» Tiempos » Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos
Por una semana que no termine
El Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias han preparado, conjuntamente, los materiales para que, durante la semana que va desde el 18 al 25 de enero del presente año 2007 los cristianos de todo el mundo podamos celebrar la denominada, desde que fueron propuestas estas fechas en 1908 por Paul Watson, Semana de Oración por nuestra unidad. Y como muy bien dice el documento, espíritu al que nos sumamos aquí, «y para el resto del año 2007».Esta semana, que bien quisiéramos que fuera para siempre, por lo dicho, y que siempre, se cumpliesen esos deseos y manifestaciones contenidas en los materiales citados, será, por su motivación, ejemplo de lo que Jesucristo dijera (Jn 17,22) y que era aquello de que «sean uno como nosotros somos uno».
El texto elegido para esta ocasión, muy propio para clarificar el sentido de este período, es uno del Evangelista Marcos (7,37) y que dice que, refiriéndose a Jesús, «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» en referencia, directa, a lo que el mismo Mesías dijera a los enviados de su primo el Bautista que certificaba lo que, a su vez, profetizara Isaías (35, 5-6): »Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos;
entonces el tullido saltará como un ciervo
y la lengua de los mudos gritará de júbilo». Todo, pues, se cumplía.
Estos, son, pues, los contenidos que podíamos decir, de carácter justificativo en materia de Sagrada Escritura. Sin embargo, en esta semana, y en relación directa con ella, cabría destacar un aspecto que, a nuestro entender, es también muy importante pues se trata de un ecumenismo, digamos, interno.
Bien sabemos que por ecumenismo se entiende, el Decreto Unitatis Redintegratio (Concilio Vaticano II) así lo reconoce, el «conjunto de actividades y empresas que /.../ se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos» (punto 4) y que, en general, se considera como aquel, las relaciones con las Iglesias Orientales y con las Iglesias surgidas de la Reforma del siglo XVI. Y no otras cosas como se pretende desde, por ejemplo, el mundo, alguno, musulmán, que no parece comprender el significado justo de esta palabra tan repetida.
Pues bien, en este mismo documento, trascendental para conocer el por qué y el cómo de esos movimientos tendentes a la unidad perdida hace muchos siglos (más en el caso de las Iglesias Orientales) se hace mención, en el mismo punto (4) de algo que denominamos, como ya hemos dicho, «ecumenismo interno».
Este término, que si bien no puede entenderse de la letra explícita del Decreto citado, sí que es una emanación del mismo apartado. Y esto en este sentido.
El punto 4 mencionado habla de la «plenitud de catolicidad», refiriéndose a aquellos católicos que están «separados de su plena comunión». A esto es a lo que llamamos «ecumenismo interno», y esto, por desgracia, es más común de lo que parece y, además, se nota.
Por ejemplo, podemos dejarnos convencer por las facilidades que nos ofrece el mundo, vender nuestro presente sin darnos cuenta de lo que supone esa dejación de la responsabilidad que tenemos como hijos de Dios. Esto, seguramente, requiere de esa unidad misma con los principios y valores que el bautismo nos impele a cumplir. Cabe, pues, esa forma de ecumenismo que no es externo (de lo católico a lo separado de una forma o de otra o por unas razones u otras)
Esas facilidades, que nos abarcan, nos obligan a hacer uso de ellas, entregándonos a sus anhelos y produciéndonos una dispersión de afectos de la que sólo puede derivarse una pérdida de los valores esenciales que constituyen nuestra personalidad como personas dotadas de una dignidad dada por Dios.
Además de esto, los respetos humanos (el cómo otros pensarán y reaccionarán ante nuestro actuar católico) nos impiden llevar a cabo un comportamiento verdaderamente humano, pues nos obligan a hacer no lo que deberíamos sino lo que, muchas veces, se espera de nuestro ser social (muy parecido, esto, a lo que dijera el Apóstol Pablo en su Epístola a los Romanos 7,19: «no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero»)
Sin embargo, como esta sociedad, muy perturbada por el ansia de tener más y que hace prevalecer ese tener sobre el ser, por un hedonismo rampante y un amor a lo propio excesivo, no puede ser, francamente, el marco donde desenvolver nuestra personalidad de forma correcta, adecuada, pues, como hemos dicho, su desarrollo no es, precisamente, lo que mejor va con una armonía con el verdadero mundo que Dios pretende, que legó a nuestros primeros padres y a los que conminó a dominar, y no a dejarse dominar por él, hay que buscar ese «ajuste» entre nosotros y la Iglesia, católica, a la que pertenecemos.
Por eso, estamos totalmente de acuerdo con el Padre Jordi Rivero cuando dice que «antes de actuar es justo tomar en cuenta la opinión de otros, pero solo para ayudarnos a formar un juicio de conciencia en el que se busca la verdad y la justicia y no aplacar los injustos intereses de los hombres». Y esto requiere de un actuar interno, dentro del propio catolicismo; de un, otra vez, ecumenismo interno (valga la redundancia)
Y, también, por no olvidar, ese actuar tibio, dejándose arrastrar por lo fácil, por el comodísmo (si se puede decir así) que nos impele a huir de la responsabilidad que supone el ser católico para refugiarnos en el mundo sin reconocer las asechanzas que nos tiende; sin reconocer el peligro en el que estamos inmersos; sin, por último, ver más que lo nos conviene (¡terrible error cuando pretenden anular la fe que nos acoge!) que, siempre, siempre, va en sentido contrario a lo que debemos hacer.
En fin, que esta semana para la unidad de los cristianos vista desde el punto de vista universal tiene una importancia notable, absoluta, básica, atendiendo a la manifestación hecha por Jesucristo que nos insta a aquella unidad. Sin embargo, la necesidad de que cada católico se pregunte sobre su nivel de compromiso con la fe, con los valores y con los principios que le sostienen, no es menos importante pues, como sabemos, lo mayor contiene a lo menor pero si lo menor no se corresponde con lo mayor quizá nada funcione y sólo se produzca un desajuste de lo que es superior, en importancia, pero constituido por lo que es menor. Y quien quiera entender que entienda.
Del director
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