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El Caos en Bioética (1)

«Bioética», el término suena como una aplicación de la anticuada ética a la moderna tecnología médica. No es más que la aplicación de la filosofía tradicional o de los principios teológicos a los dilemas morales creados, por ejemplo, por la clonación o la experimentación con nuevas drogas contra el SIDA, ¿no?

En realidad no. Al igual que la palabra «bioética» misma, que data formalmente apenas a partir de los años 70, sus fundamentos filosóficos son completamente distintos a los que subyacen a la ética médica tradicional. Mientras que esta última se enfoca al deber del médico hacia el paciente individual, cuya vida y bienestar social son siempre sagrados, el enfoque de la bioética es fundamentalmente utilitarista, centrado, al igual que otras disciplinas utilitaristas, en la maximización de la felicidad humana en general. Factores tales como los sentimientos y preferencias de otras personas, así como el posible costo que los tratamientos representan para la sociedad, pueden llegar a pesar más que las necesidades de la propia persona afectada: los padres de un niño con defectos de nacimiento severos, el hombre cuya esposa parece estar en estado comatoso permanente, o incluso el médico que decide que un paciente de edad avanzada con Alzheimer estaría mejor muerto. Adiós, Hipócrates; hola, Peter Singer. Y adiós, especialmente, a la concepción católica de la sacralidad de la vida de cada ser humano individual.

La Bioética, según se entiende y se practica actualmente, fue creada por mandato del Congreso de Estados Unidos en 1974. A finales de los años 60 y principios de los 70 abundaron los informes sobre abusos en la investigación médica y dilemas éticos creados por el uso de las nuevas tecnologías que prolongaban la vida. Se presentaron informes sobre pacientes que sufrían muertes agónicas, y pasaban sus últimos días —o incluso sus últimas semanas o meses— conectados a laberintos de tubos e impersonales máquinas. Al parecer, los asilos y hospitales estaban repletos de enfermos sin esperanzas que agotaban los escasos recursos médicos.

También se tuvo conocimiento de que grupos enteros de personas habían sido utilizados, sin su consentimiento, como conejillos de indias en experimentos médicos patrocinados por el gobierno: huérfanos en instituciones, hombres de color pobres reclutados por el Instituto Tuskegee, prisioneros, enfermos mentales, residentes de barrios pobres. Rápidamente los fetos abortados empezaron a apreciarse como material biológico para investigación médica, generándose con ello serios cuestionamientos morales. Y así fue como «nació» formalmente la Bioética.

A finales de los años 60 y principios de los 70, el Senador Edward Kennedy, demócrata de Massachussets y el entonces Senador Walter Mondale, que posteriormente se convertiría en Vicepresidente bajo la presidencia de Jimmy Carter, sostuvieron audiencias respecto a muchos de estos abusos. El resultado fue un apartado en la legislación federal que se llamó Acta Nacional de 1974 para la Investigación (1974 National Research Act). Ésta requería que el Secretario del Departamento de Salud, Educación y Bienestar Social (actualmente Health and Human Services o HHS) nombrara una comisión para «identificar los principios éticos básicos» a los que el gobierno federal debía recurrir para la resolución de estos dilemas extraordinarios. Dichos «principios éticos» tenían que ser llevados a la práctica como fundamento de las regulaciones federales respecto a la utilización de sujetos humanos en investigación.

En 1974, Casper Weinberger, Secretario de Salud, Educación y Bienestar Social del Presidente Gerald Ford, nombró una comisión de once miembros que en 1978 emitió un documento denominado Informe Belmont (Belmont Report), en el que se identificaba y definían tres principios éticos: respeto a las personas, la justicia y la beneficencia. Hasta el día de hoy dichos principios se conocen como «Principios Belmont», «Principialismo» en su versión corta, o simplemente «Bioética».

Los principios Belmont llegaron a ser la base para las pautas a las que la Oficina para la Protección contra Riesgos en la Investigación (Office for Protection from Research Risks) recurre cuando evalúa la ética aplicada en la investigación con sujetos humanos. También son la base de otras regulaciones federales y normativas para investigación médica, y han logrado penetrar también en el sector privado. Las universidades y hospitales usan —o tratan de usar— estos tres principios como rutina cuando aprueban proyectos de investigación, cuando deciden quién califica para ciertos tratamientos médicos, incluso quién vive, quién muere, y quién toma esas decisiones.

Así pues, la Bioética es realmente una recién estrenada teoría ética, una nueva manera de determinar lo que está bien y lo que está mal. ¿Cómo llegamos ahí? ¿Cómo fue que nuestro gobierno y sus expertos no electos —no nuestros líderes religiosos o al menos filósofos tradicionales— adquirieron el poder para definir lo que es normativamente ético para todos los estadounidenses que enfrentan situaciones médicas o científicas complejas?

Breve historia de la ética médica

La ética médica como disciplina se remonta a épocas ancestrales, al médico griego Hipócrates (alrededor de 460-380 A.C.), quien se preocupaba por las cualidades del «buen médico» y por el decoro y la imagen que éste debía mostrar ante los pacientes. El buen médico era, desde el punto de vista de Hipócrates, un «médico virtuoso» cuyos deberes incluían ayudar al enfermo, más bien que hacerle daño, guardar para sí las confidencias de los pacientes, y abstenerse de explotarlos económica o sexualmente. El código de conducta de Hipócrates prohibía estrictamente el aborto y la eutanasia. El paradigma de esos deberes era el Juramento Hipocrático que, hasta hace relativamente poco tiempo, la mayoría de las escuelas médicas solía administrar rutinariamente a sus graduados.

Una forma más cristiana y comunal de la ética hipocrática fue la que prevaleció durante la Edad Media. Ésta ética requería que los médicos se presentaran ante el público como «profesionales», dignos de confianza y autoridad. La medicina se convirtió en algo más que una relación médico-paciente. Quienes la practicaban tenían el privilegio único de educar, examinar, dar licencia y disciplinar a otros médicos, quienes a su vez juraban utilizar sus habilidades en beneficio de la sociedad en general y de sus propios pacientes.

A finales del siglo XIX, debido al creciente número de escuelas médicas y hospitales educativos, la ética hipocrática tradicional empezó a incorporar nuevas reglas para gobernar el comportamiento mutuo entre médicos. Surge así, especialmente en la práctica médica en ambientes hospitalarios, lo que se denominó «ética de competencia». El énfasis estaba ahora en la cooperación entre médicos y todos los demás profesionales involucrados en la atención a los pacientes. El registro meticuloso de los datos del paciente y las evaluaciones escritas se convirtieron en una norma. Se esperaba que los médicos informaran a sus pacientes sobre los diagnósticos y los cursos de tratamiento, y no aprovecharse de ellos con fines de enseñanza. Los médicos de alta jerarquía no debían explotar a los de menor rango. La «práctica moral» se definió como la «práctica competente», e incluía el dominio de los adelantos en la ciencia médica.

Después de la Segunda Guerra Mundial, debido al financiamiento federal masivo a las ciencias de la salud, la nueva investigación médica y las nuevas tecnologías empezaron a complicar la atención al paciente. Los lazos cruciales en la relación médico-paciente empezaron a debilitarse. La medicina hipocrática tradicional se desmoronaba rápidamente, al parecer impotente ante la presión de nuevos cuestionamientos: ¿Se podía experimentar con los pacientes moribundos en «beneficio» de otros «pacientes»? ¿Cómo debía manejarse la creciente interrelación entre la práctica médica, el gobierno, el comercio y la tecnología? ¿Cómo distribuir de manera justa los beneficios y costos de la investigación médica, así como los escasos recursos médicos? ¿Quién debía tomar estas decisiones? ¿Los pacientes? ¿Sus familias? ¿Los médicos? ¿El Clero? ¿Los Expertos?

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