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¿Qué hay más allá del Estado-nación?

El Estado-nación moderno luchó en torno a cuatro objetivos en el curso de su desarrollo desde el siglo XVI hasta el siglo XIX en Occidente: dominio territorial, control administrativo, consolidación de la identidad cultural colectiva y legitimidad política mediante una creciente participación democrática. Existe amplio consenso en cuanto a que estas cuatro funciones del Estado están sufriendo profundas transformaciones. Si el sistema del Estado-nación, caracterizado por el 'mundo interior' de la política territorialmente delimitada y el 'mundo exterior' de las relaciones exteriores diplomáticas y militares, no ha llegado a su fin, al menos está siendo profundamente reconfigurado.

La globalización trae consigo el arraigo de las funciones materiales y administrativas del Estado en un contexto cada vez más volátil, que excede con creces su capacidad para influir sobre decisiones y resultados. El Estado-nación es, por un lado, demasiado pequeño para lidiar con los problemas económicos, ecológicos, inmunitarios e informativos que crea un entorno más interdependiente. Por el otro, es demasiado vasto para contener las aspiraciones identitarias de movimientos sociales y regionalistas. En estas condiciones, la territorialidad se convierte rápidamente en una delimitación anacrónica de funciones materiales e identidades culturales.

El carácter cambiante del Estado-nación afecta a los ciudadanos. En el mundo moderno, la ciudadanía significó la pertenencia a una comunidad política delimitada, ya sea un Estado-nación, un Estado multinacional o una federación de Estados. El ciudadano es una persona que posee derechos de pertenencia para residir en un territorio, que está sujeta a la jurisdicción administrativa del Estado y que, idealmente, también pertenece a un soberano democrático en cuyo nombre se promulgan las leyes y se ejerce el gobierno. Siguiendo a Max Weber, podemos decir que esta unidad de residencia, sujeción administrativa, participación democrática y pertenencia cultural constituyó el modelo 'ideal-típico' de ciudadanía en el moderno Estado-nación occidental.

A pesar del dominio de este modelo sobre nuestro imaginario institucional y político, vivimos en un mundo en el que las democracias liberales deberán reconocer que la ciudadanía unitaria ha llegado a su fin. Los movimientos multiculturales son una manifestación de estas transformaciones y asimismo tienen un papel fundamental en modelar el futuro. Las demandas multiculturalistas son antitéticas con el modelo weberiano en todos los sentidos: abogan por la pluralización de las identidades culturales, exigen la descentralización de la uniformidad administrativa y la creación de múltiples jerarquías jurídicas y jurisdiccionales, exigen la devolución del poder democrático a las regiones o grupos y celebran el debilitamiento del vínculo entre la residencia territorial ininterrumpida y las responsabilidades ciudadanas.

La trayectoria principal de la globalización todavía va desde el centro hacia la periferia y no viceversa. En este proceso, las corporaciones transnacionales y mundiales están interconectando al mundo a través de los mercados de materias primas y valores, títulos y microchips, redes televisivas y discos satelitales. El movimiento de capitales y servicios entre las fronteras de los Estados-nación occidentales e, incluso, los asiáticos avanzados es mayor que el movimiento de personas. Entonces, ¿cuál es la alternativa al sistema actual de Estados-nación ya en decadencia? ¿Una res publica mundialis o un global.com?

Nos enfrentamos al riesgo genuino de que el movimiento mundial de personas y materias primas, noticias e información, propicie un flujo permanente de personas sin compromisos, industrias sin responsabilidad, noticias sin conciencia pública y difusión de la información sin un sentido de los límites y la discreción. En esta 'civilización global.com', las personas se reducirán a una dirección de correo electrónico en el espacio virtual y sus vidas políticas y culturales proliferarán en gran medida en el universo electrónico y digital, en tanto sus vínculos temporales serán de corta duración, cambiantes y superficiales.

Ante nuestra situación actual, se ha invocado con frecuencia el concepto de Kant de 'ciudadanía cosmopolita' como una posible alternativa. Pero Kant consideraba que el cosmopolitismo era una actitud ética, no una forma de organización política. El interés ético por el mundo que debía demostrar el ciudadano mundial era posible sólo dentro del marco de los vínculos del ciudadano con una república específica. Kant concebía un mundo en el que todos los miembros de la raza humana serían participantes en el orden civil y se unirían en la condición de 'asociación legal'. Kant se tomó el trabajo de diferenciar entre un 'gobierno mundial', que sería un 'despotismo sin alma', y una 'federación mundial', que permitiría el ejercicio de la ciudadanía dentro de comunidades delimitadas.

La res publica mundialis no puede ser una única república mundial; sólo una federación de repúblicas individuales es compatible con la idea republicana de libertad. Si nos remitimos a la raíz del término república y recordamos que deriva del latín res publica, que significa 'la cosa común' o 'aquello que todos comparten', la pregunta actual es: ante la decadencia de los modelos unitarios de ciudadanía, ¿qué forma tomarán las comunidades delimitadas y la ciudadanía democrática para permitir el ejercicio de la deliberación y la experimentación democráticas, así como el reconocimiento de la diversidad?

En la medida en que las futuras colectividades se reconstituyan mediante la resignificación democrática de sus legados culturales, en la que puedan participar todas las personas afectadas, es factible trazar nuevos límites territoriales y fronteras nacionales y reimaginar nuevas instituciones de representación, gobierno y participación en el poder. Éste es el desafío futuro en la tarea, a veces utópica, de sintetizar la libertad colectiva, la igualdad democrática y la diversidad cultural.

Advertimos dos desafíos a esta visión de pluralidad cultural y controversia democrática: las diferencias culturales que se arraigan en formas de vida premodernas vinculadas con la tierra y los movimientos fundamentalistas, especialmente el islámico, que aborrecen la hibridación y niegan la complejidad cultural. El auge de los fundamentalismos en el mundo actual es una reacción profunda no sólo contra la globalización, sino contra la creciente hibridación de culturas, pueblos, idiomas y religiones.

A los fundamentalistas que rechazan todo tipo de cambio les resulta imposible vivir en un mundo globalizado de incertidumbre, hibridación, fluidez y controversia. Estos grupos le declaran la guerra a la civilización global o se consumen en actos de fervor apocalíptico; o con frecuencia se producen los dos fenómenos. Esta búsqueda de la 'pureza' está destinada al fracaso -ya sea el sueño de pureza racial de los nacionalsocialistas en el siglo XX, o los de un 'verdadero Islam' en el siglo XXI-, pero no antes de causar un enorme daño y sufrimiento humano, inestabilidad y terror.

Ahora bien y en definitiva, el dilema ante el desafío surge por la imposibilidad de predecir si estos movimientos se desintegrarán bajo el peso de sus propias contradicciones, a través de la disidencia interna, la desilusión y las traiciones, o si deberán ser derrotados por la fuerza.

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última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=5936 el 2006-10-30 11:45:52