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Orígenes del odio a España

El odio por ser español, tiene sus orígenes en la sumisión cegata a las ideologías invasoras, extranjerizantes y alienadoras que algunos ideólogos del oportunismo político lo utilizaron y utilizan como arma de lucha para alcanzar el poder. El odio a lo español, a España y a los españoles, aunque parezca absurdo, no ha venido de los enemigos históricos de España, inventores de la falsa Leyenda Negra, como podrían ser Francia o Inglaterra, sino de los propios españoles que consideraban más moderno y progresista la exaltación de lo extranjero y la denigración del prestigio histórico de la civilización española, siempre mucho más reconocida y admirada fuera que en la propia España.

Una de las características históricas de España es que ha sido receptiva y dialogante con las ideas y las corrientes culturales de otros lugares, pero sin haber renunciado a lo que da sentido a su ser histórico, como es el patrimonio de la tradición cristiana católica que multisecularmente le ha dado la unidad espiritual, social y cultural. El ejemplo es la tan denostada, desconocida y desvirtuada Edad Media española, en la cual transmitimos la cultura grecorromana junto a la cristiana pero también recibimos y asimilamos las influencias de la cultura árabe y judía. La España medieval del Románico y del Gótico, fue tanto o más europea que en otros siglos posteriores porque Europa entera estaba unida por la fuerza universal de la Cristiandad que permitía a los reinos mantener sus identidades sin renunciar a un proyecto común político, económico, espiritual y cultural. Éste fue el proyecto que quiso mantener el Imperio Español durante el Renacimiento y el Barroco que casi lo logró en los siglos XVI y XVII. Se derrumbó, cuando el cisma del Protestantismo rompe la unidad de Europa y con ello, España y Europa comienzan una andadura histórica cuyas consecuencias serán los enfrentamientos y las guerras entre los europeos que llegaron a provocar en el siglo XX dos guerras mundiales, originadas por las ideologías ateas y totalitarias del fascismo, del nacionalsocialismo y del comunismo socialista.

La pérdida de la identidad de Europa va unida a la pérdida de la conciencia del sentido histórico de ser español. Es hacia finales del siglo XVII , cuando los responsables de la cosa pública sienten una apetencia por la extranjerización de España. España, abandona la fuerza de renovación espiritual y político-cultural de la Contrarreforma y su afán de mantener vivo el Sacro Imperio Romano Alemán, cuando Carlos II (1661-1700) decide entregarse a Francia para asegurar la supervivencia del Imperio Español. De ello se aprovecharía el enemigo de España, el monarca absolutista Luis XIV (1638-1715), que coloca a su nieto Felipe V (1863-1746) en el trono de España. Con la dinastía de los borbones, algunos políticos del despotismo ilustrado pretenden convertir a España en otra Francia, y a partir de aquí, en los siglos XVIII, XIX y XX, el odio por ser español, es un medio político para conservar el poder y destruir al contrario que defienda a España y la reconozca, con orgullo, como una potencia transmisora de la civilización cristiana por casi todo el mundo.

En el siglo XVIII, con las ideas de la Revolución francesa, este odio a España también se lleva a América por aquellos responsables políticos españoles de ideas masónicas y jacobinas, por algunos clérigos jansenistas y por los negociantes y comerciantes, que siembran el independentismo en los pueblos de la Hispanidad, los cuales durante siglos estuvieron unidos por una misma conciencia moral, histórica y religiosa que les otorgó la obra misionera de la Evangelización . Las ideas revolucionarias de independencia de los librepensadores y libertadores, atacan a la monarquía católica y al ideal cristiano evangélico que había protegido y civilizado a los pueblos indios. El odio hacia lo español, el odio al bien histórico y moral de la Hispanidad, da lugar a que en América, como en España, se exalten los ideales laicistas de la Revolución francesa, como son el individualismo, el poder, el placer y la política que se esconden detrás de la filantrópica proclama, ya devaluada, de libertad, igualdad y fraternidad.

Así transcurriría el siglo XIX, las revoluciones liberales del odio a España y a la Hispanidad, traen la independencia a costa de guerras civiles en España y en los pueblos de Hispanoamérica, a los cuales se les intentó inculcar que ellos ya no eran los hijos de España sino los hijos de la Revolución francesa. Y en el siglo XX, con las revoluciones marxistas, socialistas e indigenistas, han querido hacerlos hijos de la revolución proletaria, hijos de un indigenismo primitivo, hijos del populismo bolchevique, hijos de las dictaduras militares, hijos del comunismo disfrazado de Cristianismo como fue la teología de la liberación.

El odio a España y por ser español es el odio fabricado en las ideologías foráneas del despotismo ilustrado, del laicismo de la Revolución francesa, de las revoluciones del liberalismo, del marxismo y su revolución sangrienta del proletariado, del fascismo xenófobo y racista, y cómo no, de los nacionalismos radicales y del terrorismo de los siglos XIX y XX, que viven a expensas de los anteriores porque buscan imponer la raza, la etnia por la fuerza y contra todo aquello que descubra las aberraciones de sus proyectos totalitarios y dictatoriales.

En nuestra denostada España constitucional, desde 1978, se ha permitido por parte del socialismo, del liberalismo, de los ultranacionalismos, y ahora, del nacionalsocialismo laicista, que siga dolorosamente viva aquella frase del autor de la Restauración de la monarquía borbónica y de la Constitución liberal de 1876(asesinado por un anarquista italiano, defensor del republicanismo federal): el conservador Don Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) : «Son españoles... los que no pueden ser otra cosa». Tras la Restauración borbónica y después de la anárquica I República (1873-1874), en la II República (1931-1936), los revolucionarios socialistas, comunistas y anarquistas exaltaban la dictadura del proletariado de la madre patria Rusia, y odiaban a su legítima y natural Madre Patria: España. No querían más que el poder conquistado desde el terrorismo y las insurrecciones, odiaban la democracia, la legalidad, el Catolicismo, la monarquía, la convivencia pacífica, las ideas políticas opuestas, la unidad política y social de todos los hijos de España.

¿Cuándo entraremos en razón de que somos hijos de España y no somos hijos ni del despotismo ilustrado, ni de la revolución francesa, ni del liberalismo individualista, ni de la revolución socialista-bolchevique, ni del socialismo, ni del comunismo, ni del republicanismo, ni del laicismo antirreligioso, ni de la dictadura franquista del nacionalcatolicismo, ni de la dictadura del relativismo, ni de los nacionalismos violentos y terroristas? Somos tan hijos de España y de la Hispanidad, como lo son de sus respectivas patrias y naciones los hijos de Inglaterra, de Francia, de Estados Unidos... En todas las naciones civilizadas, se tiene la conciencia histórica de que la Patria es un valor universal , un bien común espiritual que se alimenta de las raíces de un pasado fecundo para afrontar con más fuerza los retos del presente y del futuro.

Algunos no han querido aprender la verdad de nuestra Historia, y sólo viven obsesionados por repetir sus errores porque no tienen argumentos, proyectos, ideas, principios, ni valores. Carecen de identidad y nos quieren arrebatar nuestra verdadera identidad histórica: España.

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