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Todos a Córdoba

La intención de la Junta Islámica es convertir a la mezquita en La Meca de Europa

La Junta Islámica ha pedido al Papa el uso conjunto de la mezquita de Córdoba. El obispo, al parecer, no está por la labor. Y se comprende. A usted no le gustaría que un señor, apelando a los intereses de la Humanidad, descendiese de pronto al detalle de solicitar para él y su familia la mitad del piso que usted ocupa. Es innegable que ese señor y su familia son parte de la Humanidad. Pero esta Humanidad, vencida siempre hacia un lado, no termina de inspirar confianza. Habría habido más equidad en el trato si la Junta hubiese abierto un gran templo islámico a la concurrencia de cristianos. Ahora bien, la Humanidad, la Humanidad con mayúsculas, la que hacía temblar de emoción a Víctor Hugo y a Jules Romain, y luego ha inducido temblorcillos sufragáneos y de menos cuenta en Mayor Zaragoza y compañía, es un invento europeo. La Humanidad, según datos fehacientes, no ha acudido en ayuda de los cristianos coptos de Egipto, por poner un ejemplo.

La Alianza de Civilizaciones es otro de los temblorcillos remotos que ha producido el humanitarismo europeo, fruto a su vez de la Ilustración, la cual derivó su humanitarismo, y vamos acercándonos a la fuente original, de la noción cristiana de que somos todos hermanos. Los cristianos no han sido, estrictamente hablando, los inventores de la gran hermandad entre los hombres. La idea está en los estoicos, aunque muy desleída. Pero los cristianos infundieron en ella una urgencia desconocida. El problema, la quisicosa, es que la Humanidad de los cristianos está íntimamente ligada a la misión redentora de Cristo, y Cristo no es una metáfora del amor. Cristo es el Hijo de Dios, y por tanto, no es intercambiable con las instancias trascendentes que proponen otras religiones.

Los ilustrados reinterpretaron a Cristo como una metáfora y abrieron la etapa del humanitarismo abstracto. Éste, por supuesto, no consigue seducir a quienes insisten en adorar a su Dios conforme a las fórmulas antañonas. De ahí que lo de la Alianza de Civilizaciones suene un poco raro. Un tanto chungo, por acudir al idioma cheli.

Vuelvo a la propuesta de la Junta Islámica. Si se aceptara, ocurrirían, probablemente, varias cosas. La primera es que la mezquita se haría de muy difícil acceso a los cristianos. En parte, porque la liturgia musulmana es mucho más prolija que la cristiana. Pero porque detrás de todo esto existe el propósito de convertir Córdoba en La Meca de Europa. Trasladarse hasta allí sería una manera de poner una pica en Flandes, en tierra de infieles. Formaría parte de las obligaciones religiosas de un islamismo muy militante. La recuperación de Al Andalus, además, no es una fantasía excogitada por activistas marginales. Según es notorio, esa nostalgia o ese deseo está incrustado en el ideario de millones de integristas.

La segunda cosa que ocurriría es el surgimiento de conflictos y tensiones en la zona. La vigencia de estrategias terroristas pondría la guinda en lo alto de la tarta.

Sea como fuere, le han cogido a nuestro presidente a contrapié. ¿De qué argumentos podría valerse para no apoyar un cliché irresistible? ¿Quiero decir, la fotografía en que aparezcan, codo con codo, un cristiano y un musulmán adorando a Dios bajo un mismo techo? Rehusar el cliché supondría anteponer el análisis al embrujo y seducción de una instantánea publicitaria. Y nuestro presidente vive prisionero de las instantáneas. Habita un mundo de dos dimensiones, teñido con los tonos chillones del primer tecnicolor. Zapatero se va a sentir incómodo. Muy incómodo.

Por cierto, que resulta decepcionante, por mal enfocado, el aporte que a la comprensión del conflicto islámico están realizando los expertos en Islam, con tal o cual honrosísima excepción. Por lo común, los estudiosos se elevan a las alturas, nos explican que han existido y existen mucho modos de comprender el mensaje de Mahoma, y nos conminan a que no simplifiquemos. Saben mucho de lo suyo, pero es dudoso que sepan demasiado de lo nuestro. Quiero decir, de lo que efectivamente está pasando.

El hecho de que Bin Laden se salga en varios aspectos del repertorio islámico clásico; que acuse contaminaciones occidentales; que El Corán sea polisémico, y aún lo sean más sus interpretaciones subsiguientes; que existan versiones varias del salafismo, algunas de las cuales habrían llegado a ser fructíferas de no haberse verificado determinados cortocircuitos; todo esto es, de acuerdo, interesante, y debería constar a quienes son tendentes a ver las cosas en blanco y negro. Pero es también compatible con el hecho de que muchos islamistas han simplificado, recíprocamente, su propia tradición. Eso es lo problemático, de momento. Y eso es lo que podría convertir a la antigua mezquita cordobesa en una cuestión de orden público.