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Humorismo

En la moderna acepción de la palabra, humorismo es un vocablo que determina la percepción de lo cómico o incongruente de cierta clase. Por lo general, se distingue de la ironía en que, por una parte, es más sutil que ésta y, por otra, algo más vago. Se trata, por lo tanto, de una expresión que no sólo rechaza toda definición, sino que, en cierto modo, se jacta de ser indefinible; y suele considerarse como una deficiencia humorística tratar de buscar una definición del humorismo. Sin embargo, el empleo moderno de la palabra no nos indica, en absoluto, la utilización primaria de la misma, y nos encontramos ante uno de los casos, más raras de lo que generalmente se cree, en los que una derivación ofrece, por lo menos, una aproximación de la definición. Todo el mundo sabe que la raíz «humor» se deriva del vocablo latino «humedad», siendo aplicada entre nosotros a una parte de la antigua teoría fisiológica según la cual los caracteres de los hombres varían según la proporción de determinadas sensaciones del cuerpo, como, por ejemplo, que el predominio de la flema produce el humor flemático. En tiempos de la consolidación de la lengua inglesa, se hizo posible que Ben Johnson y otros emplearan la palabra «humor» casi en el sentido de «pasión dominante». Esto fue acompañado necesariamente de una idea de exageración, y, al final del proceso, el carácter de un humorista fue más o menos identificado con el de un excéntrico. Las etapas siguientes de desarrollo del vocablo, que fueron bastante lentas y sutiles, son de diferente grado, y, en ellas, el excéntrico se sintió consciente de su excentricidad. Inglaterra ha sido siempre especialmente rica en tales excéntricos, y en nuestro país, donde todo era menos lógico y más inusitado que en otras naciones, diríamos que el excéntrico permaneció por largo tiempo, a medias consciente e inconscientemente humorístico. La mezcla y el comienzo del significado moderno, quizá pueda ser fijado aproximadamente en tiempos de las novelas Waverley, de Walter Scott; cuando Guy Mannering se queja de que el concejal Pleydell sea un «humorista chiflado». Aunque es cierto que todos se burlaban de las pequeñas vanidades y caprichos de Pleydell, éste se unía también a estas burlas, viendo el humor de su humorismo. A partir de entonces, cada vez se ha empleado más la palabra aplicada exclusivamente al humorismo consciente, y, por lo general, a una apreciación bastante profunda y delicada de las absurdidades de los demás.

Sin embargo, se asigna a la palabra humorismo, sobre todo cuando se la enfrenta con la palabra ironía[1], una especie de tradición o atmósfera que pertenece a los antiguos excéntricos, cuyas excentricidades eran siempre premeditadas y, con cierta frecuencia, evasivas. La distinción es sutil; pero uno de los elementos que persiste en la mezcla es cierta sensación de ser objeto de risas, a la vez que se ríe uno mismo. Implica cierto reconocimiento de la debilidad humana, mientras que la ironía es más bien el intelecto humano empleándose a fondo, aunque quizá sobre un pequeño punto. La ironía es la razón expuesta por el juez de un tribunal, y aunque los ofensores pueden tocar ligeramente las consecuencias, este juez no se ve afectado en absoluto. Pero el humorismo entraña en sí cierta idea de que el humorista se encuentra en cierta posición desventajosa y preso de la confusión y de las contradicciones de la vida humana. Es un grave error subvalorar la ironía como si se tratara de algo trivial. Para determinados propósitos de la sátira, puede ser la espada del espíritu; y el satírico nunca empuña la espada en vano.» Pero es esencial para la ironía que lleve la espada con soltura, porque la ironía debe de hacer uso de armas ligeras si el golpe ha de ser fuerte; no debe de verse entorpecida por el instrumento ni mantener abierta la guardia. En cambio, el humorismo, aunque se trate del de mejor clase, puede dejar abierta la guardia o confesar su inconsistencia, Voltaire dijo, comentando el juicio por asesinato contra Byng: En Inglaterra, Matan a un almirante para animar a los demás, y sus palabras se reconocían inmediatamente como un rasgo de humorismo. Pero clasificamos a Voltaire como un irónico, porque representa la consistente razón humana que detesta toda inconsistencia. Nos equivocaríamos de medio a medio si le despreciáramos como irónico, porque en claridad francesa contiene abismos de ironía. Existe, por ejemplo, más de lo que se ve a primera vista en la propia palabra «animar». Aunque es verdad que la ironía es aquí un juez independiente de los jueces, que no se ve afectada ni por el rey, ni por el almirante, ni por el Consejo de Guerra inglés, ni por la chusma. Voltaire es un juez abstracto que registra una contradicción. Pero cuando Falstaff (un ejemplo del humorista transformado o transformándose en consciente) exclama con desesperada jactancia: ¡Nos odian a los jóvenes!, la incongruencia entre lo dicho y la figura del corpulento y viejo farsante que lo dice, está patente en su mente, como lo está en la nuestra. Descubre también una contradicción, pero es en sí mismo, porque, en realidad, Falstaff se sintió atontado entre una compañía juvenil que sabía que era para él como una droga o un sueño. Y, verdaderamente, el propio Shakespeare, por lo menos en uno de sus Sonetos, es amargamente consciente de una ilusión parecida. Existe, pues, en el humorismo, o al menú en los orígenes del humorismo, algo de la idea del excéntrico atrapado en el acto de su excentricidad y jactándose descaradamente de ella. Algo parecido a quien se sorprende desarreglado y, entonces, se da cuenta del caos que reina en su interior. La ironía corresponde a la divina virtud de la justicia, en cuanto tan peligrosa virtud puede ser poseída por el hombre. El humorismo corresponde a la virtud humana de la humildad y es sólo más divina porque posee, por el momento, mayor sentido de los misterios.

Si se trata de acopiar algún esclarecimiento de la Historia del mundo, es muy poco lo que puede reunirse de los intentos hechos acerca de la Historia científica de la cuestión. Las especulaciones acerca de la naturaleza de cualquier reacción ante lo risible pertenecen a un tema más amplio y más elemental de la Risa y entran en el departamento de la psicología; para algunos, casi en el de la fisiología. Cualquiera que sea su valor al tocar la primitiva función de la risa, arrojan muy poca luz sobre el producto altamente civilizado del humorismo. Es perfectamente lícito preguntarse si algunas de las explicaciones no son :demasiado crudas, aun para el más ,crudo de los orígenes. Que apenas pueden aplicarse al salvaje y que, desde luego, no son aplicables al niño. Se ha sugerido, por ejemplo, que toda risa tiene su origen en una especie de crueldad, en el regocijo, ante el dolor o la ignominia de un enemigo. Pero, en realidad, resulta excesivo hasta para el más imaginativo de los psicólogos creer que cuando un bebé estalla en estruendosas carcajadas ante la visión de la vaca que da saltos en la luna, encuentra un auténtico placer ante la probabilidad de que el animal se rompa una pata al caer en uno de sus saltos. La verdad es que todos esos orígenes primitivos y prehistóricos son en su mayor parte desconocidos y, posiblemente, impenetrables. Y como todo lo que es desconocido e impenetrable, es como abonado para furiosas guerras de religión. Esas causas humanas primarias siempre serán interpretadas de una manera diferente, de acuerdo con las diversas filosofías de la vida humana. Otra filosofía podría decir que la risa es debida no a una crueldad animal, sino puramente a la verificación humana del contraste entre la inmensa espiritualidad del hombre interior y su pequeñez y restricciones en el exterior; porque resulta un auténtico bromazo asegurar que una casa es mayor por dentro que por fuera. De acuerdo con semejante punto de vista, la misma incompatibilidad entre el sentimiento de la dignidad humana y la perpetua posibilidad de indignidades incidentales produce la primaria o arquetípica broma del viejo caballero que, repentinamente, cae sentado sobre el hielo. No nos reímos cuando un árbol o una roca se derrumban, porque desconocemos el sentido de autoestimación o seria importancia que pueda haber dentro. Pero en psicología, sobre todo en psicología primitiva, semejantes especulaciones tienen muy poco que ver con la historia actual de la comedia como creación artística.

No hay duda de que la comedia, como creación artística, existía hace muchos miles de años, en pueblos cuya vida y escritos podemos conocer lo suficiente para apreciar los finos matices del significado; en especial, desde luego, en el caso de los griegos. Nos resulta difícil decir en qué extensión existió en civilizaciones más remotas, las crónicas de las cuales son más difíciles y simbólicas; pero las mismísimas limitaciones del simbolismo que hace que sea difícil para nosotros demostrar su existencia, debería de advertirnos contra todo intento de asumir, sin pruebas, su inexistencia. Sabemos más del humorismo griego que del humorismo hitita; por lo menos, parcialmente, por la sencilla razón de que conocemos el griego mejor que cualquier clase, de hitita coloquial. Y lo que se aplica a los hititas puede aplicarse también, en menor grado, a los hebreos, puesto que los hebreos primitivos presentan parecido problema de limitación. Pero sin intentar solucionar tales problemas de erudición, resulta difícil creer que el más alto sentido de la sátira humana no estuviera presente en las palabras de lob: Verdaderamente eres prudente y la prudencia morirá contigo, o ¿qué percepción de poeta cuando dijo de Behemoth, comúnmente identificado con el hipopótamo: ¿no puedes jugar con él como con un pájaro? Es probable que la civilización china, en la que la cualidad de lo atractivo y de lo fantástico ha florecido con tan hermosa lozanía durante siglos, pueda también señalar muy tempranos ejemplos del mismo orden de fantasía.

En cualquier caso, el humorismo es el verdadero fundamento de nuestra literatura europea, lo que ya sólo forma suficientemente una parte de nosotros para poder apreciar por completo una cualidad tan sutil y, a veces, subconsciente. Incluso un colegial puede verlo en escenas como la de Aristófanes, cuando un muerto se incorpora lleno de indignación al, tener que pagar el peaje de la laguna Estigia y dice que, antes de pasar por ello, prefiere volver a la vida; o cuando Dionisio pide ver a los malos del infierno y recibe como contestación un gesto que señala al auditorio. Realmente, antes del período de controversias intelectuales en Atenas, solemos encontrar en la poesía griega, como en la mayor parte de todo el folklore humano, que la burla es una burla práctica. Para un gusto vigoroso no es por ello, sin embargo, menos burla. Porque la burla de Ulises llamándose a sí mismo Noman no es, como algunos suponen, una especie de retruécano trivial o de mera palabrería. La burla es aquí como la imagen gigantesca de los furibundos Cíclopes, rugiendo como si quisieran hacer pedazos las montañas, después de haber sido derrotados por algo tan simple y tan pequeño. Y este ejemplo es digno de anotarse, como la representación que es, en realidad, de la diversión en todos los cuentos de hadas. la noción de algo aparentemente omnipotente convertido en impotente por alguna pequeña arteria. Esta idea de los cuentos de hadas es, sin duda, una de las fuentes primitivas de la que mana la larga corriente ondulante del humorismo histórico. Cuando el Gato con Botas convence al jactancioso mago para que se convierta en ratón para ser comido, eso casi merece ser calificado de ironía.

Después de estas dos primitivas expresiones, la burla práctica de los cuentos populares y la diversión más filosófica de la Vieja Comedia, la historia del humorismo es simplemente la Historia de la Literatura.

Es, sobre todo, la Historia de la Literatura europea, porque ese sano sentido de lo incongruente es una de las cualidades más, elevadas que equilibran el espíritu europeo. Sería fácil pasar a través de las hermosas crónicas de todas las naciones y advertir este elemento en casi todas las novelas o comedias y en no pocos poemas u obras filosóficas. Desde luego, no hay espacio para pasar tan amplia revista; pero tres grandes nombres, uno inglés, otro francés y el tercero español, pueden ser mencionados por su calidad histórica, puesto que abrieron nuevas pocas e incluso los pocos que estaban sobre ellos fueron seguidores suyos el primero de estos hombres determinantes es el de Chaucer, cuya finura ha contribuido un poco a ocultar su auténtica originalidad. La civilización medieval tuvo un potente sentido de lo grotesco, que sólo es aparente en su escultura. Se trataba de un sentimiento combativo. Contendía con dragones y demonios. Estaba poseído de gran viveza, pero era decididamente quejumbroso. Chaucer aportó a esta atmósfera un aire frío de la verdadera comedia, una especie de incongruencia que resultaba más incongruente en este mundo. En sus bosquejos personales tenemos un elemento nuevo y muy inglés que se reía del pueblo y a la vez, gustaba de él. El conjunto de la ficción humorística, o quizá la ficción por entero data del prólogo de Los Cuentos de Canterbury.

Bastante más tarde, Rabelais abría un nuevo capítulo al demostrar que las cosas intelectuales podían ser tratadas con la energía propia de los espíritus elevados, unida a una especie de exuberancia física, que en sí era humorística por su excesivo abandono humano. Siempre será considerado como el inspirador de cierta clase de impaciencia genial, y es el momento en que la gran alma humana empieza a hervir como una marmita. El Renacimiento en sí fue semejante ebullición, pero sus elementos, en parte, fueron más ponzoñosos, aunque se podría decir alguna palabra sobre la tónica de la época, citando el humorismo de Erasmo y de More.

En tercer lugar, aparece con el gran Cervantes un elemento nuevo en su categórica expresión, esa grande y muy cristiana cualidad del hombre que se ríe de sí mismo. Cervantes era en sí mismo más caballeresco que la mayoría de los hombres de los que empezó a burlarse en la caballería andante, Desde su tiempo, el humor en este sentido puramente humorístico, la confesión de complejidad y de debilidad que ya se había hecho notar, ha sido una especie de secreto de la alta cultura del Oeste. La influencia de Cervantes y de Rebelais y de los demás corre a través de las letras modernas, sobre todo de las nuestras. Adquiere un solapado y ácido regusto en Swift; un gusto más delicado, pero quizá algo dudoso, en Sterne, pasa a través de toda clase de experimentos de ensayos o comedias, hace una pausa en la pastoral juvialidad de Goldsmith y acaba por sacar a la luz, como un gran nacimiento de gigantes, las caricaturas andantes de Dickens. No se trata por completo de un accidente nacional el hecho de que la tradición haya sido seguida aquí, en nuestra propia nación. Porque es una verdad que el humorismo, en el especial e incluso limitado sentido que aquí le damos, es distinto del ingenio, de la sátira, de la ironía y de muchas otras cosas que legítimamente pueden producir diversión, siendo algo que ha estado presente con vigor y de un modo especial en la vida y en las letras inglesas.

Como no podemos despreciar a la vez la ironía y la lógica que reina en el resto del mundo, será bueno recordar que el humorismo tiene su origen en el semiinconsciente excéntrico, que es, en parte, una confesión de inconsistencia; pero se ha de reconocer que cuando ya todo ha sido dicho, ha añadido una nueva belleza a la vida humana. Incluso debe de ser notado que ha aparecido, sobre todo en Inglaterra, una nueva variedad del humorismo que más propiamente debería de llamarse nonsense.[2]El nonsense puede ser descrito como una especie de humorismo que, de momento, ha renunciado a tener toda clase de conexión con la ironía. Es un humorismo que abandona cualquier intento de tener una justificación intelectual y que no se limita a burlarse de la incongruencia de algún accidente o a decir chistes, como un producto derivado de la vida real, sino que comprendían y disfrutan de ésta por consideración a ella misma. El jabberwocky no es una parodia de nada; los jumblies[3] no son una parodia de nadie. Son la locura con la locura como objetivo, como se dice del arte por el arte o, más propiamente, de la belleza por la belleza. Y no sirven a ningún fin social, excepto, quizá, el de pasar un buen día festivo. Aquí viene a punto recordar que ni siquiera una obra de humor puede dedicarse exclusivamente para los momentos de asueto. Pero no es posible dejar de reconocer que el arte del nonsense es una valiosa aportación a la cultura y, en gran parte, o casi por completo, una aportación inglesa. Un observador extranjero tan cultivado y competente como Monsieur Emile Caminaerts ha hecho notar que se trata de algo tan vinculado a nuestro país que, al principio, resulta completamente ininteligible para los extranjeros.

Esta es quizá la última fase de la historia del humorismo. Pero sería harto conveniente en este caso preservar algo que constituye una virtud esencial del humorismo. la virtud de la proporción. El humorismo, lo mismo que la ironía, se encuentra emparentado, aunque sea indirectamente con la verdad y con las virtudes eternas. De la misma forma que la mayor de las incongruencias es mostrarse serio en todo lo relativo al humorismo, es la más ridícula de las pomposidades mostrarse monótonamente orgulloso del humorismo; y ha sido así, desde el tiempo de El Libro de los Proverbios, el azote de los necios.

Notas

[1] La palabra wit, que emplea aquí el autor, encierra diversos significados: ingenio, agudeza, ironía, fantasía?

[2] Despropósito, disparate, absurdo.

[3] Escuelas humorísticas inglesas caracterizadas por la desorbitación extremada de las cosas. jabber. disparatar. jumbly: embarullar.

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