la que la igualdad en el resultado se ha convertido en objetivo del banquete, el menú está definitivamente elegido: cuanto menor sea el nivel exigido para el resultado, mayores posibilidades para alcanzarlo y, según el criterio establecido, mejor el sistema diseñado para la educación. Otra cosa es que sea menos educación, pero parece ser que eso no preocupa en exceso. Que un examen escrito en una licenciatura universitaria, por simple ortografía, no hubiera merecido el aprobado en aquel examen de ingreso al bachillerato, que se hacía a los diez años, es un dato, al parecer, que carece de interés para la política educativa.

Lo que importa es que tenemos muchos universitarios, de los cuales también muchos consiguen, algunos por prescripción, obtener su título de licenciado. ¿Para qué? ¿Con qué efecto? Quizá, tan sólo, para engrosar las estadísticas que rinden gloria a los políticos de la educación.

Muchos y buenos es, sin duda, mejor opción que buenos pero pocos. Sin embargo, muchos y malos es la peor de las opciones pues no solo confunde y engaña a los que se sienten facultados, sin serlo, sino que corrompen el sistema, deterioran el valor de las cualificaciones y perturban el orden social de la educación.

Por otro lado, el hecho de que los muchos sean necesariamente malos, no por ello requiere menos cuerpo docente -la contraria sería la hipótesis correcta-, con lo que la exigencia de esos nuevos "muchos" conduce a la misma situación: no van a ser muchos buenos sino muchos malos. Y, en esa espiral perversa, viene a hacerse realidad lo que se cuenta de un cruce de acusaciones entre un director general de Enseñanza Media y otro de Universidades: ante la denuncia del de Universidades del bajo nivel de los alumnos que llegaban a sus centros, el de Medías se limitó a responder que tenían el nivel que les transmitían los licenciados de la Universidad.

¿Tiene esto solución? Me atrevería a decir que sólo para alguien que no tenga especial interés en ser elegido en las siguientes elecciones. El problema, sin embargo, de una visión tan optimista es que algún otro sí que tendrá interés en ser elegido y, para ello, no le Importará demoler la bondad del sistema. Y esto, que podría pertenecer a la esfera de la alta política -alta también no por su dimensión trascendente sino por acepción puramente espacial- se ha transmitido también a los centros, convertidos en esferas de poder de cargos y carguitos, con desprecio casi pleno a la función institucional que históricamente han venido desempeñando.

El resultado hoy es bien palpable: en primaria y secundaria la carencia de la educación y su no compensación por enseñanza ha provocado que se configure un espacio de violencia y de falta de respeto mutuo a todos los niveles, llegando a ser frecuente la depresión como enfermedad profesional entre los docentes; en la Universidad, junto a la frustración profesional de los jóvenes licenciados, se ha implantado, para vergüenza de la institución, la expresión de carga docente, como si la docencia pudiera ser una carga para un profesor universitario, tratando de reducirla a pretexto de la Investigación científica que la propia Universidad renuncia a evaluar, confiando tal tarea a órganos externos y a índices no necesariamente relacionados con la calidad.

Se preguntarán cómo vivir en esta situación. Algo nuevo ha ocurrido para hacer la vida más fácil. Frente a otras épocas, el sistema educativo de hoy se ha dotado de una gran dosis de autocomplacencia; ésta, es el anticuerpo en el que se refugia hoy el sistema vital. Lo que ocurre es que esto no coincide con el bien de la sociedad.

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