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Noche de Paz, historia de un villancico

Hacía frío, mucho frío, tanto frío que no nos extrañaría leer «las navidades el solsticio de invierno más frío en NN años». Pero en 1818, en los veinte minutos de camino de Arnsdorf a Obendorf (el tirol austriaco), la cabeza de Franz —Franz Xaver Gruber— estaba en otro sitio (además de que ni había periódicos, ni por entonces no dirían esas tonterías, claro).

Acudía al encuentro de su amigo Joseph —Joseph Mohr—, el joven curilla coadjutor de San Nicolás, parroquia en la que esporádicamente hacía de organista suplente. Franz no era de los que ante las necesidades de otro daba largas, «a ver si quedamos», simplemente quedaba. Desconocía el alcance del pesar de su amigo, quizá era eso lo que más le preocupaba. Buscaba respuestas consoladoras: ¿sería que habían descubierto su origen «ilegítimo»?, ¿una calumnia más de las levantadas por el celo apostólico que desplegaba?

La sorpresa cuando llegó fue grande:

—¿Qué te pasa Joseph? —preguntó Franz.

—Terrible —respondió— pasado mañana es Navidad, los ratones han roído el fuelle del órgano y no podremos celebrar la Misa del Gallo con la solemnidad que se merece. Los ensayos de un mes de coro tirados a la basura. Pidió a Franz que le acompañara a casa y le ayudase.

Hay que tener en cuenta que nos encontramos a unos kilómetros de Salzburgo, hasta los ríos fluyen musicalmente. Joseph se había criado en el coro de la Catedral, y no quería privar a sus parroquianos de poder «rezar dos veces», rezar cantando, cantar rezando. Parece ser que por entonces la música en los templos era algo más que pinchar un CD de hilo musical durante la comunión para entretener a los fieles, pero no me hagan mucho caso.

Franz, como maestro, músico y organista...y austriaco, se hizo cargo de la situación. Buscaron soluciones y disculpas. Avanzaba la tarde. Joseph, «encontró» un poema escrito en la Navidad de dos años atrás, cuando murió su abuelo. Franz se animó, o lo hizo por animar, no sé, y por el conocido método de ensayo y error le fue poniendo melodía a la letra. Él acompañaría como bajo a su amigo y al coro, y de instrumento una guitarra.

Noche de Navidad. La iglesia llena, fuera sigue el frío y termina la misa. Canta el coro en alemán un villancico para dos voces acompañados de guitarra. Cuentan que los asistentes se extrañaron al principio pues estaban acostumbrados a canciones en latín y órgano, pero les enganchó el villancico.

Esta parte de la historia no me la termino de creer. El pueblo no sería muy grande, y por pocos que fueran los del coro, teniendo en cuenta que al menos tuvieron que ensayar ese día, me cuesta hacerme la idea de que pudiesen mantener en secreto tanto la rotura del órgano como que iban a cantar un villancico nuevo en alemán. Me inclino a pensar más bien que habría expectación, y que quedaron cautivados por la sencillez de la música y la letra. Sé poco de alemán y de música como para glosar las cualidades poéticas de «Stille Natch», o de la conjunción de armónicos de su melodía, pero el regustillo que queda después de rezar-cantar «Noche de Paz» sería igual hoy que entonces: ganas de darle un beso al Niño prometiéndole a su Madre que será tan leve que no le vamos a despertar; y luego irnos despacito. Noche de paz, noche de amor.

La historia del villancico podía haberse quedado como una anécdota local. Pero para la Navidad siguiente el órgano ya estaba reparado; el responsable fue el constructor de órganos Karl Mauracher, que maravillado se llevó la partitura que incorporó, sin mención a sus autores, en un cancionero tirolés de amplia difusión en Alemania. Treinta años después Joseph moría de las enfermedades que le acompañaron toda la vida, dejando impronta evangélica en los encargos pastorales, pero totalmente ajeno a la llegada de «su» villancico a Inglaterra y Estados Unidos. Treinta y seis años después de su creación la Orquesta de la Corte Real de Berlín, a instancias del Emperador inició la búsqueda del creador, pues se le atribuía a Haydn. Gruber era por entonces organista en Heilin, compositor de varios villancicos y misas. Cuando se enteró de las pesquisas de los prusianos respondió escribiendo la historia del villancico «Noche de Paz» y de Joseph.

Más o menos esta es la historia que me contó mi padre acerca de Noche de Paz. Hoy antes de acostarme cantaré villancicos ante el Belén con mi esposa y mis hijos, pensaré que muchos problemas que agrandamos pueden resolverse con sencillez dejándolos el "Portalico": el villancico más famoso del mundo fue compuesto en una tarde. Y cuando lleguen las estrofas más agudas, esas en las que siempre desafino, y mis pequeños sólo acierten con la pandereta cuando la estadística lo permite, seguiré por que «los ángeles cantando están, gloria a Dios, gloria al Rey Celestial. Duerme el Niño Jesús. Duerme el Niño Jesús».

Feliz Navidad.

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