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Dinero y corrupción
El dinero, sin duda, es un bien necesario para poder vivir dignamente, nos permite satisfacer necesidades fundamentales y realizar nuestras aspiraciones legítimas. Sin embargo, parece que en la percepción de mucha gente ha dejado de ser simplemente un medio útil y se ha convertido en el fin primordial de la existencia, casi, diría yo, en un valor absoluto al que se supedita todo: la moral, las costumbres, las amistades, la profesión que se elige, la tendencia política y las creencias.
Es sorprendente el esfuerzo de algunos países del primer mundo para suprimir las expresiones religiosas públicas y la desvalorización de la fe por un lado, mientras avanza, a pasos agigantados, la corrupción social y se extiende por todos los confines, venerando a un nuevo dios: el falso ídolo del dinero.
El fenómeno no es nuevo, por supuesto, siempre ha existido la corrupción para llegar a poseer lo necesario o más allá de lo necesario. La ambición del poder que dan los bienes ha existido siempre... ¿qué es lo nuevo, entonces?
Lo nuevo sin duda es la cultura consumista que se nos impone en forma desmedida con el bombardeo incesante de la publicidad de todo cuanto se vende. Y si no recuerden, ¿cuántas revistas y folletos con propaganda y promociones recibió con el diario durante el mes de diciembre? Por no mencionar otros medios...
Cuando estaba en el colegio aprendí que era malo ser materialista, que el espíritu y las virtudes eran más importantes que las cosas y, gracias a Dios, en mi casa me enseñaron el sentido del ahorro y la austeridad. Educar hoy a los hijos y enseñarles que los valores espirituales son los que dignifican a la persona y luchar contra la fuerte corriente consumista de nuestro tiempo no es nada fácil, sobre todo que, además de esto, los padres de familia y los educadores tienen que estar muy atentos a las trampas de la corrupción que se infiltran casi imperceptiblemente en la vida cotidiana afectando a niños, jóvenes y a adultos.
Hay ocasiones en que parecería imposible que esta situación cambie. Juan Pablo II afirmó que uno de los peores males de nuestro tiempo era la falta de conciencia del mal. ¡Qué grave! Si las inmoralidades que se cometen se consideran normales «porque todo el mundo lo hace», ¿cómo, entonces, podrán reconocer que están equivocados? ¿Cómo pedir honestidad, transparencia, rectitud, justicia, si «sería un tonto si no aprovecho la ocasión»?
Si estamos en el grupo que quiere cambios para que nuestro país no conste entre los países más corruptos, ¿qué podemos hacer?
En primer lugar, creo yo, estar muy atentos... vigilantes a todo lo que ocurre a nuestro alrededor y de las personas porque sutilmente puede colarse en nuestro hogar, en nuestro equipo de trabajo una persona desubicada moralmente. En segundo lugar, aprovechemos toda oportunidad que se nos presenta para señalar el mal y corregir a quien comete acciones indebidas, grandes o pequeñas. Se puede hacer en forma privada y con prudencia o públicamente, según los casos.
Lo importante es no caer en la tentación de desanimarnos porque el mal, definitivamente, puede hacernos sentir abrumados y vencidos... Por el contrario, ¿por qué no convertirlo un propósito para el año que comienza: ser un agente activo contra la corrupción desde las distintas posiciones que tenemos en la vida: como miembros de una familia, en el trabajo, colegio, universidad o cargo público?... Allí está nuestro desafío para el 2007.
Del director
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