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Creacionismo o evolucionismo: Cuestión de método

El debate sobre la teoría de la evolución es un debate global y, como es natural, sigue las pautas que marca la polémica en Estados Unidos. En las universidades norteamericanas se decide, en un setenta por cien, el destino del mundo puesto que entre la economía, la política y las demás instancias sociales y culturales, hay una interrelación íntima como entre el cuerpo y el alma, si se me permite la expresión.

¿Evolucionismo o creacionismo o, tal vez, una posición ecléctica?

Si queremos ser rigurosos y tratar el asunto con seriedad debemos recordar: El creacionismo es una concepción filosófica y teológica y el evolucionismo es una hipótesis científica, obtenida a partir del método positivo. Plantearse la alternativa o la integración es un error de método.

Los filósofos y teólogos creacionistas, alguno de los cuales han sido además grandes científicos como Leibniz o Whitehead, utilizan el método reflexivo, bien sea a partir de la experiencia sensible, o bien de la necesidad lógica del concepto o a partir de ambas cosas a la vez. En ningún caso utilizan, para este objetivo, el método de las ciencias positivas. Por lo tanto, se puede ser creacionista y científico pero el creacionismo no puede ser una teoría científica verificable empíricamente, entre otras razones porque la creación no parece, de momento, ser un fenómeno. Así concluyó Kant la cuestión en relación con la ciencia de su tiempo que tampoco es, específicamente, la nuestra.

Whitehead autor, junto con Russell de los 'Principia Matemática', es, en este sentido, un pensador singular. Se trata de un lógico- matemático, profesor en Cambridge y Harvard, dentro de la tradición de Leibniz, que en el siglo XX, elabora una metafísica y una teología, estrictamente originales, que incluyen a Dios como principio del que emana la naturaleza. Sólo Dios puede explicar, según Whitehead, el sentido del 'evento', del acontecimiento. La potencia absoluta del universo en el sentido del panteísmo de Bruno y el pensamiento hebreo anterior.

Los científicos evolucionistas, que son numéricamente la mayoría (grave riesgo tener mayoría en nuestro tiempo), pueden establecer una hipótesis y una teoría sobre la evolución de las especies, hasta el hombre o más arriba (Teilhard de Chardin). Lo que no pueden hacer porque su método no lo permite es negar la creación del mundo. En sus manos hay un segmento de realidad muy estrecho y muy limitado. La teoría de la evolución es una generalización universal y necesaria según el modelo científico del siglo XIX, anterior en mentalidad, a las geometrías curvas y a la física cuántica. En esas condiciones corre el peligro cierto de hablar mucho de lo que no puede verificar y hablar muy poco de lo que sí puede verificar.

En resumen, creacionisimo y evolucionismo se comportan entre sí como las churras con las merinas (y viceversa).

Cuando las cosas están muy claras nadie repite insistentemente que están muy claras. Por ejemplo, ¿Alguien se le ocurre insistir hoy, en la literatura científica o en los medios de comunicación, en que la tierra es (más o menos) redonda?

Cuando las cosas no están claras, el método científico es sustituido por el 'fervor'. Los partidarios de una teoría científica no le hacen ningún bien si emplean con ella, un fervor inoportuno. Se comprende que el amor a la verdad fomente el fervor, pero el amor a la modestia está más cercano a la verdad que un fervor que quiere a toda costa producir evidencias donde sólo hay hipótesis. Porque la hipótesis se convierte en ley cuando podemos predecir que en el futuro los enunciados empíricos encajan con ella. Esta exigencia de predicción (predictibilidad) de una teoría, esencial, es bien sabido que no se cumple en la teoría darwiniana.

Si nos centramos en el evolucionismo en el marco de las ciencias positivas, hay sin duda muchos agujeros. Cualquier libro de Paleontología, esta plagado de términos como 'posible', 'plausible', 'no se sabe', 'se supone'. Quizá los mayores avances, gracias a las nuevas tecnologías, se cifren en una precisión cada vez mayor, en la datación de los fósiles. Las sorpresas y las incertidumbres son la norma: No sabemos porqué desapareció el Homo neanderthalensis, no encontramos el eslabón perdido, puesto que es 'imposible' que no exista dicho eslabón, y del 'homo fiorensis' que evoluciona al revés, pues, ya veremos.

Como se ha dicho tantas veces, no se puede verificar el paso homínido-hombre, entre otras sutiles razones, porque, si ocurrió, lo fue hace unos cien mil años. Cosa curiosa en un momento puntual, hace cien mil años, se dio un salto cualitativo. La teoría genética permite explicar porque no lo hay. El homo sapiens sapiens, es fruto de una mutación genética.

Un agente externo, no se sabe cuál, obligó a la especie a una mutación, a nivel de genes, semejante a las que suceden como fruto de la irradiación atómica. Otra analogía y otra hipótesis para explicar la anterior.

A partir de observaciones empíricas entre los fósiles se establecen analogías y se trata de explicar las evidencias del ser humano actual con las evidencias fósiles de tres o más millones de años. Deducir con rigor, es decir con la precisión de las reglas de la lógica matemática el paso entre una analogía empírica y otra analogía empírica, pertenece a la literatura no a la ciencia.

El tema de fondo es dar por supuesto que el hombre no es más que ese objeto positivo que estudian los científicos. Se acumulan datos y más datos. Ciertamente que almacenar datos siempre tiene consecuencias positivas. La genética avanza mediante la ordenación matemática de infinitos datos. Que, si gozan de capacidad de predicción, deberán aceptarse como significativos.

Cuando se despliegan los infinitos datos ante la vista, el ser humano se siente vacío y víctima de la angustia porque es evidente que el hombre «desea naturalmente saber». Los datos no se interpretan a sí mismos y exigen siempre un intérprete humano.

Cuando el homínido ignora, se come un plátano o la médula del compañero. Cuando el hombre ignora lo pasa francamente mal, porque está hecho para saber y para saber racionalmente. El tema de fondo es que no se tiene en cuenta el lado inverificable de realidad que sustenta los fenómenos y que permita la ciencia incrementar sus conocimientos sobre el fenómeno. Si tomamos el mapa evolutivo como si fuera una radiografía precisa que permita interpretar el pasado y prepararnos para el futuro, nos olvidamos de que el futuro no existe y que establecer semejanzas entre presente y futuro, nos coloca en el etéreo mundo de la mera posibilidad. Desde la posibilidad no se pasa, necesariamente, a la realidad. La posibilidad, decía Aristóteles es más científica que la historia porque la ciencia aristotélica se maneja con posibilidades.

Es cierto que hay una actitud natural hacia la metafísica y la religión y que estos campos del saber, fundadas y continuadas por científicos de primer orden (Aristóteles, Newton, Whithehead en el siglo XX) son las únicas que pueden integrar el sistema de los saberes, porque ambas, parten de la idea de verdad tanto racional-teórica, como moral-práctica, sin la cual todo conocimiento brillará por su ausencia. La metafísica es la tarea del futuro, pero no la ciencia positiva del presente.

Pero ¿Es tan cómodo pensar que todo está permitido!

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