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Humildad y creatividad

La profunda revolución del ser cristiano nace desde la sencillez de un pesebre

Mucho se escribe en estas fechas sobre el sentido de la Navidad. Son recurrentes las referencias al exceso de consumo, a la pérdida del sentido auténtico de estas fiestas o a la tristeza que produce en algunos. Por mi parte, dos ideas marcan siempre la Navidad: la humildad y la creatividad.

La humildad como un toque de atención a la desmedida soberbia del hombre contemporáneo. En este sentido, creo que la Navidad nos aporta algunas claves importantes. La profunda revolución del ser cristiano, del hombre nuevo, nace desde la sencillez de un pesebre y la enorme vulnerabilidad de un recién nacido. Nos obsesionamos en la falsa seguridad de nuestras máquinas y aparatos tecnológicos —coches, móviles, ordenadores, televisiones espectaculares, relojes carísimos, etc.— y, de nuestro poder adquisitivo, para poder comprar todo lo que deseamos; pero la esencia de la vida va por otros derroteros.

La humildad nos ayudará a comprender, en primer lugar, que somos seres profundamente necesitados, queramos o no reconocerlo. El individualismo y egoísmo reinante tratan de convencernos de que somos libres, autónomos e independientes.

Sin embargo, la humildad y el sentido común nos enseñan que nada somos sin los demás. Es más, somos, en una parcela muy importante, parte de los demás. Yo no soy yo, sino lo que en mí ha resultado de mi relación con mis padres y hermanos, mi mujer, mis hijos, mis amigos y mis compañeros del trabajo, y los encuentros inesperados. Sería absurdo no reconocer lo mucho que somos de los demás.

Y en esto es en lo que está fallando el hombre del siglo XXI. De ahí que se apunte la soledad como la gran enfermedad de las sociedades desarrolladas, también la depresión o el exceso de consumo de medicamentos para poder simplemente dormir. Frente a esto, la humildad del niño del establo de Belén nos enseña que la fortaleza real nace de la entrega, que el verdadero poder está en la comunicación con el otro, que la Navidad es el nacimiento perpetuo, constante, diario. Desde ahí, la humildad nos lleva directamente a la creatividad. La Navidad, como la vida, será lo que queramos que sea; tenemos pues que crearla. Esto sí es auténtica libertad y no la que se basa en el consumo constante de objetos que, a la larga, poco o nada nos aportan.

La creatividad es la gran asignatura pendiente de nuestro nuevo milenio. La resignación, el hiperrealismo y el escepticismo —mezclado con grandes dosis de cinismo— están ahogando las posibilidades enormes que todos, sepámoslo o no, llevamos dentro de nosotros. Y esto, sin duda, es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo. Podemos ser más de lo que somos, pero muchas veces nos quedamos a mitad de camino. La Navidad también puede ser una buena ocasión, para que nuestra creatividad rompa determinadas barreras sociales que nos reducen o, incluso, nos cosifican como personas.

La creatividad requiere el esfuerzo de preocuparse por los demás. De que esta Navidad puede ser diferente y mejor que ninguna otra, que me puedo volcar en mis seres queridos, en mis amigos. Que el único crecimiento real y verdaderamente enriquecedor, humanamente hablando, nace de la entrega a los demás... no hay más ni menos.

Considero que éste es el auténtico mensaje de la Navidad, nacer desde la humildad de forma creativa. El ejemplo, claro está, es Cristo. Su vida fue irse vaciando, hasta el anonadamiento —nos dirá Guardini— por lo demás. Ha sido la vida más plena que ha existido y que existirá.

Tenemos en nuestras manos hacer y ofrecer a los demás una gran Navidad que, sin duda, también lo será para nosotros. Podemos crearla o no. También podemos entender la humildad, en contra de lo que comúnmente se piensa, como lo que es, una de las grandísimas virtudes de una persona inteligente y segura. Y la creatividad, por último, como la fuente de la vida y el verdadero reflejo de la libertad.

Ambas, libertad y creatividad, sólo tienen un verdadero objetivo, sin el cual carecerían de sentido: el otro. Pienso sinceramente que si estas dos ideas —humildad y creatividad— no son lo fundamental de la Navidad, seguro que sí se acercan bastante.

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