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Teherán dicta la Historia

Según la Escuela de Berkeley (Dobyns, Cook, Borah) la población del continente americano en 1492 rebasaba de largo los cien millones de habitantes; mientras, otros historiadores como Kroeber o Rosenblat argumentan sobre cifras mucho más reducidas (entre 8 y 13 millones). El asunto no es baladí ni se circunscribe a mera discusión entre especialistas: dependiendo del número aceptado —más bien enarbolado— el «genocidio» (verdadero, falso, parcial o discutible) perpetrado por los europeos habría sido mayor o menor, aunque los inculpados generalmente son los españoles. Recordamos este ejemplo para llamar la atención sobre la trascendencia o veracidad reales de acontecimientos del pasado, controvertidos por razones, de ordinario, poco inocentes. Podríamos agregar otros casos similares (v.g. la revisión de la versión progre y ya canonizada sobre la última Guerra Civil española), pero el aducido basta para mostrar cómo el afianzamiento, la negación o las dudas en torno a lo pretérito sirven a fines muy concretos del presente, una de las más severas críticas que se formulan contra la Historia —o más bien contra su utilización—, de forma desmesurada e injusta a nuestro juicio.

En Teherán se ha celebrado en estos días un congreso —«mundial» lo llaman sus organizadores— para negar la realidad del Holocausto que padecieron los judíos en la Europa de los años 30 y 40. Que un evento de tal naturaleza busque un fin concreto, más allá del conocimiento, ya lo pone en solfa, máxime si la otra meta perseguida, a bombo y platillo, es la desaparición de Israel. La intendencia, pródiga ella, ha convidado y reunido a 150 «especialistas» y gentes de muy varia condición: desde judíos ultraortodoxos contrarios, por alambicadas motivaciones religiosas, a la existencia del estado hebreo, hasta simpatizantes más o menos encubiertos del nazismo que inciden especialmente en uno de los puntos cruciales del asunto (la existencia de cámaras de gas), pasando, como es natural, por el anfitrión Ahmad ed-Din Eyad y sus secuaces musulmanes, fieles continuadores de los viejos y nunca aminorados odio y desprecio contra los judíos que han acompañado al islam a lo largo de toda su historia y que tan estupendamente documentó Bernard Lewis en su obra Los judíos del islam.

Hostilidad reflejada —incluso en colaboración práctica con el nazismo— en las andanzas del muftí Amin el-Huseini o en la división Janyar de las Waffen SS compuesta por musulmanes bosniacos. Que los mismos nazis no tomaran muy en serio a estos entusiastas aliados y colaboradores no resta importancia al hecho de que los árabes y musulmanes del tiempo veían amigos en los enemigos de sus enemigos. El cómo les hubiera ido, de ganar Hitler la contienda, es un capítulo en que prefieren no escarbar, en especial si los objetivos de Teherán son exterminar a los israelíes y volver irreversible la posesión de armas nucleares y, de tal guisa, afianzar su liderazgo en el mundo musulmán. Los chiíes, eternos hermanos pobres, siempre despreciados, perseguidos y aplastados por los sunníes, ocupando el lugar de honor al frente de la umma islámica: expansionismo político, hegemonía militar, imposición violenta de su propio fanatismo son los móviles del régimen de los ayatollahs, en la línea de la exposición de dibujos insultantes sobre el Holocausto o las muy agresivas manifestaciones recientes contra Dinamarca o contra el Papa, en sintonía y rivalizando con los asesinatos esporádicos de cristianos desde Indonesia a Marruecos o con la monotemática propaganda anticristiana de la editorial egipcia At-Tanwir. Y tanto ha gustado el género congresual a los dueños de casa que —en gesto tal vez humorístico, aunque con la obligada asistencia, modositos y sumisos, de representantes de Rodríguez y su Alianza de Civilizaciones— convocan a una Conferencia sobre «Derechos Humanos y Religión», a celebrar en Qom los días 16 y 17 de mayo de 2007. Los temas que se desarrollarán son : La Religión y las bases de los Derechos Humanos; Los Derechos Humanos, la Concordia entre religiones y la paz mundial; La Religión y la aplicación de los Derechos Humanos; Los Derechos de la religión en el Sistema internacional de Derechos Humanos... Los interesados en viajar pueden escribir y mandar currículo.

Sin embargo, como sucede en otros terrenos de la actual confrontación sociorreligiosa y cultural provocada por el islam, el auténtico problema no reside en las alharacas o fintas más o menos bufas, a veces trágicas y criminales, desplegadas por los islamistas: el conflicto lo alimentamos nosotros mismos, europeos, por no haber sido capaces, pese al tiempo transcurrido, de digerir, racionalizar y limitar a la discusión histórica el fenómeno del nazismo. Las cosas están superadas cuando se puede hablar de ellas sosegadamente, pero mantener el tabú —por ejemplo, mediante legislaciones represivas— sólo conduce a su explotación nociva y hostil por desaprensivos dispuestos a obtener algo aireando lo innombrable, como es el presente caso iraní. Bien es cierto que aun viven algunas de las víctimas directas y pedirles objetividad y distanciamiento es demasiado, mas el Foro de Teherán sólo debería concitar nuestra risa si Alemania en primer término y detrás los otros países involucrados hubieran vencido el trauma que el nazismo infligió a todo el continente. Porque, a diferencia de la lejana historia de América, aquí los sucesos son cercanos, los testimonios próximos y las evidencias excesivas, como para temer a un grupo de turistas revisadores o rabinos despistados (¿Qué habrán dicho éstos ante las intervenciones de sus compañeros de pupitre?).

Con cámaras o sin ellas, la persecución antijudía fue algo tan lacerante como injusto. Más que los grandes —y siniestros— números a mí me conmueven imágenes objetivamente de gravedad menor: fotografías de judíos obligados a limpiar suelos o retretes con las manos o la boca, otras de mujeres alemanas flanqueadas por miembros de las S.A. y exhibidas con carteles infamantes al cuello por mantener relaciones sexuales con judíos, discriminaciones en servicios públicos, cines, colegios, contra niños y adultos. La deshumanización de las víctimas, su humillación, expolio de propiedades, deportación, utilización de trabajo esclavo y, finalmente, matanzas masivas están bien probados, por tanto no hay razones de fondo para seguir hurtando la discusión sobre la actuación de las «Tropas y comandos especiales de las SS»: ¿quién puede defender en serio sus crímenes?

Europa y Alemania no han digerido el nazismo, quizás por los muchos apoyos y connivencias con que contó dentro y fuera del Reich, complicidades que luego se han tratado de ocultar con varia fortuna y cuya denuncia tanto incomoda en Inglaterra, pero también en Noruega, Suecia, Francia, Austria... La ingenua bobería de Von Papen y Hugenberg, propiciadores del ascenso de Hitler a la Cancillería y persuadidos de que domarían al «pequeño cabo de Bohemia» —como le llamaba Hindenburg— y en pocos meses desplazados ellos mismos, se mestura en un feo cóctel con la megalomanía visionaria del personaje, «presto a sacrificar dos millones de alemanes» para lograr el espacio vital, se entrevera con la sebosa y corrupta glotonería de Goering o la minuciosa frialdad asesina de Himmler, ahíto de folklóricasfantasías raciales. Es difícil distraer la atención de todo eso y de una de sus consecuencias más dramáticas, los asesinatos masivos de judíos. Ante todo ello es innecesario inventar testimonios, como hicieron los heroicos republicanos españoles Enric Marco y Antonio Pastor, que jamás pisaron Flossenburg y Mauthausen respectivamente. Pero tampoco hay que temer los tíovivos que organicen unos defensores de los Derechos Humanos como los ayatollahs del Irán.

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