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Sobre el Alma
Leo en el Lapidario del diario Ideal de Granada que D. Eduardo Punset, divulgador científico, dice: «El alma es un conglomerado de neuronas». De tal afirmación ¿científica? habrá que sacar la consecuencia de que cuando tal conglomerado de neuronas deje de funcionar, todo se habrá acabado, sin que exista para el hombre otra vida. Los hombres de todos los tiempos, que sepamos, han creído en otra existencia tras la muerte, ya en forma de sombra en el Hades, bien conviviendo en forma de espíritu invisible entre los suyos, reencarnándose de nuevo en otra existencia o alcanzando otra vida bienaventurada o condenada, según el juicio de Dios que los llamó a la existencia.
La ciencia ha dado a lo largo del tiempo respuestas más o menos acertadas a los enigmas que el universo entero les planteaba, se han enfrentado con cosas y movimientos que podían contarse y medirse, pero la razón última del universo creado y del hombre se le ha escapado de las manos. ¿Antes del big bang que había? ¿Por qué se produjo? El hombre dotado de una conciencia de sí, producto de la evolución sin duda, es una singularidad cuyo sentido último se nos escapa. El conglomerado de neuronas que dice Punset ¿puede dar razón de la complejidad del ser humano por sí mismo? ¿Trataremos de explicarlo todo como producto del azar y la necesidad?
Si resulta difícil, para muchos, creer en Dios porque no puede ser controlado ni manipulado en ningún laboratorio, más difícil me resulta creer que el ciego azar haya dado por resultado al hombre, al mundo o al universo. Pienso que el hombre es mucho más que conexiones neuronales y reacciones químicas, pero estas mismas conexiones y reacciones ¿son puramente casuales, se produjeron simplemente porque sí?
La ciencia, sujeta siempre al principio de falsación que explicó Popper, no puede dar razón de todo, existe algo más de lo que se puede contar y medir, algunos lo llamaron metafísica. La filosofía de la ciencia podría cumplir la función de buscar el sentido del esfuerzo humano por saber, pero hay quien entiende que si reconocemos algo por encima del hombre, éste pierde algo de su propia esencia, de su libertad. Pero el hombre no puede por sí mismo justificar ni por qué existe, ni para qué existe, ni por qué ama, goza, sufre y se muere.
La teología, distanciada mucho tiempo de la ciencia, podría quizás ofrecer una respuesta de sentido más allá de cualquier religión concreta. Sería una hermosa tarea para una teología emergente ofrecer al hombre algo más que conglomerados de neuronas, azar y evolución ciega, darle alguna razón de su existencia, un sentido para su vida y una esperanza más allá de la muerte.
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