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Debate sobre el Crucifijo

El Crucifijo concierne a todo el mundo y no solamente desde el punto de vista artístico

Con frecuencia -en nuestro país y en otros de un ambiente cultural semejante- se plantea la cuestión de si se ha de retirar el crucifijo del aula de una escuela, de la sede de un tribunal o de un despacho de la administración pública. E incluso en algún caso, en el otro sentido, se discute si puede ser conveniente volver a colocarlo, si se ha quitado, o ponerlo allí por primera vez. No nos interesa ahora separar os casos en que el problema se presenta, por un escrúpulo de orden constitucional, por una actitud sectaria, o algún otro motivo apreciable.

Y el tema no ha dejado todavía de tener actualidad cuando, de diversas maneras, se quiere definir la identidad cultural de Europa, ante el hecho de una convivencia creciente con hombres y mujeres venidos de otros ámbitos geográficos o históricos, en el amplio fenómeno de una inmigración que -no hace falta recalcarlo- responde a las necesidades de ambas partes: de los envejecidos países receptores y de la promoción, sobre todo económica, de los que vienen de otros continentes.

Y es que es una realidad con la cual, sin duda, la Providencia debe contar para algo.

Es un tema que tiene relación con los trabajos de orden constitucional encaminados a proporcionar a la Europa unida unos buenos instrumentos jurídicos, y con el hecho de que no se continúe pidiendo alguna mención expresa de las raíces cristianas -o judeocristianas- de la civilización europea.

Se puede pensar que se requerirían más razones para eliminar el crucifijo de un lugar, cuando ya está allí, que para mantenerlo allá donde se encuentra, aunque sólo sea porque suele ser más fácil dejar las cosas como están, que cambiarlas. Pero seguro que no es de ningún modo despreciable el número de personas que estiman que habría igualmente argumentos válidos para ponerlo si no está, o no ha estado nunca, y no sólo en un país de tradición cristiana mayoritaria, sino en cualquier otra área cultural.

En un aspecto o en otro, y no solamente en el artístico, el Crucifijo concierne a todo el mundo: todos los hombres intervinieron de alguna manera en la muerte de Cristo -tanto los gentiles: los romanos y sus mercenarios- que la decretaron y la ejecutaron- como los judíos que la habían pedido. Y a todos, sin excepción, el condenado perdonaba, y a todos, el Dios hecho hombre destinaba los frutos de su sacrificio redentor.

No todos sabrán ver en Cristo su divinidad, pero todos encontrarán en él su humanidad. Allí está aquel hombre que sufre, a quien Pilatos había señalado diciendo: "Ecce Homo!" -he aquí el Hombre- y que puede ser contemplado como el Hombre por excelencia, el modelo de todos los valores y de todas las virtudes humanas, que en la cruz sufre, ama, perdona. No es apropiada su imagen para una escuela donde se han de formar los hombres y las mujeres?

El Cristo clavado en la cruz es el resultado de una sentencia injusta, culminación de un juicio inicuo. ¿Por ventura no es oportuno que en un lugar donde han de actuar no solamente los jueces sino que en él tienen también su papel acusadores, defensores y testigos, este recuerdo plástico de un hecho histórico sea un grito de atención para que no se vuelvan a repetir injusticias parecidas?

Está claro, con todo, que hay un caso en que es mejor que el crucifijo no esté: cuando los que ocupen aquellos lugares -sobre todo si se declaran católicos- pretenden que todo lo que se hace allí tenga la marca de garantía de la presencia del santocristo, y no la merezca.

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