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La nueva ley sobre embriones humanos: ¿una reforma rigurosa y ética o insuficiente e injusta?

Está a punto de aprobarse la reforma de la Ley 35/1988 de 22 de noviembre sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida. Este proyecto ha suscitado una serie de reacciones contrapuestas de entusiasmo y decepción, como no podía ser menos, debido a las cuestiones éticas y científicas que plantea.

La Ley 35/1988, aprobada por el Gobierno del PSOE, no establecía ningún límite al número de óvulos que se podían fecundar ni de embriones que se podían transferir a una mujer en un ciclo FIV. Ante esa situación, el Gobierno del PP ha enfrentado esos problemas de la ley anterior promoviendo una reforma que ha presentado ante la sociedad dirigida 1) a detener la producción de nuevos embriones sobrantes y 2) a solucionar el problema de los ya existentes dándoles un destino adecuado.

Ahora bien, ¿se puede aceptar que esta reforma es tan rigurosa y ética como se ha vendido a la opinión pública y nos pretende hacer creer la Ministra de Sanidad? Sin entrar en la buena o mala voluntad con que se haya realizado, examinando el contenido real de la nueva ley entiendo que es insatisfactoria e insuficiente, que no sólo no resuelve las injusticias de la ley anterior, como dicen proponerse, sino que las agravan hasta unos extremos que ni el PSOE se atrevió siquiera a plantear.

Ante todo, es una reforma insatisfactoria. Pues se sigue manteniendo la FIV, con sus perjuicios para los hijos, la pareja y la sociedad. En efecto, con la fecundación in vitro, primero, se viola el derecho de los hijos a ser engendrados en el acto de unión interpersonal de los padres y se les trata como si fueran objetos de producción, lesionando su dignidad personal y exponiéndoles a gravísimos riesgos (sólo sobrevive la cuarta parte de los embriones procreados) y a no llegar a conocer a sus verdaderos padres.

En segundo lugar, se trata de una reforma insuficiente, que no resuelve -como pretendía- el problema principal de la acumulación de embriones sobrantes, pues se admite a través de los supuestos excepcionales la posibilidad de seguir congelando embriones. Si de verdad querían solucionar el problema, ¿por qué no han seguido el ejemplo alemán? En Alemania, recordando todavía los experimentos embrionarios de los nazis, no se congela ningún embrión, sólo se fecundan los óvulos que se van a implantar.Por si fuera poco, esta reforma, además de no resolver el problema de la acumulación de embriones sobrantes, va a permitir la utilización de los ya existentes sean o no viables, como material experimental.

En definitiva, nos encontramos ante una ley que ha intentado satisfacer los deseos de fertilidad de las parejas, así como los intereses comerciales de las casas farmacológicas y los intereses investigadores, pero olvidando un «pequeño» detalle: el respeto a la vida, la integridad y la dignidad del embrión humano, de ese ser que merece el mismo respeto que cualquier persona humana adulta: quizá más, por ser más indefenso. No es una cosa ni un mero agregado de células vivas, sino el primer estadio de la existencia de un ser humano —todos fuimos embriones—, y por lo tanto acreedor del derecho fundamental a la vida.

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