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Fundamentalismo feroz

La República fue un fracaso colectivo, no la alborada de un idilio interrumpido por Franco

El último manifiesto del PSOE, divulgado con motivo del XXVIII aniversario de la Constitución, ha provocado malestar e irritación en los medios conservadores. He oído decir, por ejemplo, que los socialistas habían querido vejar a la Iglesia, al tiempo que proclamaban la vigencia del multiculturalismo. Lo primero es cierto. Lo segundo, rigurosamente falso, a despecho de una alusión lateral a la «sociedad multicultural». Pero vayamos por partes.

El documento, en efecto, es irritante, con independencia de la perspectiva desde la cual se lo mire. Transpira, para empezar, una vanidosa autocomplacencia. Reparemos en la ocurrencia de ligar la Constitución del 78 a la del 31, como si ambas formaran parte de un mismo guión, desventuradamente interrumpido por cuarenta años de dictadura. El mensaje de fondo, es que el socialismo perpetúa una tradición a la que la derecha, heredera de Franco, hubo de sumarse por falta de alternativas. Esto no es verdad. En España no ha habido, hasta el año 78, una tradición democrática seria, entre otras cosas, porque la República no logró originarla. La República fue un fracaso colectivo, no la alborada de un idilio interrumpido por Franco.

Vayamos ahora a la Iglesia. Llevan razón quienes piensan que el documento la trata mal. Reza éste: «Los fundamentalismos monoteístas o religiosos siembran fronteras entre los ciudadanos». Los «fundamentalismos» a que aquí se hace referencia son, evidentemente, los cristianos y los islámicos. No recordaré, por obvio, lo que conviene entender por «fundamentalismo islámico». Sí es preciso que advirtamos de qué se suele hablar, cuando se alude a los fundamentalismos cristianos. Éstos censuran las leyes que no responden a una lectura literal de la Biblia. Un hombre que prohibiera la enseñanza de la geología moderna porque contradice los versículos en que se afirma que Dios creó el mundo en seis días, sería un fundamentalista. En su requisitoria contra el «fundamentalismo» —sin especificar—, los autores del texto incluyen la condena del aborto o del matrimonio homosexual. Y establecen un empate entre estos contencioso, y la ablación del clítoris o el maltrato de la mujer. El recado se puede analizar en tres registros distintos:

  1. Son fundamentalistas quienes no están de acuerdo con la labor legislativa de este Gobierno.
  2. La Iglesia Católica es fundamentalista.
  3. La Iglesia Católica no es distinta del islamismo conservador.

Todo esto es impertinente. Pero, además, es estúpido. Y aparte de estúpido, ridículamente sectario. Resumiré la conclusión señalando que no existe simetría de ningún tipo entre la ablación del clítoris y el maltrato de la mujer, y la oposición al aborto o al matrimonio homosexual. Está aún por ver qué significa exactamente el último. El Consejo de Estado, cuyo presidente goza de una ejecutoria democrática impecable, puso en tiempos reparos a la medida. ¿Convierte ello al señor Rubio Llorente en un fundamentalista fanático? En cuanto al aborto, ¿podría alguien, en su sano juicio, afirmar que se trata de un asunto tan transparente, tan inequívocamente celebrable, que sólo la barbarie, la superstición, o el odio a la mujer explican que alguien se resista a percibirlo sin íntimas vacilaciones morales? Una persona bien educada podrá ser partidaria de que se legalice el aborto. Ahora bien, si realmente está bien educada, se abstendrá de añadir que se trata de un derecho homologable con el de la vida o el de la libertad de expresión. La buena educación consiste, entre otras cosas, en percibir estructuras complejas allí donde el simple o el bruto lo ven todo de un mismo color.

El documento reivindica un «mínimo común ético constitucionalmente consagrado». Esto es correcto, y excluye de raíz el multiculturalismo. El multiculturalismo, en efecto, no consiste en permitir que una musulmana lleve un velo, al tiempo que un muchacho de barrio lleva la nariz atravesada por tres anillos. El multiculturalismo consiste en que un musulmán, o un mormón, puedan conducirse de acuerdo con los códigos encerrados en sus confesiones respectivas. Y lo último no es congruente con el respeto integral de la ley.

El problema, y no es un problema menor, estriba en establecer el alcance de aquélla. Los que se autoproclaman «laicistas», no tienen, en este sentido, las ideas claras. Unas veces piensan en un Estado neutral y renuente a pronunciarse en lo que no esté incluido en un inventario mínimo de derechos fundamentales. Otras veces piensan en un Estado que podría entender de todo y justificar sus imposiciones en nombre de la voluntad popular. Y es que la democracia también puede degenerar en teocracia. Que su sede sea el Parlamento, y no el más allá a que apelan las religiones, no cambia en sustancia las cosas.

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última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=6031 el 2006-12-11 12:01:40