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La catedral y la mala fe

Una parte reclama para sí lo que no está dispuesta a conceder. Estamos ante un caso de hipocresía

Líderes musulmanes han solicitado, invocando su pasada condición de mezquita, que la catedral de Córdoba sea utilizada conjuntamente como templo con los católicos. En principio, podría parecer una razonable y atendible sugerencia. Sería una exhibición de ecumenismo y de diálogo fraterno entre religiones. Las dos confesiones veneran y rezan, aunque de maneras muy distintas, también en sus consecuencias morales, a un mismo Dios. Los templos son lugares de culto, plegaria y oración. Además, la aceptación de la petición por parte de la Iglesia católica (de la diócesis de Córdoba, para ser más exactos) podría entenderse como un benévolo gesto de magnanimidad, generosidad y tolerancia, así como de respeto al Islam, en tiempos de discordia y de conflicto entre civilizaciones, que bien podría contribuir a la concordia.

Y, sin embargo, a pesar de estas razones, la jerarquía de la Iglesia católica hace bien en oponerse al doble uso religioso pretendido. Existen varias razones. Entre ellas, la de que, en las circunstancias actuales, podría ser fuente de enfrentamientos y conflictos. También podría provocar confusión y malentendidos. Otro argumento sólido en contra apela a la falta de reciprocidad. No ya es que no existan precedentes en el ámbito musulmán; es que, ni siquiera pueden los cristianos levantar sus templos en los países sometidos al fundamentalismo islámico. Habrá quien argumente que se trata de una injusta imposición política pero no religiosa, mas el argumento se desvanece al considerar la falta de separación entre Iglesia y Estado en el mundo islámico. Todavía habrá quien argumente que el mal que otros cometen no justifica cometer otro semejante. Pero, como intentaré mostrar, este argumento no es consistente, pues los solicitantes no han dado la más mínima prueba de interesarse por el ejercicio del derecho a la libertad religiosa de los cristianos. El argumento obliga al reconocimiento del ejercicio de la libertad religiosa en nuestros países, aunque ese ejercicio no sea reconocido en los países islámicos. Pero la exigencia va en este caso más allá de este derecho, ya que los musulmanes pueden libremente erigir en España sus templos sin necesidad de utilizar los cristianos. La tolerancia es virtud que exige reciprocidad.

En cualquier caso, la razón fundamental, la más poderosa, para no acceder a la petición es otra. No debe accederse a una reclamación basada en la mala fe o, en el mejor e improbable de los casos, en una ceguera para la percepción del valor. En este supuesto, una parte reclama para sí lo que no está dispuesto a conceder a la otra. Estaríamos entonces ante un supuesto de hipocresía o doble moral. No es posible omitir que el Islam, o, al menos, un poderoso sector radical, reivindican Al Ándalus, es decir, casi toda España, como objetivo de conquista. Por otra parte, la catedral de Córdoba es, desde hace más de cinco siglos, un templo católico, y no una mezquita. Apelar a su condición anterior es argumento vano que conduce al absurdo. No hay que olvidar que la mezquita se construyó sobre un templo visigodo, dedicado a san Vicente, del que los invasores no dejaron vestigio en pie. Tampoco resulta verosímil que se hubiera producido la conservación de un templo cristiano, como ha sucedido con la mezquita, en un caso inverso. Atenerse a tan extravagante reclamación permitiría que España reivindicara la propiedad de todos los templos y edificios civiles construidos en América bajo su dominio, o que Italia reclamara derechos sobre todos los monumentos y vestigios debidos al genio romano.

Pero lo decisivo es que la reclamación islámica adolece de hipocresía e intolerancia, de patente mala fe. Si se tratara de compartir el culto, debería haber venido precedida la demanda por una invitación o cesión del uso simultáneo de mezquitas a los cristianos. O también cabría haber elegido otro templo católico que no fuera tan significativo o relevante para los musulmanes, incluso aunque estuviera adornado con influencias arquitectónicas musulmanas. Dios está en todas partes, no sólo en la catedral de Córdoba. Sólo habría sido atendible la solicitud si hubiera venido acompañada de unas palabras como las siguientes: «Queremos rezar con vosotros al único Dios verdadero. Para ello, estamos dispuestos a abrir nuestras mezquitas a vosotros, los cristianos. Y, en justa reciprocidad, querríamos poder rendir culto a Dios en un templo tan cargado de sentido religioso para nosotros como la mezquita-catedral de Córdoba». Entonces, cabría estimar la existencia de buena fe. En las circunstancias actuales, se trata de un desafío y de un gesto de intolerancia. No existe obligación moral de acceder a una petición basada en la injusticia, la mala fe o la ceguera para los valores. Por lo tanto, una solicitud inmoral, injusta o abusiva, que se basa en el principio de que lo mío es mío y lo tuyo de los dos (y, quizá, sólo de momento), no merece ser atendida en nombre de la tolerancia o el diálogo interreligioso.

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