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Mezquitas sin papeles

Cuesta mucho más adecuar un bar a las leyes antitabaco que abrir una mezquita. Lo que para abrir un templo cristiano como mínimo se mide en años en el mundo musulmán, en España se arregla «ipso facto» y sin papeles, si es que se procede a algún trámite. Por una parte, algunos ayuntamientos ceden terrenos públicos para la construcción de una mezquita, como en el caso de Badalona, con notoria oposición ciudadana y, por otro lado, están los cientos de mezquitas ubicadas sin legalidad alguna, a modo de centros religiosos clandestinos para un flujo inmigratorio de tal pululación que sobrepasa los controles debidos. Según explicaba ABC a principios de año, son más de ochocientas mezquitas para el millón y medio de musulmanes que residen en España.

Hay ayuntamientos que han preferido evitarse un trámite legal y riguroso accediendo a la apertura de mezquitas cuyas condiciones sanitarias y de seguridad no alcanzan al mínimo exigido para otros establecimientos a los que sí se les requiere el pago de los cánones establecidos. Esa es una suerte de aplicación pirata del principio de discriminación positiva, con el que izquierda se hace la ilusión de poder tratar el problema del islam en España. Constituye una cesión por etapas, disfrazada de política social más improvisada que incluyente. Es instituir por las bravas y sin respeto a la ley las condiciones de un multiculturalismo cuya desembocadura será por fuerza una trama de guetos con su propio «status quo», con su autoridad al margen del sistema de representatividad previsto en la Constitución y con un potencial de fricciones y hostilidades. En conglomeraciones urbanas como Madrid o Barcelona ya se dan elementos comparativos con el Londonistán, mientras que el caso de Andalucía —de implantación musulmana regional— corresponde seguramente a otro método y a otras perspectivas, por lo general con fondos saudíes y con efectos precursores en el Euroislam, aunque sólo sea por simbolizar el germen mitológico para la reivindicación del Califato.

Un amago de crisis económica con un frenazo en el sector de la construcción dejaría al desnudo las precariedades de todo ese gran apaño: es más, pudiera tener consecuencias conflictivas incluso a corto plazo. Toda la improvisada imitación de una política de discriminación positiva —sanidad, vivienda, becas de comedor escolar— se revelaría en negativo, con agravio comparativo para la población de mayor y más antiguo arraigo. Entonces, cualquier chispa convierte barrios y ciudades en un nuevo experimento de confrontación y discordia. Lo vivido en Francia hace unos meses no fue un efecto-probeta. Luego vienen las lamentaciones, el asombro ante la capacidad xenófoba del vecino.

En Córdoba, según la Junta Islámica de España, los musulmanes rezarán en la catedral, aun sin autorización del Obispado. «¿Y por qué no?», se preguntan retóricamente los líderes de la opinión laicista. Ahí confluyen el relativismo y la autocensura de Occidente para minimizar la carencia de reciprocidad en las relaciones entre el Islam y el cristianismo. Córdoba se convierte así en el paradigma de la intransigencia de un Occidente que es a la vez la sociedad más receptora de inmigrantes islámicos.

En general, se actúa sin bases para una argumentación empírica: al contrario, aplicamos en España lo que desde hace un tiempo ya se viene rectificando en Holanda, Alemania o Francia, desde distintas perspectivas. En la médula de todo ese confuso cúmulo de integración, tan torpe como irreflexiva y de discriminaciones positivas improvisadas, hay temor e impotencia. Donde era imprescindible el rigor —aunque sólo fuese por precedentes del entorno europeo— predominaron instintos de ocultación y disimulo. Pero las mezquitas clandestinas existen tanto como las autorizadas, salvo que su acción y prédica son más incontrolables y expansivas.

Han sido las endebles mamparas del multiculturalismo las que primero han caído cuando el trasvase de las mezquitas a las células terroristas comenzó. Eran y son núcleos minoritarios, generalmente ajenos a la mayoría de musulmanes que trabajan y residen en España, pero su trasvase y adoctrinamiento fue posible, precisamente, por la falta de transparencia que constituye una característica tan hegemónica del nuevo islam en España. Ya convendría saber si eso es consecuencia de una ejemplar permeabilidad de la sociedad española o de creer que lo mejor siempre es mirar para otro lado.

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