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Juan Pablo II: Un papa para la Eternidad

Hemos asistido emocionados a los últimos momentos de Juan Pablo II después de veintisiete años al frente de la Iglesia Católica, a la que ha llevado hasta el alba del tercer milenio. Ha sido ejemplar cómo ha entregado su vida generosamente al Señor, purificada por el dolor y la enfermedad, en sábado, día de la Virgen. La mañana del día anterior, el Santo Padre pidió asistir a la celebración de la Santa Misa, en este año que él mismo anunció como Año de la Eucaristía, y quiso que le leyeran las catorce estaciones del Vía Crucis, para abrazarse definitivamente con el Señor en la Cruz. Se ha despedido de sus más estrechos colaboradores agradeciéndoles sus servicios a la Iglesia diciéndoles «no lloréis por mí». Y su último mensaje ha sido para los jóvenes, con quiénes siempre ha tenido una complicidad especial. Se muere como se vive, y la vida de Juan Pablo II ha sido la de un santo. Con las primeras palabras de su pontificado nos resumía su Magisterio: no tengáis miedo, abrid las puertas de par en par a Cristo.

Muchos aspectos se pueden reseñar de este gigante de la fe, de este líder espiritual, que ha cambiado la historia del siglo XX. Estos momentos son de tristeza porque nos deja un enamorado de Cristo, una figura irrepetible y excepcional con una personalidad única, que ha dejado una huella indeleble en la Iglesia, la sociedad y en el mundo. Pero a la vez, son momentos de inmensa alegría y agradecimiento a Dios por el regalo que ha concedido a la humanidad con este Papa mártir y santo. Ya no tendremos que rezar por él, sino a él, que nos seguirá guiando desde el cielo. El Santo Padre puede decir con San Pablo: «He combatido bien mi combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe» (2 Tim 4, 7).

Llama poderosamente la atención cómo hasta el último momento de su vida ha luchado y dado testimonio de fe y amor. Se ha ganado el cariño de todo el mundo, católicos y no católicos, por su coherencia de vida, su valentía, por ser un defensor de la paz, la libertad, la justicia, la dignidad de la persona, los derechos humanos, siempre al lado de los más desfavorecidos. Nos ha dejado un legado vivo de cómo hemos de identificarnos con Cristo en la Cruz. Desde muy joven perdió a sus padres, sufrió el régimen nazi y la persecución comunista, como relata en su último libro Memoria e Identidad, pasando por el atentado terrorista y sus numerosas enfermedades. En el inicio de su pontificado nos conquistó un Papa joven, fuerte, vigoroso, deportista, que rompía los esquemas de otros papados y hasta se saltaba el protocolo del Vaticano. Era un Papa cercano, próximo, que conectó de inmediato con los interlocutores, con gente de la más diversa forma de pensar. Ahora, no resulta menos atractiva, la figura de un Papa que se ha entregado hasta el último aliento de su vida por Cristo y su Iglesia a favor de todos los hombres. La figura del Santo Padre anciano, enfermo, dolorido, sufriente, nos da la dimensión de la esencia de la vida cristiana: la entrega en la Cruz.

El pontificado de Juan Pablo II ha supuesto años intensos en la vida de la Iglesia, como también años de evolución acelerada en la historia de la humanidad. Nadie puede dudar de la radicalidad de la entrega del Papa a su misión. En todas partes ha predicado incansablemente el Evangelio. Es necesario descubrir ciertas claves fundamentales de su Magisterio. Ante todo, se remite constantemente al Concilio Vaticano II, que ha constituido el trasfondo de sus enseñanzas. Estas sólo a la luz del Concilio alcanzan su plena intangibilidad. Además, en su pontificado se han realizado dos obras fundamentales, la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica. Catorce son las encíclicas que Juan Pablo II ha publicado en su pontificado. El Papa cree necesario hablar de Dios al hombre de hoy. Lo hace con tres encíclicas consagradas respectivamente a cada una de las personas de la Santísima Trinidad: Redemptor hominis, Dives in misericordia y Dominum et vivificantem. Las tres encíclicas sociales: Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus. Sorprendió a la opinión pública con la profunda teología del trabajo, criticó los defectos tanto del capitalismo como del comunismo, y ante el desplome del comunismo analizó las raíces de ese fenómeno y advirtió los riesgos de un capitalismo egoísta. Por su parte, en la Slavorum apostoli se refirió a la actividad evangelizadora en Europa. Redemptoris Mater marcó un hito sobre la historia de la mariología. Veritatis splendor desarrolló los fundamentos de la moral cristiana. Y en Fides et ratio fundamentó las relaciones entre la fe y la razón. Evangelium vitae, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. Y la última de sus encíclicas, Ecclesia de Eucharistía, la Iglesia vive de la Eucaristía, como misterio de fe y amor. Toda esta obra tiene que ser analizada y estudiada detenidamente por todos los católicos, no sólo por mera erudición sino para que nos sirva como pauta de crecimiento en nuestra vida espiritual.

Este incansable apóstol con 104 viajes apostólicos, ha sabido utilizar las herramientas modernas para transformar el mundo que le ha tocado vivir, empezando por la Iglesia y siguiendo por la sociedad en los cinco continentes. Ha puesto al servicio de Dios todas sus facultades y poder de comunicador convirtiéndose en el Papa más mediático de todos los tiempos, para quien es compatible modernidad y fe. Contribuyó de forma especial a la caída del muro de Berlín y de los países comunistas del Este, así como al ecumenismo. Tenía una espina clavada, la de no haber podido visitar Rusia y China. Un apóstol infatigable, que ha cimentado su vida espiritual en una profunda vida de oración y un grandísimo amor a la Eucaristía, lo que le ha llevado a recorrer el mundo sembrando paz y alegría. No le ha importado ir contracorriente para defender con valentía la verdad en todas las naciones, luchando por la dignidad de la persona desde la concepción hasta su muerte natural, y defendiendo a la familia como la unión de un hombre y de una mujer, denunciando la injusticia social y la pobreza.

Los que tuvimos la suerte de poder estar con el Santo Padre en mayo de 2003 en su último viaje a España en la Plaza de Colón de Madrid, nos pudimos despedir de él, cuando nos dijo «os llevo a todos en mi corazón, hasta siempre España, tierra de María Santísima». Ahora tenemos un intercesor mucho más eficaz en el cielo, y un modelo próximo y cercano para poder imitar su profundo amor a Dios y su Madre. Juan Pablo II, cuyo proceso de beatificación es de esperar que sea inminente, nos ayudará más que nunca. Siguiendo uno de sus últimos consejos, no tenemos que estar tristes, antes por el contrario, muy alegres, al tener la certeza de que ha combatido el buen combate y ha concluido la carrera, y de qué manera.

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