El Caos en Bioética (y 3)
Rompiendo filas
Con el tiempo, el descontento fue creciendo en el interior de la nueva y valiente disciplina. Los fundadores mismos de la bioética han admitido recientemente que, como lineamientos, los principios Belmont presentan graves problemas para los médicos y los investigadores. Callahan, del Hastings Center, ha aceptado llanamente que después de 25 años la bioética simplemente no ha funcionado. Jonsen, de la Universidad de Washington, escribió recientemente que el Principialismo debía ser visto ahora como «un paciente enfermo que requiere diagnóstico y prognosis completos». Gilbert Meilaender, eticista médico cristiano de Valparaiso University, ha hecho notar «qué fácilmente [la realidad y la valía del individuo humano] el alma puede perderse en la bioética».
Otra razón del caos teórico y práctico en torno a la bioética en la actualidad es que casi cualquier persona puede ser bioeticista. Pocos expertos en bioética «profesionales», médicos, investigadores y abogados con posiciones en los comités hospitalarios y de gobierno, cuentan con grados académicos en esta disciplina, y aun para aquellos que sí los tienen, no existe un programa académico uniforme o estandarizado. La mayoría de los profesores en bioética desconocen las raíces históricas y filosóficas de la materia que enseñan; los cursos varían de una institución a otra; no hay consejos de examinación locales, estatales o nacionales; y no existen verdaderos estándares profesionales. Ni siquiera existe un código de ética profesional para bioeticistas.
Debido a estas críticas muchos bioeticistas en la actualidad prefieren decir que su campo es más una forma de «discurso público» que una disciplina académica, un tipo de «ética de consenso» a la que se ha llegado a través del discurso democrático más bien que por principios formales. El problema con esta línea de razonamiento es que los principios éticos aplicados en ese «discurso» son precisamente los mismos principios bioéticos, y que quienes típicamente llegan al «consenso» son los bioeticistas mismos, no los pacientes, sus familias o la sociedad en general, de manera que el proceso no es precisamente neutral o democrático. Y si la bioética es simplemente un «discurso», entonces ¿por qué quienes la practican son considerados como «expertos en ética»?
Por otra parte, los tres principios de la bioética —el respeto por las personas (hoy casi siempre entendida como autonomía), justicia y beneficencia— todavía aparecen por todas partes en la literatura de numerosos cuerpos legislativos con jurisdicción sobre las decisiones médicas, sociales y políticas.
La Comisión Presidencial para el Estudio de Problemas Éticos en Medicina y en la Investigación Biomédica y de la Conducta (The President's Commission for the Study of Ethical Problems in Medicine and Biomedical and Behavioral Research), creada por el Congreso en 1978, ha citado los tres conceptos en reportes presumiblemente definitivos en asuntos médico-morales de tan amplio rango como los son la definición de muerte, el consentimiento informado, mapeo genético y consejo genético; diferencias por razones de región y de clase en lo referente a la disponibilidad de atención médica; el uso de tratamientos para mantener con vida; privacidad y confidencialidad; ingeniería genética; compensación a los sujetos de investigación debido a lesiones; reporte de malas prácticas en la investigación; y en los lineamientos que rigen los consejos institucionales de revisión (Institutional Review Boards) establecidos por las universidades para la investigación con sujetos humanos.
Al igual que la Conferencia para el Trasplante de Tejido Fetal Humano (Human Fetal Tissue Transplant Conference) de 1988 de los Institutos Nacionales de la Salud (National Institutes of Health), su grupo para la Investigación del Embrión Humano (Human Embryo Research Panel) de 1994, así como la Comisión Consultiva Nacional de Bioética (National Bioethics Advisory Commission) establecida por el Presidente Bill Clinton en 1995, todos ellos también citan los principios Belmont como la norma en sus determinaciones de lo que es «ético». La lista de las regulaciones gubernamentales y políticas basadas en la bioética es interminable.
Los principios de la bioética actualmente también traspasan la «ética» de otras disciplinas académicas tales como la ingeniería y la administración. Muchos colegios, universidades y escuelas médicas requieren de un curso en bioética para graduarse. La bioética también ha influenciado sustancialmente la ética legal y la de los medios e incluso se enseña en las escuelas secundarias.
Por otra parte, los principios de la bioética han conducido a consecuencias radicales. Peter Singer está enseñando a estudiantes en Princeton que hasta el matar a niños pequeños sanos puede ser «ético». O consideremos, por ejemplo, el pensamiento de Tristram Engelhardt, bioeticista en el profesorado del Colegio Baylor de Medicina (Baylor College of Medicine): «Personas, en sentido estricto, son agentes morales que están conscientes de sí mismas, racionales y capaces de decidir libremente y de tener intereses. Esto incluye no sólo a adultos humanos normales, sino también posiblemente extraterrestres con poderes similares». El bioeticista Dan Wikler de la Organización Mundial de la Salud ha declarado: « El estado del código genético de una nación debe estar sujeto a políticas gubernamentales y no dejarse al capricho de individuos».
Conforme la bioética suplanta la ética tradicional ante nuestros propios ojos, pocos parecen poner en duda las premisas que le subyacen. Pero debemos conocerla por lo que es: una forma de utilitarismo extremo tanto en su forma teórica como práctica. No tiene relación con la ética hipocrática centrada en el paciente que por casi 2,500 años requería de los médicos el tratar a cada ser humano bajo su cuidado como digno de respeto, sin importar qué tan enfermo, pequeño, débil o incapacitado estuviera. No tiene relación con la ética médica católica, la cual continúa la tradición hipocrática a la luz de las enseñanzas de la Iglesia sobre la ley moral. La Bioética ofrece poca orientación concreta, aun en sus propios términos, a los médicos y científicos.
Tal vez uno de estos días la sociedad tomará acciones respecto al caos moral y práctico que la bioética ha creado y encontrará algo con qué reemplazarla. Quizás esta vez la sociedad no confiará tanto en los autoproclamados expertos científicos y morales.
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