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Ethandune

Tal vez ignoren dónde está Ethandune. Yo tampoco lo sé; ni lo sabe nadie. Está allí donde comienza una especie de diversión sombría. Ni puedo decirles en forma certera si es el nombre de un bosque, de una ciudad o de una colina. únicamente puedo decirles que se parece a algo que fluctúa y que es errante. Si es un bosque, es uno de esos bosques que caminan con un millón de piernas, como los árboles caminantes que fueron la condenación de Macbeth. Si es una ciudad, es una de esas ciudades que se desvanecen, como esas poblaciones hechas de tiendas de campaña. Si es una colina, es una colina volátil, como las montañas a que la fe presta alas. Sobre una vasta y turbia región de Inglaterra, este negro nombre de Ethandune flota como un águila, dudando dónde descender y agarrar la presa al vuelo y luchar, porque ciertamente hay bastantes aves de rapiña sobre Ethandune, en cualquier lugar que esté. Pero, ahora Ethandune ha crecido tan negro y lleno de impulsos como los negros impulsos de los pájaros.

Y, sin embargo, sin esta palabra que no se puede ajustar a un significado y difícilmente a un recuerdo, estarían en este momento sentados en una silla y mirando a un mantel de manera muy diferente. No la recomiendo como frase moderna y práctica, si a mis críticos privados y a la gente que me escribe, cuyas criticas y cartas me deleitan, se les ocurriese dirigirse a mí a la siguiente dirección. «G. K. Chesterton, Casilla de Correo, Ethandune», temo que sus cartas no me llegarían. Si a dos presurosos viajantes de comercio tuviesen la ocurrencia de discutir asuntos de negocios en Ethandune, de 5 a 5.15, temo que se tornarían viejos en el distrito, y serían conocidos como los peregrinos de cabello blanco. Para decirlo claramente, Ethandune está en todas partes y en ninguna parte de las colinas occidentales; es un espejismo inglés. Y, sin embargo, si no fuese por esa cosa dudosa, no tendríamos probablemente el Daily News, ni el sábado inglés ni tampoco el servicio religioso del domingo.

No digo que estas dos cosas sean un beneficio; pero sí digo que son costumbres, y que no las tendríamos si no fuese por ese misterio. No tendríamos el budín de Navidad, y (probablemente) ningún otro budín; no tendríamos los huevos de Pascua, y probablemente ni huevos escalfados, sospecho fuertemente que tampoco huevos revueltos, y los mejores historiadores dudan decididamente sobre si tendríamos huevos con «curry». Para acertar una larga historia (la más larga de todas las historias); no tendríamos civilización alguna, y menos aún la civilización cristiana. Y si en algún momento de gentil curiosidad sienten deseos de saber por qué son ciudadanos bien educados, ingeniosos, sinceros y del todo satisfactorios, cosa que indudablemente son, entonces tampoco puedo darles una respuesta más clara ni mejor definida geográfica ni históricamente; lo único que puedo hacer es sonar en sus oídos los sones del nombre aún no captado: Ethandune.

Trataré de establecer su importancia en forma bastante sensible. Aunque tampoco esto es tan sencillo. Si tratase de establecer los meros hechos de los libros de historia, numerosas personas resultarían tan triviales como remotas, como alguna guerra entre los Picts ySeots. Tal vez los hechos se podrían señalar de esta manera. Existe en el mundo un cierto espíritu que rompe todas las cosas. Puede ser magnífico el romper algo con estrépito; pero la cosa queda rota, puede haber un cierto esplendor; pero el esplendor es estéril; anula todo resplandor futuro. Quiero decir que (para poner un ejemplo práctico) York Minster envuelto en llamas puede ser tan hermoso como York Minster cubierto por bajorrelieves. Pero los bajorrelieves producen otros relieves. Las llamas producen únicamente un pequeño montoncito negro. Cuando cualquier acto tiene esa cualidad de cul-de-sac, tiene poca importancia si está forjada en mi libro o por una espada, por una torpe hacha de armas o por una bomba química. Y en cuanto a las ideas, el caso es el mismo. El pesimista puede ser una figura soberbia maldiciendo de todas las estrellas; el optimista bendiciendo a todas las estrellas puede ser una figura aún más soberbia. Pero la verdadera prueba no consiste en la energía, sino en los efectos. Cuando el optimista ha dicho: «Todas las cosas son interesantes», nos sentimos libres; podemos interesarnos mucho o poco, según nos plazca. Pero cuando el pesimista dice: «Ninguna cosa es interesante», puede ser una observación muy ingeniosa; pero es la última observación ingeniosa que se puede hacer respecto a esa materia. Ha quemado sus naves; ha tenido su llama y el resto son cenizas. Los escépticos, como las abejas, sueltan su propio aguijón y mueren. Los pesimistas deben estar equivocados, porque son ellos los que dicen la última palabra.

Ahora bien, ese espíritu de contradicción y destrucción tuvo en un periodo de la historia una terrible época de dominio militar. Quemaron Yoyk Minster o, por lo menos, lugares como ese. Hablando brutalmente, desde el siglo séptimo hasta el décimo, una densa marca denigrante de caos y aturdida crueldad, se esparció sobre estas islas y en las costas occidentales del Continente, que casi las separó siempre de la civilización de los hombres blancos. Y esta es la última prueba humana; los diversos jefes de aquella vaga edad fueran recordados u olvidados, según la forma en que han resistido ese combate casi cósmico. Nadie pensó en las tonterías modernas respecto a las razas; todo el mundo pensó en la raza humana como en la más alta hazaña. Arthur fue un celta, y debe haber sido un celta fabuloso; pero ha sido un invento, un invento justo. Carlomagno puede haber sido un galo o un godo, pero no ha sido un bárbaro, luchó por esa razón, y solamente por esa razón en último caso, denominarnos al más triste, yen cierto modo al menos dichoso de los reyes de Wessex, Alfredo el Grande. Alfredo fue derrotado una y otra vez por los bárbaros; y él derrotó a los bárbaros una y otra vez; pero sus victorias fueron por lo general tan vanas como sus derrotas. Afortunadamente no creía en el «Espíritu de la época» o en la «Tendencia de las cosas» u otras tonterías modernas, y por ello siguió luchando. Y por haber quedado aún en uso el nombre de sus derrotas y de sus estériles triunfos (como Wilton, Basing y Ashdown), esta última hazaña épica en la que realmente quebrantó a los bárbaros ha quedado sin ser rememorada en un lugar o en un sitio. No sabemos nada del lugar en que hemos sido salvados para siempre de ser salvajes, excepto que era cerca de Chippenham, donde los daneses entregaron sus espadas y fueron bautizados.

Pero el otro día, entre un solitario crepúsculo y el asomar de la luna, pasé por el lugar en que se cree puede haber sido Ethandune, una alta y horrible meseta en parte desnuda en parte erizada; como ese lugar sagrado y salvaje en aquellos grandes versos imaginativos que hablan de las amantes del demonio y la luna menguante. La obscuridad, el naufragio rojizo del sol, la luna amarilla y lóbrega, las largas y fantásticas sombras, creaban en realidad la sensación de un incidente monstruoso, que es la parte dramática del paisaje. Los desnudos declives grises parecían bajar rodando la colina como derrotadas huestes; las negras nubes se entrecruzaban como rotas banderas; y la luna parecía un dragón de oro, como el Dragón de Oro de Wessex.

Cuando cruzamos unos empinados y desgarrados arbustos vi de repente entre la luna y yo un negro e informe montón más alto que una casa. La atmósfera era tan intensa que realmente pensé en un montón de daneses muertos, con algún fantasma conquistador en lo alto.

Afortunadamente estaba cruzando estos desiertos con un amigo que sabía más historia que yo; y me dijo que aquello era un túmulo más antiguo que Alfred, más viejo que los romanos, tal vez más viejo que los británicos; y ningún hombre sabía si era un muro, un trofeo o una tumba. A pesar de todo, Ethandune es un nombre lleno de impulsos, pero me causa una extraña emoción pensar que espada en mano, como los daneses corrieron hacia abajo, a Chippenham, bañados en torrentes de su propia sangre, el gran rey pudo haber levantado su cabeza para mirar esa opresiva forma, que sugiere algo y que, sin embargo, no sugiere nada; y tal vez la haya mirado como lo hemos hecho nosotros, y, la haya comprendido tan poco como nosotros.

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