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Juan Pablo II: el Santo que hizo Dios

Roma. En el tercer piso del Palacio Lateranense, casa del vicario de Roma, encontramos la dirección postal más famosa. Su título oficial, no el postal, es «Postulación de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Juan Pablo II». Los correos llegan por doquier a esta pequeña oficina, atestiguando favores recibidos por la intercesión del último papa, pidiendo oraciones y relatando historias. Las cartas se reciben en una asombrosa variedad de lenguas, y en alguna de ellas símplemente figura como dirección: «Papa Juan Pablo II , el Cielo». Los servicios postales de todo el mundo, que no son conocidos precisamente por su cortesía ni su eficiencia, parecen haber resuelto el destino terrenal apropiado de tal correspondencia.

En la mente de centenares de millones de personas no existe la menor duda de que Juan Pablo II es un santo. Su sucesor nos describía a Juan Pablo, en el funeral del pontífice, como asomado a la ventana de la casa del Padre, mirándonos y bendiciéndonos. Los centenares de miles presentes en la Plaza de San Pedro ese día le proclamaron espontáneamente «Juan Pablo el Grande» (la primera de este tipo de demostraciones desde la muerte del papa San Gregorio I en el 604), y hubo innumerables pancartas en las que podía leerse «Santo Subito» (¡Santo ya!).

Felizmente prevaleció el consejo de los más sabios. El enfoque del papa Benedicto XVI, como me describió el Postulador de la Causa monseñor Slawomir Oder, ha sido la prudencia: permitir que el proceso se ejecute lo más rápido posible, pero permitir también que se haga bien. Y así es como están ocurriendo las cosas. Cualquier precipitación en el juicio podría tener algunos infelices efectos. Podría levantar dudas sobre la integridad del proceso. Podría reforzar las ideas de algunos medios de comunicación de que los procesos para hacer santos (mejor sería denominarlos de reconocimiento de que Dios los hace santos) son esencialmente políticos, cuando la realidad es que son esencialmente de discernimiento espiritual. Daría a los últimos enemigos del papa —que todavía existen— otro motivo para degradar su memoria y sus logros.

Así es el modo en el que monseñor Oder y sus colegas trabajan constantemente: sin prisa pero si pausa. Dirigen un proceso notable por su precisión, como puedo testificar personalmente.

En octubre de 1996, Juan Pablo II, me proporcionó una memoria no publicada titulada «Curriculum Philosophicum», en la que traza sus primeros pasos en filosofía, sus últimos estudios del fenomenólogo alemán Max Scheler, su trabajo filosófico en la Universidad Católica de Lubin, y los orígenes de Persona y Acto del Concilio Vaticano II. Mi corazonada entonces como ahora fue que el «Curriculum Philosophicum» fue concebido originalmente para uno de los libros de Juan Pablo II, quizá, Don y Misterio, pero, más allá de estas reflexiones no pareció tener el suficiente interés general. Desde luego que estuve encantado de recibir semejante joya, y la utilicé en la preparación la biografía Testigo de Esperanza. Hace algunos meses monseñor Oder me escribió preguntando si la Postulación podría tener una copia de «Curriculum Philosophicum», pues no habían conseguido encontrarlo, lo que significa que alguien de la Postulación había escarbado en el mar de notas de Testigo de Esperanza identificando un texto con el que los responsables del proceso de beatificación no estaban familiarizados. Para este tipo de investigación se inventó la frase «fine-toothed comb» [peinar con púas finas].

La Postulación espera terminar el proceso local (diocesano) en 2007, después del cual se escribirá la positio, biografía anotada que se prepara para el candidato cuya causa está en esta etapa. La positio utilizará el testimonio jurado de un conjunto de personalidades, de todos los estados de vida de la Iglesia, incluyendo los testimonios más significativos de laicos, me comentó monseñor Oder.

Mientras tanto, cada día, unas veinte mil personas llegan a la gruta de la Basílica de San Pedro para rezar en la tumba del que muchos consideran como Juan Pablo el Grande. Están seguros de que está en la casa del Padre y confían en su poder de intercesión. Sabiendo que ellos —y el resto de nosotros— debemos tener paciencia con el proceso, que avanza con una calculada velocidad, apropiada a una causa tan digna.

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