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Evolución y fe, compatibles

«He retado a más de uno a hacer una encuesta en Burgos sobre la posibilidad de que surja la catedral por casualidad y nadie ha aceptado. Pues bien, el cerebro humano es infinitamente superior a una catedral», mucho más complejo: ¿es posible que haya surgido por azar? Es una de las preguntas que se plantea el profesor Sayés, de la Facultad de Teología de Burgos, y autor de Teología de la Creación (ed. Palabra)

El Génesis nos proporciona 4 verdades fundamentales: todo ha sido creado por Dios; el hombre posee una dignidad sagrada, en cuanto que fue creado a imagen y semejanza de Dios; la mujer es de la misma dignidad que el hombre, como nos muestra el símbolo de la costilla; hubo un pecado al inicio de la Historia con fatales consecuencias para la Humanidad...

El problema de la interpretación fundamentalista es que no es capaz de distinguir entre el contenido doctrinal y el ropaje literario. Pero entremos en el debate de la evolución. Según Darwin, la lucha por la vida tiene como consecuencia la supervivencia de los más fuertes. Hay una selección natural, según la cual se conservan y transmiten las variedades favorables. Pero Darwin no conocía la existencia del ADN, que no cambia nunca. A finales de 1930, se formula el neodarwinismo o Teoría sintética, el cual combina las mutaciones genéticas que surgen al azar con la selección natural.

En El azar y la necesidad, J. Monod pone este ejemplo: imaginemos que el señor Dubois trabaja en la reparación de un tejado y se le cae el martillo que mata al señor Dupont, que andaba por la acera. Estamos ante un acontecimiento totalmente imprevisible... Esto es lo que ocurre en el fenómeno de la evolución, dice Monod. Pero aquí Monod confunde imprevisibilidad con incausalidad. El que algo sea imprevisible no quiere decir que carezca de causa. La caída del martillo es imprevisible, pero tiene una causa: la inadvertencia del señor Dubois y la ley de la gravedad. Y es que no cabe entender el azar como ausencia de causa. Todo lo que ocurre tiene una causa.

Cuando el cardenal arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, escribió, en julio de 2005, en el New York Times, el artículo Finding Design in Nature, surgió un gran debate. Se le acusó de fundamentalista y de no aceptar la evolución, lo cual es falso. Su tesis es que el neodarwinismo, en la medida en que niega la existencia de una inteligencia ordenadora, se convierte en ideología, porque hace afirmaciones que van más allá del campo científico. La evolución no se puede explicar en sus últimas causas desde la ciencia, sino desde la filosofía.

Cuestión de sentido común

Decíamos que no se puede entender la casualidad como ausencia de causa, pero dicho concepto se puede referir también al orden. Y el orden puede ser convencional u objetivo. Orden convencional, por ejemplo, es el orden alfabético y, efectivamente, si tiro al aire las 28 letras del alfabeto recortadas en cartón una después de otra, no se puede negar la posibilidad de que un día cayeran en orden. Pero no ocurre así con el orden objetivo, es decir, cuando elementos de suyo dispares están compenetrados de forma permanente para cumplir una finalidad compleja. Pensemos, por ejemplo, en el cerebro humano, cuyas células están combinadas de tal modo que componen un conjunto con una función de computadora. Si yo quiero acordarme ahora de mi pueblo, el cerebro me suministra en un segundo miles de fotos en color. No hay una computadora que funcione así, y, menos, una computadora hecha de agua como es el caso del cerebro en su 80%. Éste es un diseño inteligente que requiere una Inteligencia que lo explique, como también la catedral de Burgos requiere la existencia de un arquitecto. He retado a más de uno a hacer una encuesta en Burgos sobre la posibilidad de que surja la catedral por casualidad y nadie ha aceptado. Pues bien, el cerebro humano es infinitamente superior a una catedral.

Por otra parte, no es preciso que Dios intervenga puntualmente en la aparición de cada especie. Basta con que potencie el ser que ha dado a las cosas para que, desde dentro, se desarrolle en una determinada dirección. Yo acepto el Big Bang, pero ¿cómo se puede explicar que una partícula comparable a una fracción de núcleo de átomo de hidrógeno representada por la unidad precedida de 48 ceros pueda tender por sí sola a la realización del proyecto hombre? Nada puede tender a un proyecto si no lo conoce.

Decía Crick, el descubridor de la estructura espacial del ADN, que un hombre honrado tendría que aceptar que el origen de la vida se debe a un milagro. Confesaba también Benedicto XVI, en Ratisbona, que, si la evolución no va acompañada de una razón creadora, no se puede explicar la aparición del orden de este mundo. En el fondo, se trata de una cuestión de sentido común. Hace poco hablaba con una muchacha que tenía unos ojos azules preciosos, en los que se adivinaba el fondo de su alma... Demasiada belleza para que surja por casualidad.

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