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El espíritu de Europa
Nuestro mundo necesita a Europa, porque necesita un espacio democrático multicultural
La reciente visita de Benedicto XVI a Baviera ha supuesto un relanzamiento de la idea de Europa, que se había amortiguado sensiblemente en los dos últimos años.
La canciller Angela Merkel se comprometía públicamente a defender las raíces cristianas de Europa con ocasión de su próximo mandato de seis meses al frente de la Unión Europea. A su vez, el presidente federal Horst Kohler -también luterano- pedía al Papa que avanzara con decisión en el camino de la unión entre las iglesias cristianas: "Sé que no puede ponerse fin de un plumazo a casi 500 años de desarrollo teológico y prácticas religiosas diferentes, pero como protestante tengo la esperanza de que esta evolución ecuménica prosiga en el mutuo respeto y en el reconocimiento de las esenciales afinidades. Son más los elementos de unión que de separación". Todo esto era realmente impensable sólo dos años atrás cuando el escepticismo dominaba el panorama europeo.
En estos mismos días el sociólogo Zygmunt Bauman declaraba su esperanza en el futuro de Europa: "Padecí la Segunda Guerra Mundial y ahora personas distintas conviven sin matarse. Hemos de aprender el arte de vivir. George Steiner contempla Europa como la casa del espíritu y el intelecto. Nuestro continente perecerá si no constituye una referencia espiritual clara". Incluso el revuelo suscitado en algunos países islámicos por la malinterpretación -en algunos casos quizá interesada- de un pasaje de la lección de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona ayuda a perfilar todavía más la identidad europea. En aquel discurso a los representantes alemanes del mundo de la ciencia el Papa afirmaba que el encuentro de fe bíblica y de pensamiento griego, "al que se une luego el patrimonio de Roma, ha creado Europa y permanece como fundamento de aquello que, con razón puede llamarse Europa", y con enorme fuerza invitaba a la razón científica a ensanchar sus horizontes abriéndose a la religión para poder entrar así en diálogo con las culturas.
Ese gran intelectual que es Benedicto XVI venía a decir que nuestro mundo necesita a Europa, porque necesita un espacio democrático multicultural en el que la razón pueda ser proseguida comunitariamente por encima de los intereses económicos y de poder estratégico. Efectivamente, son muchos quienes advierten el papel central que en el momento presente puede desempeñar Europa como contrapeso de la maquinaria bélico-industrial norteamericana tantas veces brutal, despiadada y, en última instancia, torpemente irracional.
Hace muchos años vio esto muy bien Eugenio d'Ors cuando definía la Primera Guerra Mundial -la "Gran Guerra" era llamada entonces- como una guerra civil, como una guerra entre hermanos, entre ciudadanos de una misma comunidad. La dolorosa experiencia de las guerras que en el siglo XX asolaron nuestro continente fue el origen de la Unión Europea. Frente a los nacionalismos exacerbados que llevaron a los terribles enfrentamientos fratricidas se alzaba el ideal de una comunidad plural, unida y en paz, en la que los desacuerdos se dirimieran por procedimientos democráticos y no mediante la imposición del más fuerte.
En su fascinante libro El mundo de ayer. Memorias de un europeo Stefan Zweig recordaba cómo, antes de 1914, "la Tierra era de todos. Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; antes de 1914 viajé a la India y a América sin pasaporte y en realidad jamás en mi vida había visto uno". Noventa años después los europeos hemos recuperado aquella libre circulación de personas que tanto deslumbra a los visitantes foráneos, en particular a los norteamericanos. La sistemática acogida -con sus luces y sombras- de inmigrantes de todo el mundo en nuestro continente es la mejor demostración de que el espíritu de Europa está vivo y de que sus raíces cristianas son fecundas. Al ver los rostros de los subsaharianos al descender de los cayucos me gusta pensar que no desean llegar a la Europa de los mercaderes, sino a la Europa de la libertad, de la convivencia democrática, del respeto mutuo: ese es el genuino espíritu de Europa.
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