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Escuchar a los padres

Los padres, primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen derecho de promover una educación de acuerdo con sus principios y convicciones.

Las conclusiones del Consejo de Especialistas para la Educación no revelan nada nuevo: ante la asignatura pendiente que representa la educación, urge promover una reforma integral del sistema educativo, mediante un compromiso nacional que involucre a todos los sectores sociales.

Justo es reconocer que ha habido avances, que los esfuerzos no han sido inútiles, sin embargo, para lograr desterrar los vicios que nos mantienen atrapados, habrá que logar un cambio conceptual, una transformación radical en la manera de impartir la educación, más allá del aula.

La sociedad se mejora desde las personas, compromiso inmenso que más que una ciencia es un arte, el arte de transformar a cada individuo, de logar actualizar sus potencialidades hasta convertirlo en alguien responsable, equilibrado y productivo, tarea que rebasa, por mucho, cualquier esfuerzo gubernamental.

El Estado debe reconocer en la práctica, que es el hogar primer espacio educativo, el ámbito fundamental de socialización de la persona. Es ahí donde se aprenden los hábitos indispensables que constituirán la base del aprendizaje futuro, como podría ser el orden, la constancia, la perseverancia, el espíritu inquisidor, el amor a la verdad, el sentido de autoridad, el respeto, la amistad o la laboriosidad. Pedagogos y psicólogos coinciden en afirmar que son los primeros cinco años de vida del niño cuando se fincan las bases que integran la personalidad. No me refiero a un determinismo que niega la libertad individual por un fatalismo irreversible. El hombre será siempre susceptible de mejora a pesar de las circunstancias adversas que lo limiten, pero hay que reconocer la dificultad o la ventaja que supone el ir arrastrando vicios por la vida, o el contar de antemano con las virtudes.

Antes de hacer su entrada al aula, el niño tendrá que reconocerse como alguien valioso, alguien tan importante, que merece la aceptación incondicional y el amor de sus padres, independientemente de sus cualidades o limitaciones. Es en la aceptación y en el amor de sus padres donde el niño finca la seguridad necesaria que le permitirá pisar fuerte en la vida, reconocerse como un ser valioso capaz de superar obstáculos y lograr grandes retos.

¿Quién podrá tener mayor interés en el aprendizaje de sus hijos que sus mismos padres, primeros responsables de su educación? ¿Quién podrá conocerlos mejor? ¿Quién será capaz de comprometerse con visión de futuro? ¿Dónde podría el gobierno encontrar mejores aliados, consejeros, expertos, maestros, amigos y guías, que en los padres de los alumnos?

El papel del Estado es subsidiario, debe estar al servicio de quienes tienen la responsabilidad y por tanto el derecho prioritario que la naturaleza y la ley les confiere.

Habrá que impulsar medidas que restauren la confianza entre padres y profesores. Otorgarles un peso mayor en las decisiones que se van a poner en práctica en la escuela. Considerar la colaboración de los padres como un elemento esencial del sistema educativo y no simplemente como un añadido opcional o concesión gratuita.

Urge crear comités permanentes de carácter consultivo, integrados por representantes de los padres de familia, que ayuden a formular las líneas maestras de la política educativa. Cada centro de enseñanza transformado en comunidad educativa por la participación de los padres, debería nombrar a dos profesores que dediquen tiempo completo a la atención de la familia. Los padres deberán estar bien informados acerca de lo que sucede dentro el aula y de actividades diarias de sus hijos en la escuela. Para que esto sea posible no debe quedar en buenas intenciones, sino asignar una partida presupuestal específica destinada a la atención profesional que merecen los padres. Es importante escucharlos para que la educación dé el salto y sea eficaz.