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Licencia para matar
A menudo me sorprendo, no demasiado gratamente, cuando observo que los medios de comunicación reportan el enorme aumento de asesinatos de inocentes, es decir, del aborto. Y sucede en todo el mundo, sin importar raza ni religión. Pareciera ser, que el proceso por el cual se mata a un niño indefenso, con todo el derecho a vivir, se asemeja a la finalización del ritual de cualquier almuerzo en un local de comidas rápidas, donde una vez terminada la hamburguesa, se elimina la cajilla que la contiene e inmediatamente se pasa a otros menesteres.
Sobran eufemismos para tratar de aquietar las conciencias y presentar la ejecución del inocente como un proceso natural, uno más entre miles cotidianos. Se lo llama «interrupción del embarazo», «interrupción de la gestación», «extracción del feto», etc. Intereses económicos y políticos tras estas actitudes siniestras sobran, no cabe ninguna duda.
Las excusas para impedir, cual dictadores y dueños de la naturaleza, el nacimiento de un nuevo ser humano, suelen ser bastante variadas y para todos los gustos. Comenzando por el futuro económico incierto de los padres, hasta llegar a escuchar, en reuniones con poco público por lo general, que la criatura ha llegado en un momento poco oportuno, que la prioridad la tiene el viaje en crucero alrededor del mundo o el automóvil último modelo, imposible de adquirir si sumamos los gastos que cualquier niño normal genera.
¿Desde cuándo los padres tienen el derecho y la potestad de decidir el destino de una nueva criatura? ¿Desde cuándo es prioridad matar a un inocente para salvar otra vida? ¿Por qué el hombre se empeña en hacer todo a su medida, desoyendo los consejos de las buenas conciencias, del pensamiento normal y humano, no animal?
Adolf Hitler y Josef Stalin, por citar sólo dos referencias históricas, han sido unos dementes y unos criminales, que mataron indiscriminadamente en pos de la victoria de unas ideas perversas. Quienes abortan con plena conciencia no están nada lejos del concepto de asesinos. Más bien, les calza a la perfección.
Por supuesto, cada «interrupción del embarazo» es un secreto de Estado entre dos personas. Lo que si debe hacerse público es que al concubino, pareja de turno o marido, lo han ascendido de trabajo o que la mujer se ha sometido a una cirugía que le ha devuelto los años mozos. Pero cuidado, la condición social no es nunca un atenuante para matar. Pobres, ricos y no tanto, son asesinos, con las mismas letras y con el mismo grito.
Tú, Tomás, hoy no nacerás porque la señora que te lleva dentro prefiere su bienestar a tu alegría. Tú, Josefina, no verás la luz mañana, porque tu madre y el tipejo que la acompaña han juzgado, como jueces absolutos, que es mejor tener unos añitos más de tranquilidad. Tú, Ramiro, sé que quieres tener derecho a vivir, pero resulta que no serías aceptado socialmente, porque lamentablemente eres el fruto de una relación furtiva y prohibida. Tú, María, sentirás el dolor de unas tijeras que te destrozan como un papel; pero no importa: para los entendidos, para los animales que llevan guardapolvo blanco y la gente que les paga, no eres más que un grupo de células, sin nombre, sin destino y sin derecho a nada.
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