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La matanza de los inocentes

No nos engañemos, el interés de las clínicas abortistas no es la justificación moral, sino el dinero

No son una inocentada los crímenes que se están cometiendo en las clínicas abortistas de nuestro país. La denuncia por parte de una televisión danesa de las prácticas que, con total impunidad, se llevan a cabo en las clínicas del grupo CBM ha sido casi silenciadas por la algazara navideña.

En un viaje a Barcelona la semana pasada me acerqué a la sede central del grupo en una tarde fría, oscura y gris, que otorgaba al edificio un tétrico aspecto que trajo inevitablemente a mi memoria las horribles imágenes de los campos de exterminio.

Quien se asome a la web del grupo (http://www.barnamedic.com/) podrá descubrir que se presenta abiertamente como un «centro internacional de coordinación de interrupciones voluntarias del embarazo del primer y segundo trimestre» con más de 30 años.

El reportaje de la televisión danesa sobre este centro registraba con detalle la información facilitada por el propio centro sobre el método empleado para la eliminación de esos pequeños seres humanos que —si se les dejara— podrían vivir ya fuera de la madre.

Se trata del parto inducido de un niño que ha muerto porque previamente se le ha administrado una sobredosis de digoxina mediante una inyección en el corazón. «Usted tiene su moral y yo la mía», se justificaba el responsable principal de ese centro médico ante las preguntas de la periodista de la televisión danesa que cuestionaba la moralidad de ese procedimiento.

Por una siniestra asociación de ideas esta respuesta en favor de dos morales diferentes me hizo recordar la justificación que Franz Stangl, el comandante del campo de exterminio de Treblinka, dio de su terrible comportamiento. «En la escuela de formación para policías —explicó a Giita Sereny— nos enseñaron que la definición de un crimen debe reunir cuatro requisitos: ha de haber un sujeto, un objeto, una acción y una intención. Si falta uno de estos cuatro elementos no se trata de un delito punible».

Mediante esa estructura conceptual, Stangl llegó a persuadirse de que lo que hacía no era criminal: «La única forma de sobrevivir —explicaba en 1971— era compartimentar la mente, y al hacer esto podía aplicar aquel concepto a mi situación. El sujeto era el Gobierno nazi, el objeto los judíos y la acción el exterminio en la cámara de gas».

Como en su caso faltaba el cuarto elemento, la intención —que Stangl identificaba como el libre albedrío—, no podía considerar delictiva su conducta: como obedecía ordenes no podía ser el responsable del exterminio de más de novecientas mil personas en Treblinka. Quienes defienden la doble moral han cambiado la argumentación, pero sólo ligeramente. Vienen a decir que si el cliente paga por desembarazarse de un hijo no deseado y el médico le ayuda a que haga realidad su deseo, el médico no tiene responsabilidad ninguna: quien paga manda y es a todos los efectos el responsable.

Pero no nos engañemos, el interés de las clínicas abortistas no es la justificación moral, sino el margen económico: hay personas —muchas de ellas de países con legislaciones más restrictivas— dispuestas a pagar hasta cuatro mil euros por desembarazarse de un hijo indeseado y esas clínicas se aprovechan de la legislación española (y de que políticos, jueces, médicos... miren para otro lado ya que ni se cumple esa legislación) para hacer su macabro negocio.

En este sentido me ha impresionado la declaración de la diputada catalana Montserrat Nebrera: «Condeno explícitamente el fariseísmo público que permite hacer un negocio lucrativo de la eliminación sistemática de la vida, arguyendo falsas razones, amparándose en la letra de la ley, no en su espíritu».

Más aún, si fuéramos al fondo de cada uno de esos abortos descubriríamos que en casi todos los casos el desencadenante de la decisión de abortar es el egoísmo del padre de la criatura que no quiere al hijo, que no apoya el seguir adelante con la gestación. Realmente el aborto no tiene nada que ver con la liberación de las mujeres, sino que es la culminación de su explotación por parte de los varones: el «turismo del aborto» se ha convertido en un execrable negocio que hacen algunos hombres en nuestro país a costa del sufrimiento de tantas mujeres y de las muertes de tantas criaturas inocentes.

Me avergüenza que en una sociedad democrática y en un Estado de derecho unos desalmados puedan reproducir —con total impunidad y logrando además beneficios económicos— la matanza de los inocentes que Herodes hizo en Belén hace algo más de 2000 años y que conmemoramos hoy.

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