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Quien exalta la civilización Maya en realidad está renegando de Occidente.
La polémica desatada por Stefano Zecchi sobre la película Apocalypto es demasiado importante como para dejarla pasar. Estoy totalmente de cuerdo con Zecchi cuando sostiene que quien permite circular la pornografía más cruda en televisión, el cine o los periódicos al alcance de cualquier niño, no tiene derecho a lamentarse de la violencia en el cine. Todo lo contrario, la violencia puede tener un valor pedagógico, nos puede enseñar que las guerras y las civilizaciones antiguas se basaban en la crueldad y la sangre —mucha sangre— y no símplemente bonitas estatuas, limpias y pulidas que podemos admirar en los museos.
Sin embargo uno de los juicios de Zecchi me ha dejado perplejo, cuando define la película de Mel Gibson como «esencialmente idiota» por que presenta a los m ayas como una «caterva de maniáticos asesinos y violentos», invitando a leer como antídoto el libro de William Prescott. En fin, los dos clásicos de Prescott: La conquista de México y La conquista de Perú, fueron escritos en 1843 y 1847. Prescott era un abogado de poquito éxito que se metió a divulgador histórico. Para redactar sus obras se basó en una literatura inglesa nacida con evidente propósito de propaganda antiespañola. Puritano de Salem —la ciudad de Massachussetts famosa por la caza de brujas—, Prescott era también un fanático anticatólico. Su tesis era que España y la Iglesia destruyeron civilizaciones admirables por pura sed de conquista y de poder.
Hoy en día todos reconocen la elegancia del estilo de los libros de Prescott, paro a nadie se le ocurre pensar en ellos como fuentes históricas. Por otra parte ciento sesenta años atrás el estudio científico de los mayas y los aztecas estaba en sus comienzos.Él pensaba que las descripciones que los españoles habían hecho de estas civilizaciones —en particular la insistencia sobre el sacrificio humano— tenía fines propagandísticos. Hoy las investigaciones arqueológicas y antropológicas que se han profundizado en el asunto —no confundir con la teoría anterior que no es más que un arma impropia del relativismo y el anticolonialismo— han demostrado que los informes españoles eran sustancialmente fieles a la realidad.
Muchos antropólogos se han rebelado contra Apocalypto no porque nieguen que el sacrificio humano fuese el centro de la civilización maya —saben bien que así fue— si no por que piensan, en nombre del relativismo, que no tenemos ningún derecho a juzgar a otras culturas. Así el antropólogo Traci Ardren tacha a la película de «racista» y sostiene que «desde el punto de vista maya, el sacrificio humano era una profunda experiencia espiritual». Quizá no pensasen lo mismo las víctimas. El asunto es importante porque todavía hay sacrificios humanos. Cualquiera puede leer La última noche, el escrito remitido por el jefe de los terroristas del 11 de septiembre, Mohammed Atta, para quien es evidente que el atentado de Al Qaeda era «una profunda experiencia espiritual», mientras que para nosotros fue un verdadero sacrificio humano, de víctimas inocentes a manos de una ideología criminal. ¿Recuerdan? El problema lo presentó entonces Silvio Berlusconi, al que agredió media Europa por declarar que la civilización occidental era superior a la islámica, como ponían de manifiesto aquellos terroristas. Hoy Gibson sostiene, tal vez brutalmente, que una cultura que rechaza el sacrificio humano es superior a una que lo convierte en el centro de su misma existencia. Prohibir de modo relativista este tipo de juicios, e insistir en que todas las culturas tienen el mismo valor, haciendo tal vez una antropología políticamente correcta, supone arrancar de cuajo las raíces sobre las que sostienen a Occidente.
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