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La vida como sopetón

Me cuentan uno de tantos hechos brutales que ocurren todos los días. Un conductor joven se lanza como un loco contra otro vehículo que circulaba correctamente. Tres muertos. Muchas personas se asustan pensando en la muerte y no se aperciben de que los más horribles sucesos que nos atemorizan son los que nunca van a suceder y lo que sucede, muchas veces es lo más imprevisible. De todos modos previsible o no, eso de morirse no hace trampa.

Como decía Cela y tal vez Valle Inclán, la muerte es una vulgaridad. La cosa más común, de la que no quiso salvarse ni siquiera Dios. El mundo del más allá, es, por otra parte, lo más problemático, para los que viven el momento presente como lo único tangible que es posible verificar. Nadie ha regresado para que en Harvard o en Yale, se le extienda un certificado de buena existencia. Esto son los «hechos».

Sin embargo, si se me permite la expresión, la ciencia no trabaja con hechos sino con derechos. Los hechos para entrar dentro del campo de la ciencia, deben cumplir unas reglas, legitimarse, mediante métodos precisos que pasan por la observación empírica (siguiendo método) y el lenguaje matemático. Los hechos como los conductores tienen que seguir un reglamento. Aquí empiezan los problemas, para que reflexionemos los que sólo vemos problemas.

Eso que llamo «hecho», para el caso, el automóvil que se me viene encima, es ya un recuerdo. Lo veo venir, aunque no ha llegado y el momento del impacto, me viene de «sopetón», como su propio nombre indica. El «sopetón» es un instante tan corto, que no hay tiempo para sentirlo. Cuando me reponga del «sopetón», en la ambulancia y luego en urgencias, lo sentiré bastante más y sobre todo intentaré «recordar» lo que ocurrió.

El momento presente, que para filósofos y científicos, es lo único que existe, es un problema bastante más ancho, largo y profundo que el «más allá». No alcanzo el «más allá», pero si quiero alcanzar el presente (lo único real y existente) entonces alcanzo menos. El más allá puedo imaginarlo, pero el presente, no.

El presente, por su propia definición, no es un continuo sino un átomo indivisible y qué puede hacer la ciencia con un átomo así. La ciencia trabaja con los contenidos de la memoria personal y colectiva pero nunca con el presente. Con el presente sólo se las ven los inconscientes que, por querer vivir sólo el presente, dejan el «mundo presente», desgraciadamente todos los días.

¿Entonces? El más allá es un problema y el presente es lo menos verificable ¿Cómo es posible la vida?

La vida, me refiero a la vida biológica desde el virus hasta el ser humano, tiene una cierta continuidad sin la cual la memoria (la genética y la mental) no podría retener las percepciones. Recordar es poner en contexto y entender es exactamente lo mismo. El puro presente, el hecho puro y duro, no se puede poner en contexto a no ser que salgamos del presente y nos vayamos a todo lo demás: a lo que está «antes» y a lo que viene «después». El «antes» y el «después» no son, desde luego, el presente y por lo tanto no existen, pero sin ellos, no hay contexto y sin contexto no hay ninguna inteligencia.

La célula tiene un potente reglamento racional que le empuja hacia delante sin dudar jamás que existe lo que está por delante. El animal que se hiciera problema del más allá que no es solamente el «lugar de los muertos» sino el mañana que se nos concede cada día a los vivos, se vendría abajo. El animal entraría en una contradicción tremenda entre el impulso genético que le empuja hacia delante (eso es la vida) y la duda problemática que bloquea aquel impulso y le lleva a la muerte.

La naturaleza funciona gracias a la evidencia presupuesta de que cada momento prosigue en el siguiente: pura matemática. El tiempo es el gran maestro de la vida y de la muerte, el que nos hace razonar y comprobar que si dudamos del más allá (de mañana, de pasado, de lo que viene) no podemos hacer proyectos, no ejercitamos ninguna libertad, nos consumimos a nosotros mismos, estamos muertos, aunque parezcamos vivos, somos cadáveres animados, como esos juguetes mecánicos con que juegan los niños muy pequeños. Se mueven, lo parece, pero hacia ningún sitio.

El tiempo nos hace pensar que la vida es imposible sin la fe natural, sin la creencia en ese mañana que no podemos verificar porque ni siquiera sabemos si va a venir. La fe racional (no hablo aquí de la religiosa que no hace más que potenciar la racional) es la condición imprescindible de la investigación científica, del proyecto humano libre, de la higiene mental.

Realmente el que hizo el mundo, lo pensó al detalle. Sólo con fe, no se es humano, sólo con razón no se está vivo. El hombre necesita de ambas facultades para poder entender, para poder contextualizar.

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