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El Papa tenía razón
En una brillante conferencia en la Universidad de Ratisbona la semana pasada, el papa Benedicto XVI señaló los tres puntos cruciales que hoy están en peligro de ser sepultados por la polémica acerca de los supuestos comentarios ofensivos sobre el Islam.
El primer punto era que todas las grandes preguntas de la vida, incluyendo las cuestiones sociales y políticas, son en último término teológicas. Cómo pensamos (o no pensamos) acerca de Dios tiene mucho que ver en cómo juzgamos lo que es bueno y lo que es malo, y cómo pensamos sobre los medios adecuados para avanzar hacia la verdad en un mundo en el que hay profundos desacuerdos sobre la verdad misma de las cosas.
Si, por ejemplo, nos imaginamos que Dios es pura voluntad, una remota majestad con la que sólo es posible mantener una relación de sumisión irreflexiva, entonces podemos concebir que Dios pueda mandarnos aún lo que nos pueda parecer irracional - como el asesinato de inocentes. El Papa nos recuerda, sin embargo, que la tradición dominante cristiana, que hereda la judía, tiene un concepto diferente de Dios. El Dios de Abraham, Moisés y Jesús es un Dios de razón, compasión y amor, un Dios que sale al encuentro del hombre en la historia, apela tanto a su inteligencia como al corazón, e invita al ser humano a un diálogo de salvación.
Este Dios no puede exigir lo absurdo o lo irracional. La autorevelación de Dios, en la Biblia hebrea y en el Nuevo Testamento Cristiano, no anula o abroga la razón humana. Por ello la cristiandad siempre ha enseñado que el ser humano puede construir sociedades buenas mediante el uso de la razón.
El segundo punto, que se desprende del primero, era que esa violencia irracional que tiene el punto de mira en los hombres inocentes, las mujeres y los niños "es incompatible con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma humana". Si seguidores de ciertas corrientes de pensamiento en el Islam contemporáneo insisten en que asesinar inocentes haciendo estallar una bomba adosada al cuerpo del suicida, es un acto que complace a Dios, entonces hay que decirles que están equivocados: sobre Dios, sobre los designios de Dios y sobre las obligaciones morales de la naturaleza humana.
La responsabilidad para cuestionar esta retorcida visión de Dios y de la retorcida comprensión del deber moral que se deriva de ello es, en primer lugar, de los líderes islámicos. Pero hay demasiados pocos líderes, parece que sugirió el Papa, que hayan estado dispuestos a emprender una purificación de la conciencia del Islam - del mismo modo que el papa Juan Pablo II enseñó a la Iglesia Católica a purificar su conciencia histórica.
Sabemos que, en el pasado, los cristianos usaron la violencia con la intención de extender el cristianismo. La Iglesia Católica se ha arrepentido públicamente de esas deformaciones del Evangelio y ha desarrollado una profunda crítica teológica sobre las incomprensiones que causaron tales episodios. ¿Puede por tanto la Iglesia ser de alguna ayuda a los valientes reformadores del Islam, que aún a riesgo de su propia vida, tratan de desarrollar una crítica islámica paralela a las tergiversadas y letales ideas de algunos de sus correligionarios?
Con la cita del "brusco" diálogo entre el emperador Bizantino y el erudito islámico, Benedicto XVI no quiso hacer una anotación retórica barata; trató de ilustrar la posibilidad de arduo pero racional diálogo entre cristianos y musulmanes. Ese diálogo sólo puede tener lugar, sin embargo, sobre la base de un compromiso compartido de razonar y un mutuo rechazo de la violencia irracional en nombre de Dios.
El tercer punto del Papa - prácticamente ignorado - se dirige a Occidente. Si la elevada cultura occidental se mantiene circunscrita a juegos de salón de postmodernismo irracional - en el cual encontramos "tú verdad" y "mi verdad" pero nunca "la verdad" - Occidente será incapaz de defenderse. ¿Por qué? Por que Occidente no podrá dar razón de que su empeño por la civilización, la tolerancia, los derechos humanos y el imperio de la ley son valores a defender. El mundo Occidental despojado de sus convicciones sobre las verdades que constituyen la civilización occidental, no puede contribuir útilmente a un genuino diálogo de civilizaciones, pues tal diálogo debe basarse en una comprensión mutua de que los seres humanos pueden, aunque imperfectamente, llegar a saber la verdad de las cosas.
¿Puede el Islam ser autocrítico? ¿Pueden sus líderes condenar y marginar a los extremistas, o está condenados los musulmanes as ser rehenes de las pasiones de aquellos que consideran el asesinato de inocentes un acto agradable a Dios? ¿Puede Occidente recuperar su compromiso con la razón y así ayudar a los reformadores del Islam? Estas son las grandes preguntas que el papa Benedicto XVI ha puesto en la agenda del mundo.
Hombre y mujeres de razón y buena voluntad deberíamos estar muy contentos de lo que ha hecho el Papa.
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