Ese don tan menospreciado
Al hilo de la noticia aparecida recientemente en los medios de comunicación según la cual el ministerio de Sanidad ha elaborado un proyecto según el cual es posible, o será, hacer uso de las células madre embrionarias en aquellos estudios o proyectos que tengan como objetivo dar solución a enfermedades para las que aún no existe curación, vale la pena recordar el origen de esta aberración (por tener un destino desviado) que no es otro que la malhadada Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida. Traer esto a colación en defensa (y por lo tanto, en contra de esa norma) de ese don de Dios que es la vida y que aquí, en esto, ahora mismo, se menosprecia bien por ignorancia (por «desconocer» conceptos tan elementales como este) bien por voluntad, que es lo que se hace cuando se carece una verdadera concepción de la ciencia como instrumento al servicio de la vida humana (expresión recogida en la Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española de fecha 25 de mayo de 2004 relativa, precisamente, a este tema)
Dice Juan Pablo II Magno, en su Carta Encíclica Evangelium vitae (60) que «el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción», lo que, por eso mismo, merecería el reproche más unánime conceptos como preembrión, no aceptados por la ciencia como tal y utilizado, tan sólo, para justificar la manipulación de seres humanos a los que se les niega tal categoría por la sencilla razón de no tener, aún, 14 días de vida cuando es evidente que se utiliza tal lenguaje con ánimo tergiversador. También, la citada Encíclica indica que «por eso, a partir de ese momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida». Por lo tanto, si no se hace así se está violentando ese derecho fundamental, la vida, sin el cual, el resto de derechos, sean o no fundamentales, carecen de sentido al no existir sujeto activo sobre el que puedan recaer.
¿Qué es, por lo tanto, lo que hace esa Ley?
En esencia, lo pretendido, ahora que toma verdadero cuerpo a la posibilidad de hacer uso de las células madre embrionarias, es olvidar, también aquí, la verdad de todo este extraño entramado hecho a base de ignorancia y consentimiento.
Siguiendo al Doctor en Medicina y en Derecho Canónico D. Juan Moya cuando el óvulo «es fecundado por el espermatozoide se desarrolla de modo orgánico, sistemático, uniforme, sin saltos cualitativos». Esto lo que viene a querer decir es que, desde ese momento, desde ese preciso momento, y no unos días después, nos encontramos con una nueva vida. O lo que es lo mismo, que no «puede hablarse de un momento en el que no hay vida y otro en el que ya la hay» (esto lo dice por la utilización, citada supra, del término preembrión)
Todo esto, que es meridianamente claro, nos pone ante el verdadero sentido de lo que tratamos.
Bien sabemos que, y no sólo para creyentes, siguiendo el Directorio de Pastoral Familiar (165) «el origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente a la voluntad creadora de Dios», o lo que es lo mismo, que es un don, o sea, un bien natural recibido del Creador. Y esto, como es obvio, limita, en mucho, la posibilidad de manipular, de tal forma, esa vida, que se le quite su misma esencia que es el vivir. Es decir, que no es posible huir de esa Verdad porque, además, «la ciencia y la técnica requieren la ética para no degradar, sino promover la dignidad humana» (La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, 109) Qué clase de concepto de la ética, o sea moral, pueden tener aquellos que, huyendo de la bondad de unos comportamientos, asientan los mismos en la consecución de unos fines sin tener en cuenta los medios utilizados, es fácil adivinar; qué clase de respeto se tiene por la vida, desde que ésta se origina, si se olvida que la propia embrióloga Anne Mclaren, «madre» (es un decir) del término «preembrión» (acuñado por presiones reconocidas por ella misma) se desdijo de lo dicho y, a pesar de todo, se sigue manteniendo el mismo con una cerrazón basada en la aplicación del principio de cogerse a un clavo ardiendo o del, y para, sostenella y no enmendalla, casi seguro que es ninguno.
Por otra parte, atender al denominado «Decálogo de debilidades éticas» (relativo a la ley origen de todo esto) elaborado por D. Justo Aznar, miembro de la Pontificia Academia por la Vida, es un buen ejemplo de clarificar lo hecho y una forma explícita de mostrar hacia dónde vamos. Estos son los puntos:
- Se introduce la utilización del término preembrión (que ha sido citado aquí mismo).
- Va a favorecer el que se sigua incrementando el número de embriones congelados.
- Va a propiciar la apertura a cualquier tipo de clonación humana.
- Da vía libre al diagnóstico genético preimplantatorio.
- Permite fecundar óvulos de animales con gametos masculinos humanos.
- Va a favorecer la utilización de embriones humanos sobrantes de las técnicas de fecundación in vitro para experimentaciones biomédicas.
- Va a permitir utilizar directamente embriones humanos «frescos» para investigaciones biomédicas, generados específicamente para este fin.
- Propicia la desaparición de la necesaria tutela jurídica del embrión.
- Se opone a lo dispuesto en nuestro Código Penal y a los acuerdos internacionales suscritos por nuestro país en materia de protección de la vida humana, y por último, y
- Va a favorecer los intereses económicos de las clínicas de reproducción asistida, al incluir a algunos de sus responsables en la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida.
Ya se puede ver, pues, que esta norma y el desarrollo de la misma, son un regalo del mismo mal hecho a todos nosotros y lo que, en fin, supone todo esto, todo este debate que, seguramente, continuará siempre que haya personas conscientes de lo que nos estamos jugando en este envite, es que estamos en manos de oportunistas que, como tales, sólo ven lo que ahora es importante para ellos y en manos, también, de arribistas pues es evidente que el progreso que tienen, en su vida, lo sostienen en una falta total de escrúpulos.
Del director
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