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La estrechez de la novedad

Es fácil no comprender el verdadero sentido de ciertas disputas modernas en las que he intervenido ocasionalmente, disputas sobre cosas llamadas antiguas y modernas, como los himnos. O quizá, en el caso de algunas cosas, no muy parecidas a los himnos. De todos modos, lo esencial de la posición es esto: la objeción a ciertas novedades no es una novedad. Es algo que la mayoría de las personas no asocian mucho con la novedad, algo que más bien se podría llamar estrechez. Es algo que fija la mente en una moda, hasta que se olvida de que es una moda. Esta clase de novedad estrecha la mente no sólo mediante el olvido del pasado, sino también mediante el olvido del futuro. Se siente cierto alivio natural en el cambio de las cosas. Pero un hombre sensato recordará que las cosas que pueden ser cambiadas volverán a cambiar. Hay cierto tipo de modernista que se las arregla para aceptar una cosa como de moda y definitiva al mismo tiempo. En realidad existe una diferencia de matiz entre algo nuevo y algo reciente. La primera palabra puede ser empleada para algo como el Nuevo Testamento, que es nuevo para siempre. Pero la idea de algo reciente corresponde más bien al mundo hilarante, pero menos estable, del señor P. G. Wodehouse. Tomamos una novedad como tomamos una novela, porque creemos que disfrutaremos con ella, sobre todo si es una novela del señor P. G. Wodehouse. Pero estas cosas son nuevas, como son nuevas las flores primaverales es decir son deliciosas cuando llegan, pero no nos ocultamos que con el tiempo desaparecerán. Ahora bien, a mi parecer limita a gran parte del pensamiento moderno el hecho de ver algo sagrado en la moda o el estado de ir ánimo del momento. Así, los críticos no se contentan con decir que no están de humor para leer a Wordsworth o a Tennyson; hablan como si Wordsworth hubiera perdido todo su valor, intrínseca y definitivamente, a causa de la aparición del severo y cruel señor Binks, quien da la casualidad de que responde por el momento a su humor, quizá al humor del mundo. Así, una generación más joven, que se está convirtiendo rápidamente en una generación más vieja, se rebeló contra los poetas victorianos, con una especie de lógica ilógica, alegando que no podían ser realmente poetas porque eran victorianos. No se limitaron a decir, lo que es completamente razonable, que estaban cansados de Tennyson. Trataron de dar a entender, lo que era algo totalmente distinto, que Tennyson es siempre tedioso. Pero como hay una diferencia entre el hombre de quien se dice que es cansador y el hombre que confiesa que está cansado, siempre puede deducirse que el último está demasiado cansado para poder disfrutar de algo. No soy un adorador especial de Wordsworth ni de Tennyson, pero la verdad es que no puede afectar a los méritos que ambos tienen la fatiga nerviosa de cualquier otra persona. El señor Binks también llegará a ser un día una figura venerable y tradicional que se destacará en el pasado. Él también obtendrá, mediante la respetabilidad y la repetición, la formidable facultad de fatigar a la gente, y las nuevas generaciones se alzarán contra él y dirán que es tedioso. Pero no podemos admitir por un momento que las brillantes, y hasta deslumbrantes, cualidades del señor Binks, su actualidad hiriente, su ataque subconsciente y subversivo, su violencia instantánea y vertiginosa, la fría incandescencia de su intelectualidad, sus soluciones de continuidad, su explosión dinamitero de puntos... seguramente no podemos admitir por un momento que nuestro señor Binks no tenga valor alguno, o llegue a no tenerlo algún día, simplemente porque el mundo pasará probablemente a otra atmósfera sentimental para la que sus talentos terribles serán menos adecuados, en la que su tipo de verdad único será menos visible, o en la que la luz de su proyector, deslumbrante pero concentrada, estará menos presente.

Sin embargo, las mareas del estado de ánimo y de la moda siguen moviéndose mientras hablamos de ellas. Ya he visto aquí y allí notas escritas por una nueva generación, más nueva que la generación cansada de Tennyson. He visto críticas que comienzan otra vez a elogiar a Tennyson y, aunque parezca extraño, a manifestar el desprecio más extraordinario por Swinburne. No me quejo del cambio de admiración, ni siquiera me quejo del cambio de desprecio. De lo que me quejo es de la superficialidad de esas personas que sólo hacen las cosas para cambiar y luego hablan como si el cambio fuese incambiable. Ese es el defecto de una teoría puramente progresista, lo mismo en la literatura que en la ciencia. La última opinión es siempre infaliblemente justa e inevitablemente injusta. Es justa porque una nueva generación de jóvenes está cansada de las cosas, e injusta porque otra generación de jóvenes se cansará de ellas.

Yo no llamo a nadie imaginativo a menos que pueda imaginar algo diferente de su imaginaria favorita. No llamo a nadie libre a menos que pueda caminar hacia atrás lo mismo que hacia adelante. No llamo a nadie tolerante a menos que pueda aceptar opiniones distintas de su opinión normal, y estados de ánimo distintos de su estado de ánimo momentáneo. Y no llamo a nadie audaz o fuerte o poseído por un realismo hiriente o una actualidad sobrecogedora a menos que sea lo bastante fuerte para resistir los efectos puramente neuróticos de su propia fatiga y siga viendo las cosas tales como son más o menos las grandes montañas como grandes, los grandes poetas como grandes, los actos y las hazañas notables como notables, aunque otras personas se hayan cansado de ellos, y aunque lo mismo se haya cansado de ellos. El mantenimiento de las proporciones en la mente es lo único que libra a un hombre de la intolerancia. Y un hombre puede mantener las proporciones de las grandes cosas en su mente aunque no sucedan en un momento particular en que cosquillean sus sentidos o excitan sus nervios. Por lo tanto, no me importa que el hombre adore las novedades, pero me opongo a que adore la novedad. Me opongo a esa especie de concentración en el instante inmortal, porque estrecha la mente, lo mismo que la contemplación de un objeto minúsculo que se acerca cada vez más, estrecha la visión.

Lo que se necesita es la imaginación verdaderamente divina que hace nuevas a todas las cosas, porque todas las cosas han sido nuevas. Eso sería realmente algo parecido a una nueva facultad mental. Pero la versión moderna del ensanchamiento mental tiene muy poco que ver con el ensanchamiento de las facultades mentales. Sería un gran don de la imaginación histórica poder ver todo lo que ha sucedido como si estuviera sucediendo o estuviera a punto de suceder. Esto se puede aplicar tanto a la historia literaria como a la política. Pues la historia literaria está llena de revoluciones, y no las realizamos a menos que las realicemos como revolucionarias. Admirar a Wordsworth sólo como una antigüedad es estúpido, es tonto. Pero admirar a Wordsworth como una novedad sería una visión auténtica y una recreación del pasado. Pues es un hecho sólido, si hay algún hecho sólido, que casi todos los jóvenes más alertas y vivos, más ansiosos de una especie de renovación revolucionaria, hombres como Lamb, Hazlitt y los demás, advirtieron en la primera ráfaga fresca del nuevo naturalismo, en la misma desnudez y crudeza de la poesía rural de Wordsworth, algo que les hizo sentir que había abierto las puertas de la libertad más ampliamente que la revolución francesa. No creo que será cometer una injusticia con el señor Binks (suponiendo siempre que le hagamos el recibimiento debido cuando llegue) si tratamos de comprender algunos de los sentimientos de nuestros padres con respecto a sus autores favoritos, y así aprendemos a ver a esos autores como debieron ser realmente. Pues los poetas no se hacen añejos; sólo los críticos se hacen añejos, lo que es excusable con frecuencia, pero ni aun entonces tienen por qué jactarse de su ranciedad.

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