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El Kempis o los libros que resisten

¿Cuáles son los libros que han determinado la mentalidad nacional, la orientación cultural y la actitud religiosa de los españoles durante el siglo XX? ¿Quiénes han sido sus maestros de espíritu o, dicho con la vieja terminología, los guías de almas en ese tramo de la historia que ha trasladado nuestro país de una fase premoderna a la más estricta posmodernidad, de un cierto dogmatismo a una cierta desmoralización y no por simple inmoralidad sino porque muchos ahora no saben qué se tiene en pie y con ello a qué atenerse? ¿Qué libros fueron leídos siglo tras siglo y de pronto desaparecieron del horizonte hasta el punto de que hoy hay que presentárselos a las nuevas generaciones como absoluta novedad?

Si yo tuviera que dar un ejemplo en el orden religioso de ese tránsito de lo evidente a lo desconocido citaría un libro: La Imitación de Cristo de Tomás de Kempis. La historia espiritual e incluso cultural de España en el siglo XX se divide en dos periodos: la primera mitad en la que la lectura y familiaridad con ese volumen eran generales y las generaciones de 1960-1980, que lo convirtieron en el símbolo de lo que debía ser superado del cristianismo anterior. Las posteriores lo desconocen. Es un caso más de esos vuelcos de la conciencia hispánica que de vez en cuando decide arrasar todo lo anterior, comenzar el mundo de nuevo, rechazando lo que en el orden institucional habían llevado a cabo generaciones anteriores y repitiendo la gesta de Penélope de tejer y destejer nuestra historia.

Pero, ¿qué o quién es el Kempis? Un librito, surgido en la mitad del siglo quince, en los alrededores del Rhin, que refleja el espíritu de nuevos movimientos de interioridad religiosa, sobre todo de los llamados Hermanos de la vida común fundados por Geert Groote (devotio moderna). Un intento de superar ciertos aspectos medievales de la espiritualidad, centrados sobre todo en la vida monástica, la especulación teológica y la universidad. Una nueva llama del espíritu se encendió, reclamando volver a la persona la imitación y seguimiento de Cristo, en nueva interioridad, moralidad y ascetismo. Mezcla dialéctica de actitudes monásticas y de apertura a la secularidad, a la vez que de integración de los seglares en el ideal cristiano de santidad. Todo ello cristaliza en esta obra de autor desconocido, pero desde el comienzo atribuida a Tomás de Kempis (1380-1471), nacido en esta aldea cercana a Colonia, quien pasó toda su vida en los Países Bajos. Erasmo y otros movimientos de reforma siguen esta corriente, cuya influencia llega a los grandes espirituales españoles: el abad de Monserrat Jiménez de Cisneros, San Ignacio de Loyola... Ellos le conocieron por otro nombre: «el Gersoncito», ya que durante mucho tiempo se le atribuyo a Juan Gerson, canciller de la Universidad de París. En el siglo XVI español era libro de cabecera de nuestros espirituales, en la traducción de San Juan de Ávila, largo tiempo atribuída a Fray Luis de Granada. Las ediciones han sido innumerables; es el libro cristiano más editado después de la Biblia. La española que tengo ante los ojos está hecha desde el francés e incluye las consideraciones con que la enriqueció Lammenais. En Francia la han traducido y editado Lacordaire en el siglo XIX y el P. Chenu en nuestros días. ¡Tal aprecio no nos permite, sin embargo, olvidar el influjo negativo ejercido sobre otros autores, como lo testifica el airado poema de Amado Nervo contra él!

En España formó a los medios populares y a las cimas universitarias. Estaba en toda casa cristiana y en la biblioteca de cualquier persona con voluntad de perfección. Era lectura obligada de comedor en los seminarios, noviciados y centros de formación. A la vez que el pueblo lo leyeron los intelectuales. Cito sólo tres ejemplos. Unamuno lo leyó fielmente, en edición latina (Turín 1885) y vasca (Bayona 1769). En su Diario íntimo, las citas son permanentes: «Así iba pensando hoy al salir de misa, y al llegar me ha tocado leer el capítulo III del Libro III de la Imitación y aquella hermosa oración implorando la gracia de la devoción». Y cita entero el texto en latín. Juan Ramón Jiménez publica en 1911-1912 Bonanza, anteponiendo como exergo esta invocación del libro III cap. II: «Dame, Señor, que mi entendimiento penetre tus verdades, inclina mi corazón a las palabras de tu boca y descienda a mí tu habla así como el rocío». Ortega y Gasset en el curso que dio en 1933 en la Universidad Central bajo el título En torno a Galileo trata en repetidos momentos de nuestro autor. Lo elige como un ejemplo de eso que él llama el extremismo, o la decisión de absolutizar un punto de vista para sobrevivir en situaciones límite. Entonces «el hombre niega su vida menos un punto, el cual queda aislado, exagerado, exacerbado, exasperado». Y hace la siguiente enumeración: coinciden en tal pretensión simplificadora los Hermanos de la vida común o devotio moderna en 1400, Tomás de Kempis, El Cusano, Erasmo, los Reyes Católicos, Lutero, Montaigne y Descartes.

La vida espiritual europea ha sido troquelada durante siglos por este manual de perfección cristiana, que concentra la cristianía en el amor e imitación de Cristo. M. Tulliver en George Eliot´s The Mill on the Floss, considera al Kempis como «a lasting record of humans needs and human consolations». El gran teologo alemán, protestante, D. Bonhoeffer, ajusticiado por los nazis, entre sus libros de diaria lectura en la cárcel tenía el Kempis. En nuestros días el posmoderno G. Vattimo en un momento clave de su pensamiento se remite a una cita del Kempis: «Aquel a quien habla el Verbo eterno queda liberado de muchas opiniones».

¿Por qué perdió en los años sesenta la fascinación que había ejercido durante siglos? Es exponente de una consideración vertical, ascética, moralista de la vida cristiana, de la primacía de la interioridad vivida solo ante Dios con desprecio del mundo (Contemptus mundi era el otro título del Kempis). Tal acentuación de la subjetividad religiosa individual llevó consigo una pérdida de la dimensión eclesial, sacramental, teológica e histórica del cristianismo. El choque de mentalidades que tiene lugar en España entre 1953 y 1960 y que la iglesia esclarece de manera normativa en el Concilio cuatro años después es la crisis del Kempis. Los movimientos bíblico, litúrgico, social, abrieron nuevos horizontes al catolicismo más allá de ese individualismo, que se preocupa sobre todo de la salvación futura del individuo. Los movimientos sociales y políticos del siglo XIX y la revolución de mentalidad introducida por el marxismo forzaron a volver la mirada de los creyentes a la historia, al prójimo, a la horizontalidad de los deberes y derechos, a la justicia antes que a la caridad, a la praxis política antes que al silencio contemplativo. Desde esos redescubrimientos el Kempis quedó estigmatizado como la forma de vida cristiana que había que superar.

Ha pasado medio siglo de esa revolución espiritual y hemos asimilado lo que esos movimientos interiores de la Iglesia, los culturales, sociales y políticos de la sociedad han aportado de nuevo: la dimensión horizontal, temporal, dramática de la existencia humana, de la fe y de la iglesia. Todo esto es una adquisición irrenunciable. En la dialéctica de la historia hoy predomina lo social, lo público, lo colectivo. Los poderes anónimos, votos y estadísticas, nos tientan a desistir de la responsabilidad propia o a encerrarnos en un individualismo egoísta. Hoy es necesario recuperar el valor comunitario de la persona, su libertad y responsabilidad tanto ante Dios como ante la sociedad, las decisiones que no podemos esquivar y de las que no nos libera nada ni nadie. En estos momentos el Kempis será un buen guía hacia la interioridad liberadora y a la soledad responsable, desde las que nacen los grandes arriesgos y sobre todo donde manan las fuerzas para asumir y sostener las grandes misiones. Hay libros que no resisten ni diez años ni dos lecturas. Hay otros en cambio que traspasan los siglos y, olvidados, vuelven a ser luminarias del futuro.

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