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¿Águila o gallina?
Cuenta una leyenda que un joven guerrero indio se encontró un huevo de águila. Lo recogió del suelo y lo colocó en el nido de una gallina. El resultado fue que el aguilucho se crió junto a los polluelos.
Creyéndose gallina, el águila se pasó la vida actuando como éstas. Rascaba la tierra en busca de semillas e insectos con los cuales alimentarse. Cacareaba y cloqueaba. Al volar, batía levemente las alas y agitaba escasamente su plumaje, de modo que apenas se elevaba un metro sobre el suelo. No le parecía anormal; así era como volaban las demás gallinas.
Un día, vio que un ave majestuosa planeaba por el cielo despejado. Su vuelo era alto y majestuoso.
—¡Qué hermosa ave! —le dijo a la gallina que se hallaba a su lado. ¿Cuál es su nombre?
—Águila, la reina de las aves — le contesto ésta. Pero no te hagas ilusiones: nunca serás como ella.
Con gran tristeza, el águila-gallina siguió picoteando el suelo.
Años más tarde murió.... ¡Creyéndose una gallina!
Mientras leía esta evocadora historia, no dejaba de reflexionar en los acontecimientos políticos que estamos viviendo estos días en nuestro país y en la actitud que tenemos ante ellos.
Lo primero que me preguntaba es por qué nuestra clase política se tortura. Perdón, nos torturan, revolcándose en sus errores y nos lavan el cerebro, nos manipulan hasta la idiotizacion más absoluta, con el único objetivo de negarnos la posibilidad de poder volar alto, muy alto, como las águilas.
¿Por qué tanto empeño en que seamos gallinas mediocres e ignorantes, paralizadas por el miedo, en vez de ser águilas, con el valor necesario para mejorar el vuelo de nuestra vida, de nuestro país?
Aunque debo confesar que, como el águila-gallina del cuento, la actitud sumisa que demuestra la mayoría de ciudadanos me preocupa, y mucho. Es más, yo diría que en la actitud del gallinero está la clave de toda esta sinrazón que estamos viviendo.
Como en cualquier gallinero que se precie, hay gallinas de varias clases. Unas, esperan sentadas bajo el sol, picoteando en su tranquilo y querido habitáculo, que sea el resto de la gallera el que se haga cargo de afrontar y resolver sus problemas. Otras se sientan cómodamente en el corral, día tras día, cacareando sin parar y comentando su mala suerte y los tiempos tan difíciles que les ha tocado vivir. Y, por último, están las que tienen los músculos entumecidos para volar y se niegan a ver los problemas, los eluden por miedo a complicarse la vida, sin querer mirar hacia el lado del bosque por donde el zorro aparecerá en cualquier momento para devorarlas.
Una imagen desoladora, ¿no les parece?
Y es entonces cuando recuerdo el consejo de una mujer valiente, Oriana Fallaci, que nos demostró su valor, su fuerza y su determinación ante las dificultades que tanto necesitamos hoy en día.
La dedicatoria de su libro «La Fuerza de la Razón» termina así: «La extiendo a cualquiera que de buena fe vegeta en la ceguera, en la sordera, en la ignorancia y en la diferencia pero está dispuesto a despertarse para recobrar un poco de sentido común. Un poco de razón. Con la razón, un poco de coraje. Con el coraje, un poco de dignidad.
Cosas que vamos a necesitar y mucho. Cosas que cada vez necesitaremos más porque la guerra que nos ha sido declarada se recrudece de hora en hora. Y nos esperan días todavía más duros.»
Personalmente, creo que ya es hora de que muchos nos preguntemos ¿por qué volar como un ave de corral, si podemos, ¡debemos!, volar como las águilas?
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