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Benedicto XVI y el Islam
Hoy, el abrazo religioso entre las religiones católica y judía puede decirse que es de verdad sincero
Hoy llega Benedicto XVI a Turquía y ya veremos cómo se desarrolla esta visita que podría cambiar el rumbo de las relaciones entre las dos religiones monoteístas con más seguidores de la humanidad. Entre católicos y musulmanes creyentes sumamos, aproximadamente, unos dos mil millones de personas, mil por religión, que se dice pronto. En principio, el viaje no tenía significado político alguno, ya que se trataba de devolver las visitas que el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, había hecho al Vaticano y de este modo proseguir en ese complejo camino de reencuentro con la iglesia ortodoxa, que está separada de la católica desde hace mil años. Pero pensar que la visita de un Papa al país democrático musulmán más importante del mundo y aspirante, además, a formar parte de la Unión Europea, no iba a tener consecuencias políticas de enorme calado parecía una ingenuidad.
Es cierto que Benedicto XVI camina con pies de plomo por la arena política, a diferencia de su predecesor, Juan Pablo II, que volaba por el escenario mundial con la misma seguridad y majestuosidad que lo hace el águila por el cielo. Eso se nota, como ocurrió en Ratisbona, aunque es probable que los pasos que da el papa Benedicto, aunque a veces provoquen revuelo, estén asentados en bases más sólidas. No sé qué obispo fue aquel que, cuando se enteró del nombre del nuevo Papa, dijo eso de: «¡Se acabó el recreo!». En fin, si non e vero e ben trovatto. Benedicto XVI, desde el inicio de su pontificado, ha intentado por todos los medios que tiene a su alcance que, al menos desde la perspectiva del catolicismo, se distinga con claridad la política de la religión, aunque sin caer en la ingenuidad de desconocer la relación que existe entre ambas. Históricamente, nuestra religión católica ha adolecido de la misma mistificación que hoy padece la religión musulmana y, en ese sentido, viene a decirnos el Papa, somos los católicos quienes, sobre todo, debemos esforzarnos en intentar evitar caer en eso que se llama choque de civilizaciones, teorizado por Huntington. Y, efectivamente, habrá que tratar de evitar ese enfrentamiento pero, desgraciadamente y como diría un gallego, «averlo ailo».
El primer ministro turco ha rectificado y hoy dará en Ankara la bienvenida al Papa. Eso es un buen síntoma. Si para los católicos hoy la separación entre la Iglesia y el Estado es clara y tenemos asumida —dos mil años hemos tardado— la laicidad, para los musulmanes la distinción no está delimitada y es el Corán el que marca todos los pasos de la vida de los hombres. Islam significa sometimiento y aunque tanto los cristianos como los judíos seamos considerados como «protegidos», en cambio consideran que debemos permanecer sometidos a su religión. Efectivamente, en algunos versículos del Corán se advierte a los creyentes, es decir a los musulmanes, sobre el peligro de entablar amistad con cristianos, judíos y sabeos (una religión que ya no existe). De ahí la trascendencia que tienen los encuentros del Santo Padre con los líderes religiosos y políticos musulmanes. Quien hace un cesto, hará ciento, dice el refrán.
A mí me ha abierto bastante los ojos, y creo que muestra un paisaje de esperanza, la crónica que publicó el domingo el diario El País sobre la entrevista que mantuvo hace poco el filósofo argelino Mustafá Cherif con Benedicto XVI. Sin duda, muestra una cara muy amable del Islam que no se suele corresponder con la en tantas ocasiones brutal realidad islámica, e incluso se equivoca al comparar la yihad con la Inquisición, en lugar de hacerlo con las Cruzadas, pero resulta alentador conocer que también hay en ese universo religioso personas dispuestas a sentarse a hablar y a escuchar. Somos muchos los cristianos y judíos que coincidimos con las tres propuestas de diálogo que, según cuenta Cherif, le hizo al Papa: un coloquio interreligioso sobre cómo luchar contra el odio religioso, apoyo a los grupos de diálogo islamo-cristiano y sensibilización de la comunidad internacional sobre el carácter reprobable de los ataques y ofensas a los símbolos religiosos igual que son condenables las agresiones racistas o antisemitas. Durante casi dos mil años, las relaciones entre cristianos y judíos fueron inexistentes, con acontecimientos, a veces, de consecuencias trágicas para los judíos de Europa: persecuciones, matanzas y el decreto de expulsión de 1492 de familias españolas enteras que todavía viven como tales, conservando incluso la lengua española, precisamente en Turquía. Pero hoy el abrazo religioso entre nuestras religiones, católica y judía, puede decirse que es de verdad sincero. Juan Pablo II llamaba a los judíos «nuestros hermanos mayores en la fe». Habrá que intentar abrazarnos igualmente con quienes profesan la religión islámica, a ver si un día podemos decir que son nuestros hermanos menores en la fe, aunque se corra el peligro de que el suyo sea como el del oso con su víctima. En cualquier caso, nuestra fuerza residirá en nuestras convicciones.
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