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El futuro de la familia

La familia ha sido la víctima típica de todas las paradojas del Estado de Bienestar

Una tendencia común a todas las épocas parece ser la proclividad a considerar que ese tiempo que en cada caso se está viviendo tiene algo de excepcional. Siempre tiende a pensarse que es el final de una etapa ya completamente superada y la inauguración de un período radicalmente nuevo, en el que será posible despedirse definitivamente de las viejas costumbres. Por ejemplo, desde mediados del siglo XVIII se da al cristianismo por muerto y enterrado. Pero el cristianismo entierra a sus enterradores y renace de sus cenizas como el Ave Fénix. También aquí vale lo del clásico del teatro español: "Los muertos que vos matáis gozan de buena salud". Para desesperación de los secularistas a ultranza, es preciso seguir contando con la religión, porque una mayoría de la población mundial continúa estimándola como indispensable.

Algo de eso está sucediendo hoy con la familia, a la que algunos -confundiendo quizá su deseo con un pensamiento- dan por disuelta y acabada. No es la primera vez ni será la última. Pero, afortunadamente, la institución familiar sale adelante. La inclinación de la mujer y el varón a crear entre ellos un vínculo estable y fecundo, que sirva de cauce al amor mutuo y permita educar hondamente a los hijos fruto de ese amor, está demasiado enraizada en la condición humana como para que una mutación social o económica acabe anulándola.

Se dice que en el momento en el que el hogar dejó de ser un centro de producción y de consumo la familia tradicional tuvo que dejar paso a la familia nuclear. Quizá hubo algo de esto, pero en todo caso la institución familiar se adaptó a los cambios y salió incluso reforzada de tal lance. Pero se da un nuevo giro de rosca a esta idea y se mantiene que el hecho de que la mujer haya empezado a trabajar fuera de casa implica la muerte de la propia familia. Ahora bien, la noticia de tal fallecimiento parece un poco exagareda. Porque ya son muchísimos los grupos familiares que han atravesado la nueva situación y, con más o menos dificultades, han logrado consolidar esa comunidad cercana que constituye la única salvaguarda contra la soledad, y que no puede ser sustituida por ningún aparato jurídico que regule los modos de afrontar situaciones de dependencia.

Se comienza a mantener, en la actual línea política de intentar asustar a los presuntos conservadores, que el gran enemigo de la familia es el capitalismo. Y, por tanto, que son incoherentes quienes defienden a la vez la institución familiar y la libre empresa. Pero los que lanzan tal especie no se dan cuenta de que la libertad es indivisible y que la familia es la raíz que nutre la vitalidad de la sociedad civil. Los ataques actuales a la familia dejan siempre tras de sí un inconfundible tufo a totalitarismo que un progresismo tan proclamado como irreal no consigue disipar. La memoria histórica también tiene en este punto mucho que decir.

Desde luego, el materialismo economicista -sea de izquierdas o de derechas- no es el mejor amigo de la familia. Pero, en todo caso, no es su único enemigo. La familia ha sido la víctima típica de las paradojas del Estado de Bienestar. Ha sido instrumentalizada primero y descartada después por la arrogancia de los políticos, la codicia de los traficantes y la propaganda de los ideólogos. Todos ellos han intentado convertirla en una instancia suplantable y prácticamente superflua, porque se ha prescindido sistemáticamente de los vínculos permanentes de responsabilidad personalizada que constituyen la médula de las relaciones familiares.

El adversario más insidioso de la familia no proviene hoy de los intercambios mercantiles, sino de la ideología de género. Atrás han quedado, como si estuvieran superados, el feminismo radical y la organizada presión homosexista. La perspectiva de género intenta realizar socialmente algo aún más turbio. Se trata de un poliformismo emocional que deconstruye la sexualidad y lleva a una postura vital letalmente ambigua. La vieja dialéctica, retraída ya de las relaciones de producción, se ha refugiado en la sensitividad corporal. El bucle conceptual que ahora se riza es la superación de todas las diferencias y, al mismo tiempo, su integración en un mismo cuerpo, de manera que no haya diques para el despliegue del deseo.

A la mentalidad de género se están sacrificando actualmente las mejores energías de nuestra sociedad. Pero el mimetismo hacia la familia, la necesidad de imitarla y de beneficiarse de su prestigio, es algo que sigue muy vivo. Prueba de ello es el intento de integrar el matrimonio en la perspectiva de género, y el empeño por facilitar jurídicamente la adopción de niños o facilitar su producción tecnificada.

En cualquier hipótesis, el futuro pertenece siempre a la familia. Porque no sólo le corresponde la generación de las nuevas vidas, sino también su cuidado y su educación. La familia no admite sustituto válido.

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