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Octavo encuentro
Apenas me había dormido un poco en la siesta cuando la habitación fue inundada de un hedor que me hizo contener la respiración. Miré a mí alrededor: la puerta y las ventanas estaban cerradas. Era un aire fétido que se movía como agitado por un ventilador. ¿Qué sucede? Pronto me di cuenta de que esto significaba una nueva visita del Maligno e invoqué la asistencia de Ella.
—¿Será acaso tu billete de presentación?
—¡Sí!
—No sabía que un espíritu puro se anunciase con tanto hedor.
—Apenas he soplado sobre el hedor de vuestras miserables carroñas.
—Pienso por el contrario que sea el tufo de tu esencia de pecado
—¿No has dicho tú mismo que un espíritu no puede oler mal?.
—No es del todo así pero basta: en nombre de tu gran enemiga, ¿Qué quieres?
—Interrógame.
Me recogí un instante en mi mismo:
—Háblame de las artimañas que utilizas para seducir a las almas.
—¿Tienes necesidad de que te lo revele yo? Eres maestro en Israel.
—Pero prefiero que me hables tú de ello, maestro de seducción
***
Parecía que no se decidiese a responder: pero advertía que estaba allí.
—¡Vamos, te impongo que me respondas!.
—No se necesita mucha habilidad para atraparos en el lazo a vosotros, miserables. Sois tan estúpidos y tan frágiles que da vergüenza a quien os ha amasado. Normalmente, puestos delante de lo que El os prohíbe, basta un pequeño empujón.
—Esto puede suceder con almas desprevenidas, que no tienen suficiente temor de Dios, que no recurren a los medios para vencer tus tentaciones, sobre todo si no oran y si no tienen contacto con el Señor... ¿Pero las otras?.
—A éstas me las como lo mismo; se necesita sólo un poco más de tiempo y de paciencia. Basta conocer los gustos, las tendencias, los innumerables enganches que todos lleváis consigo y con los cuales os aferráis: la lujuria, la ira, la ambición, la envidia, el orgullo, la sed de dinero, de bienes terrenos, la maledicencia: Si supieseis los servicios que nos hace una lengua maléfica sembradora de discordias... A las almas que muestran mayor resistencia no me acerco jamás a ellas con un asalto frontal. Las conquistó con maniobras y doy vueltas alrededor, o excavando el terreno bajos sus pies, provocando las pasiones hasta cansarlas, y llevándolas también a la desesperación. Persuadiéndolas poco o poco de que ciertos mandamientos son imposibles: que vuestro amo es un tirano; que tal cosa no puede ser pecado...
—Es la artimaña que hoy estas utilizando más; demoler el sentido del pecado...
—También aquí mis mejores colaboradores son los sacerdotes.... ¡Si supieses cuánto me ha costado cansarles de estar en aquellas casetas para escuchar cantinelas!... Así finalmente he logrado que se predique que la confesión no es necesaria, he logrado despoblar los confesonarios y enviar un montón de gente, que es mía, a hacer grandes comilonas de comuniones. Si supieses a cuántas meretrices, a cuantos comilones y profanadores, ladrones y violentos les mando a recibirla
—Estoy convencido de que generalizas demasiado y que contra tantos que caen en esta trampa, hay tantos que huyen de ti, especialmente si son almas que oran y se esfuerzan por vivir en Gracia.
Una pausa muy larga:—¿No es verdad que el arma de la oración te da miedo y que en tus asaltos te hace retirar avergonzado?.
—Debo admitirlo: pero contra aquellos que usan la oración no los atacó jamás de frente. Busco poco a poco y de todas maneras posibles, molestar su oración, distraerles con mil tonterías, llevarles lentamente a la náusea. Mientras tanto intensificó contra ellos mis tentaciones. A la vez buscó convencerles que él no les escucha, que es inútil la oración, porque aún no ha perdonado ciertos pecados pasados, porque se ha abusado demasiado de su Misericordia....
—La vieja trampa: primero haces caer a las almas en el pecado persuadiéndoles de que no es pecado, y que Dios perdona todo; después de haberles hecho caer, les restituyes la vergüenza para no confesarse por lo que han hecho, haces revivir el sentido del pecado y lo agrandas hasta hacer creer que para ellas no hay perdón. Primero la presunción, después la desesperación: dos vías óptimas para perjudicar a las almas.
—Es un truco que da resultado....
—¡Sin embargo la Misericordia de Dios es infinitamente más grande que tus artimañas y que tus conquistas momentáneas. Las almas le han costado la sangre de su Hijo y conoce infinitos caminos para encauzarlas a su dominio!.
***
—Hay que ver cuanto exageras pensando en eso de la Misericordia
En este momento fui yo quien tomé una pausa de tiempo.
—Esta es una de tus insinuaciones más diabólicas y la más mentirosas. Sabes que Dios nos ama infinitamente, que una sola gota de la sangre de Jesús basta para lavar todos los pecados del mundo, que nosotros podemos pecar por falta de confianza en su Misericordia, pero jamás por haber creído en su indulgentísima bondad. Para ti no hubo ni habrá jamás perdón; para nosotros siempre; basta que no lo rechacemos tenazmente, conscientemente, hasta el último instante. El, antes de dejar un alma en tus manos, usa todos los recursos de su amor, que son infinitos. ¡Todo esto lo sabes, lo experimentas en todo momento y la omnipotencia de este amor gratuito y redentor que El tiene por nosotros es el infierno de tu infierno!.
—Eres el abogado de una causa muy mal presentada. Tú dices que él es omnisciente., mira dónde llega su perfidia, su cínica crueldad: sabe que muchos de vosotros seréis míos, lo prevé, sin embargo los crea. ¿Por qué los crea?, ¿para quién?, ¡para mí!.
—He aquí otra artimaña con la que buscas embaucar a las almas. Me basta creer firmemente en el Amor para rechazar estas insinuaciones. Dios nos ha creado por Amor. Nuestro destino es el de Vivir el Amor en Dios ocupando los puestos de los que tú y los tuyos habéis sido arrojados. Para eso nos ha redimido y nos ofrece todos los medios para alcanzar su redención. Sin embargo Dios respeta siempre nuestra libertad, por eso no coarta a nadie para que acepte su salvación... Pero en sus manos dispone, con su Bondad, inimaginables caminos para inducir también a las almas rebeldes a la dócil aceptación de su Gracia.
—Ahora eres tú quien estás filosofando.
—Déjame decir: El don de la libertad confiere al hombre un valor y una dignidad inviolables, tal es, que si alguno abusara de ellos , Dios ha querido antes correr el riesgo de dejarlo libre y aunque voluntariamente quisiera perderse, El nunca le privaría de su libertad. Es el hombre el que no quiere dar a Dios su amor, no es que sea Dios el que no quiera Amar al hombre, como tú quieres presentar. Dios es puro Amor en todos sus actos, si no, no sería Dios
***
—¡Tú no quieres responder a mi objeción!...
—¡Eres tú quien no quiere comprender! La libertad, la Misericordia, el sufrimiento, especialmente la muerte de su Hijo, la comunión de los Santos, su Gloria eterna son tales bienes que justifican por sí mismos el permitir la posibilidad de la perdida voluntaria y obstinada de algunos malvados que libremente decidan meterse y colocarse en tu bando
—Tú deliras y no me dejas hablar... Has dicho que El ha preferido correr el riesgo de la perdida....
—Sí, lo he dicho. Pero El ha hecho todo lo que era posible para atenuar, para alejar ese riesgo. El podía, es verdad, recurrir a su Omnipotencia eliminando además el argumento de tal riesgo. Pero Dios no se comporta como vuestros tiranos, que cuando no pueden doblegar una voluntad, la matan. El no es el Dios de muertos, sino de Vivos. El no ha querido privar a los obstinados de su libertad de elección. Ha tenido hacia ellos un respeto infinito. Pero, repito, para impedir la trágica posibilidad de su ruina, ha hecho todo lo que Divinamente era posible.
—Te comportas en tus delirios como un viejo escolástico....
—¡Acepto! desde el momento en que Dios nos ha amado hasta el punto de darnos la Sangre y la Vida de su Hijo, no hay objeción alguna posible contra la inmensidad y la universalidad de su Amor. Es verdad que al mismo tiempo en que nos hacía tan gran don, veía a aquellos que habrían rechazado Su salvación. Y sin embargo los creó igualmente; obró en su Omnipotencia operando la Creación, conociendo aquella parte de los que, a pesar de su Amor, le rechazarían obstinada y voluntariamente. ¡Misterio adorable! Sin embargo, te baste saber a ti, misterio de iniquidad, que si no hubieras vertido sobre la humanidad las cataratas del mal y del pecado, nosotros los hombres no habríamos podido ser capaces de conocer hasta qué punto nos ama Dios. La Iglesia —repito- paradójicamente nos hace cantar: «¡Oh feliz culpa la de Adán!»
—Y aún así me ganaré a la mayor parte de las criaturas tan amorosamente redimidas por El.
—¿La mayor parte? ¡Mientes! La sangre de Cristo tiene tal eficacia Salvadora que tú no puedes ni podrás lanzar desafío semejante al Amor de Dios. Esta sangre ha sido esparcida sobre todos los hijos de Adán, sin exceptuar a ninguno. Ella tiene el poder de llegar, por caminos misteriosos, a todas las almas creadas. Dios -repito - te deja sólo aquellos que voluntariamente han escogido estar contigo. Es para tu mayor castigo. Porque su compañía no atenúa, sino que aumenta inmensamente el peso de tu condena. ¡Para toda la eternidad!.
Desde entonces mi interlocutor —durante bastante tiempo— no se hizo vivo.
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