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El parto de los montes
El cristianismo fue intolerante en tiempos, y luego aprendió a convivir con otras confesiones
He leído, con fatiga considerable, el informe que los veinte notables comisionados por la ONU acaban de publicar sobre la Alianza de Civilizaciones. Se trata de un documento que nace muerto. Nadie se puede tomar en serio una iniciativa copatronizada por un señor—Erdogan— que incurre en la grosería de volver la cara al Papa, máximo exponente de una de las civilizaciones a las que teóricamente se pretende avenir. Pero el documento aloja unos contenidos, y estos contenidos son independientes del contexto en que el documento se ha alumbrado. Bien ¿qué cabe decir del texto en sí?
Se ha sostenido que las reflexiones de los notables están sesgadas hacia el Islam, y que abundan en prejuicios tercermundistas. Esta apreciación no es del todo justa. Más acertado sería afirmar que el documento es inane, y a ratos, estúpido. Y que su sesgo innegable deriva más de las propias circunstancias, que de posiciones ideológicas. Empecemos por lo innegablemente estúpido. En el apartado de las recomendaciones, se insta a los gobiernos, y también a los particulares, para que creen fondos de riesgo encaminados a indemnizar ciertas producciones de cine o televisión. ¿Cuáles? Aquéllas en que se mitiguen los estereotipos lesivos para un buen entendimiento mutuo. Hablando en plata: se compensaría al cineasta saudí que trata con comprensión a los cruzados, o al español que pone en su sitio a los Reyes Católicos. Sólo a un tonto de capirote se le puede ocurrir una providencia tan ridícula. ¿Se imaginan el negocio que esto podría suponer para los productores de ocasión? ¿Se imaginan el gasto innecesario, y el nulo impacto, que la iniciativa traería consigo? La idea, y de paso, el documento en su integridad, transpiran un ordenancismo voluntarista, rancio, y expuesto a la corruptela colateral. Si esto es un reflejo de la ONU, que venga Dios y nos asista.
El informe es inane. Los principios que lo inspiran son, por así expresarlo, de raíz laica. Se empieza por decir que las diferencias religiosas, en el fondo, no son lo importante, y que por no ser importantes, se pueden resolver mediante cláusulas de cautela negociables entre responsables prudentes.
El caso, sin embargo, es que existe un problema porque las religiones son importantes. Los islamistas fanáticos estiman que la Palabra Revelada no se puede sujetar a criterios de oportunidad política. Por eso están dispuestos a matar. Este hecho es por completo independiente de la cuestión, intrínsecamente vacía, de si el Islam está determinado o no a formas de expresión violentas. Toda religión que se estime acreditada por la Palabra de Dios se halla expuesta a momentos de intolerancia, y por tanto, de violencia.
El cristianismo fue intolerante en tiempos, y luego aprendió a convivir con otras confesiones y con el Estado aconfesional. El problema es que las sociedades islámicas no han conseguido aún esa adaptación. Es concebible que la logren. Pero es absurdo pensar que lo harán sintiéndose deslumbradas por la Declaración de Derechos Humanos de la ONU. Si la declaración fuera automáticamente deslumbrante, no habría conflicto, contencioso. Es sabido, por cierto, que el documento ha sido recibido por los medios musulmanes con indiferencia, si no con hostilidad.
Finalmente, es verdad que el documento está sesgado. Quiero decir con esto, que las prácticas que en él se encarecen están orientadas en esencia a las naciones democráticas. Es natural, o mejor, inevitable. Pensemos en la ocurrencia, también estúpida, de sugerir para la prensa unas normas de comportamiento ético análogas a las que gobiernan el ejercicio de la medicina. Aparte el hecho de que el paralelo es desastroso, y que refleja una incomprensión absoluta de lo que es la libertad de prensa, nos encontramos con que la medida sólo sería aplicable allí donde ya existe libertad de prensa. No vale para Arabia Saudita. Como no habría valido tampoco el ejemplo del productor de cine que recibe un extra por hermosear un poco a los cruzados y afear otro poco a Saladino. En Arabia Saudita, ¡ay!, existe un régimen teocrático, no una democracia con libre mercado.
¿Resultado? Que la apelación genérica a la libertad política, apelación que explícitamente se hace en el informe, queda sumergida por un alud de amonestaciones sólo relevantes para la mitad libre de las dos partes en disputa. O sea, Occidente. Sería Occidente el que debería hacer el gasto, no su presunto interlocutor.
Todo quedará, me temo, en la creación de un comité permanente destinado a enunciar perogrulladas en el de los mejor casos, o a censurar los efectos indeseables de la libertad, en el otro. Las cuentas de la ONU, muy confusas ya, se harán todavía un poco más confusas.
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