Mi canario Pepe
Hace años, tuve un canario. Se llamaba Pepe. Sus plumas eran brillantes y firmes y su canto nos llenaba la casa de alegría durante todo el día. Pero, de repente, una mañana dejo de cantar, de comer y observamos con tristeza cómo sus plumas caían en la bandeja de la jaula.
Llenos de preocupación, avisamos al veterinario, quien, al reconocer a Pepe, nos diagnosticó, ante nuestra sorpresa, que el canario sufría de ansiedad y depresión.
¿Un pájaro con depresión? ¿Con ansiedad? En ese momento no sabíamos si nos estaba tomando el pelo y, por supuesto, si echarnos a reír o mantener nuestra cara con una esforzada mueca de seriedad.
Más tarde, el veterinario nos explicó con detenimiento y con la gravedad que el asunto se merecía que este tipo de depresiones en pájaros de compañía es bastante frecuente. Y que dependen mucho de la luz, la ubicación adecuada para la jaula, la alimentación, las medidas higiénicas...pero, sobre todo, de la atención y el trato cariñoso que le da su dueño y que le hace sentirse querido.
A continuación, nos explicó que hay enfermedades que el hombre puede compartir con sus mascotas y que, para curarlas, se necesita emplear el mismo tratamiento. Y que la depresión es una de ellas, relacionadas inevitablemente con los enfermos, ancianos...que les hace querer la muerte, como una de las soluciones para evitar la soledad y el sufrimiento.
Esto me lleva a pensar —y os aseguro que no es mi intención frivolizar con este horrible tema— que a Madeleine, la mujer alicantina que se ha quitado la vida por una depresión pasajera, no debieron darle el tratamiento adecuado. Un tratamiento tan sencillo que hasta con mi Pepe tuvo éxito: devolverle las ganas de vivir.
¿Y cómo se hace? Llenándolo de caricias, cuidados, arrullos, besos, calor, comprensión ,compañía, sonrisas... en definitiva, todo aquello que le das a alguien a quien amas y por el que darías la vida .Todo aquello que necesita para sentirse querido y necesitado para enriquecer la vida de los demás. Todo el amor y cuidado que necesita una persona dolorida y afligida por el sufrimiento.
Quizás Madeleine no podía hacer muchas cosas, pero hay algo que, a pesar de estar muy enferma, podía realizar: «ser madre». Algo tan simple como escuchar y dar consejos a su hijo para ayudarle a ser mejor, estar pendiente de sus problemas y necesidades, sonreírle, ofrecerle esas miradas de complicidad que sólo una madre puede tener con sus hijos....
Y, quizás, los que estuvieron a su lado en sus últimos momentos si en vez de filmar su muerte para un reportaje le hubieran demostrado su deseo de que ella siguiera estando ahí, como una referencia y un maravilloso apoyo, le hubieran cogido de la mano demostrándole su cariño o, simplemente, le hubieran limpiado la cara con ternura, Madeleine habría dejado de llorar y de morir «porque me acordé de todas las cosas buenas de mi vida.
NOTA. ¿No resulta extraño que pongamos el grito en el cielo con casos de maltrato, abandono y desprecio de especies animales, y, al mismo tiempo, aceptamos la muerte de seres humanos en base a una errónea interpretación de conceptos como dignidad, libertad y bienestar?
Del director
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