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Noveno encuentro
La ocasión, más rara que única, de encontrarme con semejante personaje inició en mí la curiosidad por conocer cada vez más su manera de ser. Varias cosas habían sido ya dichas, pero habían sido sacadas en cada ocasión con la habilidad del sacamuelas, especialmente cuando se trataba de arrancarle una verdad, y esto se había hecho siempre recurriendo a la Omnipotente intervención de Ella, que le obligaba a responderme.
Comprendía que no era tan fácil preparar una serie de preguntas y provocar las respuestas. Sin embargo un día después de haber orado mucho, a la primera percepción de su presencia, intenté comportarme como si fuese un juez inquisidor.
Con esta intención, antes de que él introdujese sus discursos, le puse esta pregunta a quemarropa:
— ¿Qué piensas de aquellos que son o parecen muy inteligentes y sin embargo niegan la existencia de Dios y la de vosotros, los ángeles rebeldes?.
Con gran sorpresa para mí respondió:
— Son sólo unos insensatos.
Inmediatamente lo cogí con la pregunta: —¿Qué piensas de aquellos que niegan tributo a Dios con la voluntad?.
Comprendió inmediatamente que aludía especialmente al hecho de su negación demoníaca, y respondió:
—Habíamos querido reivindicar nuestra libertad respecto a él.
—¡Explícame que significa esto! Seres como vosotros, que delante de El sois nada, qué ventajas podríais sacar con estas reivindicaciones.
En vez de responder, le escuché emitir sonidos como los de una bestia cruelmente torturada. Claramente me hizo comprender que no insistiese sobre este argumento. Comprendí que su respuesta no podría ser sino trágicamente negativa y representaba una tortura que rechazaba manifestar.
***
Después, pasando a los sufrimientos que inflige a tantas pobres criaturas, también inocentísimas, de las cuales en ocasiones toma posesión le pregunté:
—¿Cómo te atreves, con almas que son ejemplo de Dios, tabernáculos de Cristo, habitación de toda la Trinidad?.. Son seres que Dios ha creado para Si, y habitando en ellos se hace una sola cosa con ellos... ¿Cómo puedes hacer esto?.
Respondió de inmediato:
— Tú te enterneces ante los tormentos que inflijo a estos seres; pero no reflexionas en lo que sufro yo... Y al hecho mismo de que atormento a estas criaturas,
— ¿Qué satisfacciones consigues?.
—Te lo he dicho ya: ¡Ninguna!... Nosotros no ganamos nada al infligir el mal.... Nosotros nos encontramos como sobre una arena movediza: más obramos el mal, más nos hundimos.
—Entonces, deja de atormentar a estas pobres criaturas y vete a tu morada... Mira como también para ti Dios te ha preparado una casa....
—No es una morada; es un estado que nosotros mismos nos hemos procurado.
—Tienes razón. Dios en su bondad, creándote, no podía predestinarte a un estado semejante. Bien dices que lo habéis hecho vosotros mismos. Por culpa vuestra habéis llegado a ser vasos de la ira y de la justicia de Dios. De esta manera mientras nosotros alabaremos su Misericordia toda la eternidad; con el mismo Hosanna, Hosanna. Hosanna cantaremos la Justicia usada con vosotros!.
—¡Qué sádico eres!.
Fue una respuesta inmensamente reveladora, que me heló dejándome profundamente pensativo.
¡Qué grande debió ser la malicia del pecado de los Ángeles, si Dios, que es tan infinitamente Bueno, los ha golpeado con tanta Justicia!
****
En este momento me vino a la mente volver a la pregunta sobre las relaciones que los demonios y los condenados tienen entre sí en el infierno: ¿Se conocen, se hablan según nuestro modo de entendernos, se hacen compañía? ...
También esta respuesta fue tremenda:
— Cada uno de nosotros es un solitario... Concentrado solamente en la amargura de su propia condenación... En una angustia sin fin... Cada uno tiene su infierno, y es su infierno para la eternidad.
Repetía la respuesta ya dada en otra ocasión. Yo rebatí:
—No comprendo cómo podáis decir que sois solitarios cuando sois tantos ángeles caídos que estáis juntos.
—Es así, porque cada uno se ha separado de la unión con nuestro enemigo. La completa separación de él comporta nuestro completo y recíproco aislamiento de las criaturas que giran en torno a él. Nosotros sentimos esta atracción, pero somos excluidos de su fin con una violencia irreversible. La atracción hacia él es regulada por una ley de amor de la cual hemos sido echados fuera y así permanecemos cerrados en la soledad del odio... El odio es nuestro elemento, nuestra fuerza y procuramos extenderlo por todas partes. Queremos introduciros en él a todos vosotros, marmotas humanas. Hoy nos servimos del odio de razas, del odio de clases, del odio de ideologías. Y desencadenamos con esto ciclones de catástrofes, hacemos verter ríos de sangre. Todos los instrumentos de comunicación están en nuestro poder para la destrucción....
—Bien veo que vivís de esto... ¿Pero cuándo Dios ponga fin a la historia?... ¿Cuándo el retorno de Cristo traiga su triunfo final?....
La pregunta quedó sin respuesta
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