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Una complicada misión

La confusión mediática sobre al viaje del Papa a Turquía es comparable con el desconcierto informativo generado en torno a su discurso en Ratisbona. El error parte de confundir un viaje de trasfondo ecuménico con una visita de carácter político. Geopolítica y religión se están mezclando peligrosamente. En muchos medios se ignora que el momento clave del viaje será la firma de una declaración común con el patriarca de Constantinopla Bartolomé I, que se espera suponga un avance significativo en las relaciones entre católicos y ortodoxos.

Polarizar la atención sobre la dimensión islámica del contexto geográfico en que se desenvuelve el viaje, es olvidar que Bartolomé I —al que va a visitar Benedicto XVI— ha estado tres veces en Roma. Esto exigía por parte del Papa una devolución de visitas y una continuación del diálogo ecuménico. En un gesto sin precedentes, además, el líder ortodoxo ha declarado que su testimonio constará en el proceso de beatificación de Juan Pablo II. Téngase en cuenta que el patriarca de Constantinopla es, por tradición, entre todos los patriarcas ortodoxos, el primus inter pares ( salvo para el patriarca de Moscú, no conforme con esta primacía). Es, pues, una ocasión espléndida para adelantarse un paso más en el empeño de cerrar la brecha entre ortodoxos y católicos abierta —muchos piensan que de modo absurdo— hace casi mil años.

Dicho esto, hay que reconocer la valentía del papa Ratzinger en mantener un viaje plagado de circunstancias adversas que lo convierten en complicado y difícil. De entrada, los plantones del jefe del Gobierno turco, Tayyip Erdogan, del alcalde de Estambul y del ministro de Asuntos Religiosos manifiestan el panorama político de líderes con problemas internos, ansiosos de mantener, incorporar o recuperar el apoyo de los movimientos nacionales integristas.

Queda patente el contraste con la cortesía de Benedicto XVI de acceder a visitar a un funcionario de segunda fila, el director de Asuntos Religiosos. A esto se une la preocupación del Papa por la comunidad católica maronita, presente en la zona chipriota ocupada por el Ejército turco. La parte de la isla ocupada por Grecia es miembro de la UE. Según denuncias fiables del propio Parlamento Europeo, el Ejército turco ha profanado 133 iglesias, capillas y monasterios. De hecho, 78 de dichos edificios han sido convertidos en mezquitas y 28 en instalaciones militares.

Respecto a la propia Turquía, existe un déficit de libertad religiosa. Un experto en asuntos turcos como Mavi Zambak ha recordado que las palabras del Papa en Ratisbona llevaron al ministro de Asuntos Religiosos, Ali Bardakoglu, además de pedir la cancelación del viaje de Ratzinger, a solicitar —con dudosa autoridad— nada menos «que se abriera una investigación penal contra el Pontífice y arrestarlo a su llegada a Turquía». Informes especializados de la UE apuntan a la cuestión de la personalidad jurídica de ciertas confesiones no adecuadamente protegidas. Tal es el caso de las comunidades católicas y protestantes, que sufren limitaciones de entidad en su labor pastoral.

La propia Conferencia Episcopal alemana hizo público un documento en 2004 alertando sobre la grave merma del derecho fundamental de libertad religiosa en Turquía, poniendo como condición para su ingreso en la UE «que los derechos de que gozan los musulmanes en Alemania sean acordados también a los cristianos en Turquía». Aunque desde 1928 Turquía es un Estado formalmente laico, su concepción de la laicidad es muy peculiar. No supone tanto una separación entre religión y Estado como un sometimiento de aquélla a éste. De ahí la esperanza entre los grupos cristianos turcos de que la visita de Benedicto XVI mejore esta situación. Se comprende que Bartolomé I haya advertido de que, si hay protestas violentas, se podrían generar consecuencias negativas para Ankara antes de la importante cumbre de la Unión Europea de mediados de diciembre, donde los líderes comunitarios analizarán los progresos de Turquía para su integración.

Pero volvamos al principio. Para entender el personalismo de Juan Pablo II fue necesario bucear en sus raíces, lo que llevó a una lectura atenta de The acting Person, la primera edición publicada del fundamental libro de Karol Wojtyla Persona y Acto. Ahora, para entender el ecumenismo de Benedicto XVI y el viaje a Turquía, hay que releer Dominus Iesus, un documento firmado en agosto de 2000 por Joseph Ratzinger —entonces Prefecto de la Congregación de la Doctrina para la Fe— y por Tarsicio Bertone, hoy secretario de Estado. Su contenido ilustra muy bien la mano tendida de Benedicto XVI hacia las otras confesiones religiosas, su disposición al diálogo y los límites de lo que el Pontífice entiende puede concederse sin merma del depósito revelado. En mi opinión, una excepcional muestra de equilibrio teológico.

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